Escribo esto desde París. El sábado, rodando por una pista auxiliar del aeropuerto Roissy-Charles de Gaulle, vi un Concorde de Air France, erguido como monumento. Este aeropuerto, que cumplió 50 años en 2024, fue hogar habitual del supersónico.
Llegaba de Barcelona, pero al aterrizar pensé en Caracas. ¿Por qué? Pues porque hace casi 50 años, en 1976, la capital venezolana recibió al Concorde procedente de París. Venezuela fue uno de sus primeros destinos, incluso antes que Estados Unidos. No fue solo un hito técnico; era el símbolo de un país conectado, ambicioso, en auge por el petróleo. Hasta José Luis Rodríguez, ‘El Puma’, lo inmortalizó en un videoclip, grabando escenas con el avión, un guiño nostálgico a una era dorada. Hoy, la aviación comercial venezolana es una sombra de aquello, con una flota envejecida y una reputación golpeada por la inclusión de Avior Airlines en la lista negra de la Unión Europea en 2017. Solo Conviasa, la estatal, resiste el naufragio, aunque con sus propios altibajos.

El auge
Cuando el Concorde aterrizó en Río y Caracas, Venezuela era un referente aeronáutico en la región. VIASA, la extinta aerolínea bandera, volaba a Nueva York, Lisboa y Roma, y fue la primera en Latinoamérica en operar un Boeing 747, alquilado a KLM en 1972. El Concorde de Air France, uniendo París con Caracas vía Azores o Dakar, era la joya: un vuelo de lujo que situaba al país entre la élite global. Maiquetía (el aeropuerto de Caracas) vibraba con rutas de Pan Am, Lufthansa y Aeroméxico, en un mercado impulsado por un bolívar fuerte y el petróleo. Pero ese brillo se apagó en los 90.
VIASA quebró en 1997 tras años de mala gestión y una privatización fallida con Iberia. La apertura a aerolíneas privadas como Avior, LASER y Aeropostal no llenó el vacío de la recordada ‘Venezolana Internacional de Aviación’. Dos décadas de crisis económica erosionaron el sector hasta los huesos.

El caso de Avior y la caída
El 30 de noviembre de 2017, la aviación venezolana recibió un nuevo golpe: Avior Airlines entró en la lista negra de la UE. No fue por un accidente, sino por “deficiencias de seguridad no resueltas”, según auditorías de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA). Avior, que soñaba con Europa, vio sus alas cortadas.
El veto reflejaba un problema mayor: INAC, la autoridad aeronáutica venezolana, no garantizaba estándares internacionales. Conviasa ya había estado en esa lista entre 2012 y 2013, tras incidentes como el accidente de un ATR 42 en 2010 que dejó 17 muertos y fallos sistémicos. Aunque salió de la lista con reformas, el estigma no se borró. La lista negra no solo prohíbe volar en Europa; recomienda evitar estas aerolíneas en todo el mundo, un mazazo para un país con el turismo en horas bajas.
Una flota obsoleta
Quitando a Conviasa, la flota comercial venezolana es un museo al aire libre. Aeropostal y Laser operan con reactores McDonnell Douglas MD-80 de más de 30 años; Avior, aunque sumó Boeing 737-400, también arrastra aviones treintañeros. La edad promedio ronda los 25-30 años, fruto de una crisis que frena renovaciones. Las sanciones de EE.UU. cortan repuestos, la falta de divisas ahoga, y muchos aviones terminan almacenados o despiezados.

Conviasa es la excepción a medias. Con una docena de aviones —siete son Embraer 190 y tres son Airbus A340 veteranos—, mantiene un puñado de rutas internacionales a Cancún, Moscú y La Habana. Pero la política, más que la rentabilidad, la sostiene. Sancionada por EE.UU. en 2020 como ‘instrumento’ del régimen de Nicolás Maduro Moros, su acceso a mercados y piezas está limitado. Aun así, es el último hilo de conectividad venezolana, mientras las demás languidecen.
Un paradigma de decadencia
Venezuela encapsula el auge y la caída de un sector que voló alto. Del Concorde a la lista negra, su aviación comercial refleja su historia: un boom petrolero que dio alas, seguido de una crisis que se las arrancó. La inclusión de Avior en 2017 y los vaivenes de Conviasa son ecos de un problema mayor: falta de inversión, supervisión y confianza global. Mientras el Concorde de Air France luce orgulloso en París tras dos décadas, los cielos venezolanos se vacían, atrapados entre un pasado que no vuelve y un futuro que no termina de despegar.