Opinión Salvador Sostres

Europa y Cataluña explicadas a los empresarios

No es que no puedan pagar. Es que no quieren. Hacen balance de lo bueno y malo y rápida y acertadamente se dan cuenta de que el propósito no merece la pena.

Europa más recientemente y Cataluña en los últimos años han sido y son los dos conceptos políticos con los que más se ha enredado. Los que más desasosiego causan a cualquier español de buena voluntad. En el fondo son uno y el mismo, y no han de provocarnos tanto espanto.

Lo más parecido a esta gran conciencia europeísta es el catalanismo. El europeísmo catalán, y catalanista, no es una forma de civilización o de cultura, ni una decantación política, sino una forma de estar en el mundo. Ambos el catalanista y el europeísta presumen de cultura y de recursos, de historia, de superioridad moral y de buen gusto. Siempre tiene una lección que dar, y siempre cada tantos años se exaltan y hablan de independencias o de rearmes, hasta que poco a poco llega la realidad y aterrizan en ella con su precio, con su cargo, y entonces no quieren pagar.

No es que no puedan pagar. Es que no quieren. Hacen balance de lo bueno y malo y rápida y acertadamente se dan cuenta de que el propósito no merece la pena.

Cataluña ha querido siempre ser distinta, hacerlo a su manera pero que pagara España el precio de su gesta. Sentimiento y destino son una cosa y lo mismo. ¿Alguien cree realmente que si una abrumadora mayoría de catalanes hubiera querido la independencia Cataluña no sería hoy independiente? El primer motivo por el que no existe tal independencia es porque no hay una mayoría de catalanes que la quiera. Pero es un motivo menor: significativo, es cierto, pero el de menos trascendencia. El que realmente importa para explicar que las cosas en este terreno no se hayan movido es que la parte independentista, la que se queja, se manifiesta y hace happenings con los contenedores y con la Policía, no está en absoluto dispuesta a pagar el alto precio de separarse de España y de construir un Estado nuevo.

Las lecciones que Europa se permite dar a los Estados Unidos son siempre e igualmente a cobro revertido. Y esta comedia del rearme. Y este fin del mundo que siempre viaja con nosotros. Al final la pesadumbre con Trump es porque nos ha recordado que algo tendríamos que pagar. Estamos ofendidos porque antes de salir del bar, como cada noche con las manos en los bolsillos, el dueño nos ha pasado la cuenta acumulada y creíamos que merecíamos beber gratis.

Reprochamos al presidente Trump que termine a su manera la guerra de Ucrania porque hemos sido incapaces de terminarla nosotros según nuestros preceptos, y sobre todo porque hemos sido incapaces de tener con Rusia una relación distinta.

Catalanes y europeos, catalanistas y europeístas, quieren tener la razón en todo y además gratis. Cuando ni les dan la razón ni les invitan, organizan escándalos y asustan a los desprevenidos con grandes hecatombes y amenazas. Pero no hay que alarmarse porque al final siempre llega la realidad, que son España y los Estados Unidos (respectivamente), la realidad con su precio que nadie quiere pagar, la realidad con sus consecuencias que normalmente son perdonadas, porque la magnanimidad es la cualidad de los vencedores; y por el mismo motivo, aunque queda claro que los quejicas no tenían razón, también se les da a medias, un poco para dejar de discutir y otro tanto como a los idiotas.

De modo que como siempre, no pasa nada. Los empresarios españoles pueden preocuparse tranquilos de sus negocios, sin armar escándalo para que no afecte al consumo, y sin dejarse alarmar por el ruido. Gente que no ha habido pagar, la ha habido siempre. Españoles que presagian el final de España los ha habido más que los que siempre hemos creído que es eterna. Y por supuesto haters de los Estados Unidos, sea quien sea el presidente, los hemos contado a millones desde que empezaron a solucionarnos los problemas.

I love you so. Y ya ha llegado la primavera.

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