Con Pep fuimos amigos y luego y por motivos que no vienen al caso dejamos de serlo. No es que piense que un columnista tenga que hacer esta clase de confesiones pero me interesa que el lector conozca la distancia y que fue causada porque me decepcionó en su trato.
Es emocionante verlo ahora en el fango, fiel a sus ideas. Terco, pertinaz, ciego, buscando la luz con la misma pasión de siempre, aunque de momento no la encuentre. Es más sexy ahora que pierde, ahora que siente dolor y permanece en sus convicciones, en su idea del fútbol, de la competición y la belleza. Más vibrante que verle levantar trofeos es ver cómo sufre en su perfeccionismo, su angustia y su genio ha llevado a sus jugadores al límite y mucho más allá, hasta romperlos. No han podido con su talento insaciable, con su salvaje voluntad de aurora. Este Pep heroico y doliente es el verdadero ídolo, el que cambia las cosas desde el fondo sucio y terrible, el que sabe que los muertos dejan sus óleos y tiene el valor de ir a recogerlos. Éste es el Pep letal, sangriento, fauno que increpa a Proteo. Sus ojos brillan en el aire negro.
Como toda pureza, la de Pep es destructora. Es creadora, es redentora, la mente se mueve de modo que no han de moverse las cosas. Y luego llega el desastre, el desastre provocado por la pureza extrema y que con profundidad y paciencia puede ser la semilla otra vez creativa. Guardiola, como todos los genios, es un hombre trágico y un nombre para el futuro. Un cepo firme en el centro del remolino. Asustado de sí mismo dejó el Barça a los cuatro años, cuando aún estaba a tiempo de huir de su inevitable destino. Con el City ha querido saber qué pasa con “el amor después del amor” y sus jugadores, exhaustos, fieras como sombras en el cristal, han caído de repente y a peso y no han podido seguirle.
También es reconfortante, por tristemente inusual, ver cómo el City entiende el genio de Pep y lo protege, y lo prefiere a ceder a la tiranía de los jugadores. Que un club asuma el desgaste de atacar la cima por la cara norte y haga prevalecer su compromiso con la Gracia por encima del populismo y la demagogia es el verdadero lujo asiático, mucho más que el dinero. Aunque sin dinero, por supuesto, no podríamos contar esta historia de la misma manera.
Y mientras otros clubes y otros presidentes se demoran en objeciones menores y pasan por alto la sustancia y se devoran una vez tras otra como caníbales, Pep tiene el respaldo de sus dirigentes para acabar esta temporada como pueda, renovar la plantilla, y con los nuevos volver a su obsesiva práctica constante de cambiar el carácter y las inclinaciones de los animales que cría en función de su propósito.