Las oficinas centrales de Boston Dynamics están divididas en tres zonas: el laboratorio de Atlas, su robot humanoide; un espacio para desarrollar robots logísticos, como los que ya utilizan las empresas de moda Gap y Nike; y el Spot Lab, el lugar donde se experimenta (y se graban la mayoría de esos vídeos que enseguida se convierten en virales) con el perro robótico Spot. Un amplio ventanal ofrece una visión completa de este último hangar desde el despacho de Marc Theermann, director global de estrategia de la compañía.
Hablo con él acerca de la nueva era de la robótica, según Boston Dynamics. La empresa, fundada en 1992 por el ex MIT Marc Raibert y propiedad hoy de Hyundai, tras pasar por las manos de Google y Softbank, está convencida de que podrá disponer de “un robot de propósito general a finales de esta década, capaz de no sólo entender el entorno, sino de manipularlo también de forma autónoma”, asegura.
Esta posibilidad hace explotar nuestras cabezas, pero se cuela en sus palabras una anécdota aparentemente menor con la que Theermann retrata el espíritu de nuestro tiempo. Cuenta que muchas empresas suelen organizar concursos entre sus empleados para poner nombre a sus unidades Atlas y Spot (sea así o de otra manera, dice, “el 100% los nombra”). Pero una compañía industrial tuvo una idea más refinada para promover la amistad entre personas y máquinas.
Hizo desfilar a su robot Spot por la cafetería durante un mes, para que los empleados pudieran hacerse un selfie con él. Un experto respondía todas sus dudas acerca de lo que era capaz de hacer y de lo que no el simpático ingenio saltarín. Cuando acabaron los selfies y las fotos, los responsables de la empresa supieron que había llegado el momento de introducir el robot en la planta de fabricación. “Ese es el tipo de gestión del cambio que se necesita”, explica Theermann, “no puedes simplemente dejar caer el robot”.

La gestión del cambio lleva de cabeza a las organizaciones, sean públicas o privadas. Cómo subirse a la ola de la transformación tecnológica, no digamos ya a la de la inteligencia artificial con sus intrincadas epifanías, sin enfrentarse al rechazo de directivos y plantillas. Hay formas creativas de abordarlo, como demuestra la empresa de la anécdota, y hay también cambios que no queremos ver. En estos días en los que el sector de la telefonía móvil trata de captar la atención del mundo desde el MWC de Barcelona, no deja de ser significativo el lugar reservado para él en la historia de Theermann: es el aparato para hacerse selfies con el perro robot Spot.
Las principales cargas de profundidad con las que me topo en la conversación tienen que ver con las variantes de negocio que se le presentan en el futuro a Boston Dynamics y al sector de la robótica en general. Theermann entró procedente de Google en lo que todavía podía considerarse una firma de investigación, y recibió el encargo de reinventar su estructura comercial. Hoy, los robots de Boston Dynamics acumulan muchos años ‘haciendo la calle’, interactuando con personas y con el entorno. Resultan adorables. Eso vale oro con el estallido de la llamada inteligencia artificial física: se trata de datos y muy pocas compañías tienen un arsenal así.
“La comunidad de IA busca asociarse con nosotros para obtener acceso a estos datos robóticos del mundo real que serán necesarios para crear grandes modelos de lenguaje (base de la IA generativa) y de comportamiento (Boston Dynamics colabora con el Toyota Research Institute en sus large behavior models)”, dice Theermann.
“La razón por la que existe una empresa como la nuestra es porque se avecina una gigantesca escasez de mano de obra”, proclama, “estamos en el camino de construir robots de propósito general, y eso significa tres cosas: robots que pueden caminar por donde un humano pueda caminar, que es algo que estamos haciendo ya; robots que pueden entender su entorno, estamos en el camino de ser mejores en eso; y robots que manipulen su entorno”.
Para esto último, aún falta. La visión de humanoides limpiando nuestras casas, cocinando y dándonos conversación, le recuerda a Theermann las historias sobre coches voladores de los años 60. “Nuestro robot Atlas, en ciertos casos, es más capaz que yo de dar una voltereta hacia atrás y puede levantar más peso que yo, en efecto. Pero a mí puedes enseñarme rápidamente una nueva tarea y, si es sencilla, en 30 segundos podré hacerla y repetirla. Eso no es posible para los robots hoy en día. Toda la industria está trabajando para lo sea”, me dice.
Boston Dynamics ha encontrado un buen nicho de ventas en las grandes instalaciones industriales, por las que sus robots autónomos deambulan con habilidades avanzadas, como la de detectar alteraciones del entorno y dar la señal de alerta. En la siguiente fase de la evolución de la robótica “pasaremos por una etapa de robótica de servicio, en la que estos robots estarán mucho más cerca de los consumidores finales. Tal vez en restaurantes, en parques temáticos, en hoteles. El público en general se podrá acercar mucho más a ellos y los experimentará en su vida diaria”.
Después de esa fase de servicio, según Theermann, “entraremos en la era del hogar, los robots caminarán por nuestras casas”. Será entonces cuando se produzca el extraño fenómeno de que las compañías de robótica especializadas en el mundo industrial desembarquen con todo su conocimiento en el sector del consumo. Nada de eso sería posible sin la aceleración de la inteligencia artificial. “La tecnología se abaratará, de hecho, es bastante fácil crear un prototipo, lo realmente difícil será pasar de ese prototipo a miles de robots desplegados. Ahí es donde estará nuestro factor diferencial”.
Boston Dynamics deja claro en sus términos y condiciones, por cierto, que está en contra de la militarización de sus ingenios. Eso sí, ha diseñado, explica su director de estrategia, el que considera el robot de desactivación de bombas más avanzado del mundo, capaz de detectar rehenes o personas atrapadas en caso de derrumbe o catástrofe natural. De modo que se ha buscado su hueco en el presupuesto de defensa.
Después de escuchar discursos apoteósicos, en los grandes eventos del mes de enero, acerca de las posibilidades de la inteligencia artificial generativa para inspirar una nueva era de la robótica y de la interacción humano-máquina, era indispensable hablar con alguien pegado al terreno, con todos los sesgos y la clarividencia, a partes iguales, del software y el hardware. El hangar de Spot, a través del ventanal de Marc Theermann, es un recordatorio telúrico de que la inteligencia artificial será lo que la robótica quiera hacer con ella.