No hay en el mundo, en esta era por lo menos, un periodista como Federico Jiménez Losantos, con su cultura, su memoria, su capacidad insólita, infinita, para trenzar discursos sin borrones poniendo en relación las muchas cosas que sabe. Es un atraso juzgar el talento por la adscripción ideológica, es sectario y casposo.
El talento de Federico para articular ideas, conceptos, mensajes es de una brutalidad desconocida y se basa sin duda en el don pero también en lo aprendido y lo retenido. Hay libros que vagamente recuerdo que leí hace muchos años, de los que él puede recitar fragmentos de memoria porque hablando de otra cosa se le ha ocurrido de repente que podría venirle bien la referencia.
El dominio apabullante de la Historia, el oído para la cadencia, el buen gusto por el vocabulario y el humor con que en momentos de saturación sabe desengrasar su propia maquinaria le convierten en un periodista único. Luego le llama separatista a Salvador Illa y todos sabemos que Salvador Illa no es independentista, sino todo lo contrario, y tantos otros detalles sin importancia que palidecen ante el vigor de sus palabras bien elegidas, bien dichas, bien proyectadas.
Un Estado también necesita ser defendido así. No sólo así pero también así. Y Federico eleva su voz sobre las demás con el esfuerzo y la ofrenda que le han permitido llegar hasta aquí. Esfuerzo y ofrenda, esto es lo importante en todos, pero muy específicamente en él. Sin haber trabajado mucho no habría conseguido sus muy meritorios logros pero tampoco sin el don que le fue directamente entregado por Dios. Esforzarse es imprescindible pero no suficiente para brillar en las alturas de Federico. El talento tampoco le habría bastado si no hubiera sabido qué hacer de él.
Como en Las Vegas el hombre creado por Dios desafía sus límites gracias a la espiritualidad que le ha sido concedida; como en Las Vegas los exploradores y luego los empresarios hicieron de un desierto el punto lumínico más potente de la Tierra -y todavía hay gente que dice “me gusta” o “no me gusta” Las Vegas, como si lo importante fueran las opiniones y no los hechos. y como si esta ciudad fuera sus casinos o sus fulanas y no ese diálogo con la Creación llevado a la última línea- así Federico, un bajito de pueblo, de infancia dura, de dicción difícil, de disparo en la pierna en lugar de rendirse o acobardarse, o pactar con la realidad en las tonalidades mediocres, se alzó con todo su ser y toda su extravagancia, creando el único matinal radiofónico distinto a los demás: basado en su talento, en su personalidad, adaptando la estructura a su discurso y no al revés, y ahí está con su fuerza, con su empresa que empezó casi en la clandestinidad, con su determinación que le ha llevado siempre a resultar relevante a pesar de competir con muchos menos recursos que el establishment.
También como de Las Vegas, aún hay quien dice de él me gusta/no me gusta, pero es cierto que las personas inteligentes de cualquier ideología saben distinguir su luz y celebrarla, aunque suelen evitar escucharlo porque saben que les va a mencionar y no quieren empezar el día -y yo lo entiendo porque a veces me pasa y no es agradable- ante un espejo tan amargo.