En el país de los líderes carismáticos, tan peligrosos para el raciocinio y la democracia, ha emergido el discreto encanto de Flick, que se hace el que no sabe español, y a duras penas inglés, y evita responder a las absurdas preguntas que le hacen en las ruedas de prensa. El entrenador del Barcelona ha hecho del no-estilo su estilo, y su modo de no estar, de no figurar, de no llamar la atención es su forma de estar entre nosotros y de que su presencia resulte tan suave y agradable.
De la no-estridencia ha hecho una gracia. Queremos a Flick sin saber nada de él y precisamente porque nada de él sabemos. Tras las demenciales ruedas de prensa cada vez que Xavi perdía un partido, Laporta quedó muy sorprendido de la reacción del nuevo entrenador tras su primera derrota. Fue el último en subir al avión de regreso de Pamplona. Vio al presidente sentado en primera fila y simplemente le pidió perdón.
Flick confió desde su llegada en los jugadores que el año pasado parecían un desastre y que bajo su tutela han eclosionado. El caso más llamativo es el de Raphinha, pero no el único. Con su estilo modesto, trabajador, casi imperceptible en la farándula siempre estéril pero que deja su huella en la estructura profunda, Flick ha supuesto una higiene en el modo de conducirse del barcelonismo, que puede celebrar muchos más éxitos gracias a no pavonearse de lo que no toca y a no perder el tiempo en simulacros. El carácter catalán, tan dado a poner intensidades en lo equivocado, está siendo silenciosamente corregido por un entrenador que se preocupa de hacer bien su trabajo, haciendo ver que no ve ni escucha las tonterías que se dicen y hacen a su alrededor, sobre todo en su propio club y entorno periodístico.
Cruyff fue el primero en hablar del peligro del “entorno”. Flick ha sido el primero en abstraerse de este entorno en el que sin embargo enloquecieron otros entrenadores como Pep. Puede que Guardiola fuera más genial que él, pero ser catalán no ayuda sino todo lo contrario para ser un buen entrenador del Barça, y dejó que el entorno le oscureciera hasta que no tuvo más remedio que marcharse.
Flick posee el carácter perfecto para la volatilidad de nuestra era, tan inconsistente, tan histérica. Su manera de vestir refleja su carácter, también los restaurantes que elige, siempre cerca de su casa. Y en ellos es francamente querido, además de por las elevadas propinas que deja, porque es encantador y habla, por cierto, en un español más que correcto.