El calendario marcaba el año 1944 y las venas de Europa se desangraban entre los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial. Incrustada en el corazón de Europa, sin embargo, a contracorriente, la muy neutral Suiza se aislaba del ruido externo dentro de su oasis bucólico, envuelta en problemas domésticos mucho más prosaicos. Fanáticos de la puntualidad, los helvéticos andaban detrás un sistema fiable que modernizara y centralizara el horario de toda su red de trenes nacionales, uno de sus grandes orgullos patrios.
Para ello, la compañía estatal de ferrocarriles suizos (la Schweizerische BundesBahnen -o SBB- en alemán) encargó al ingeniero Hans Hilfiker un reloj que marcase de forma clara y unívoca la hora de llegada y partida de los trenes en todas y cada una de las estaciones del país (desde las más utilizadas, situadas en el centro de las grandes ciudades, hasta las ubicadas en los pequeños y apartados apeaderos de montaña). Hilfiker, que por entonces tenía 43 años, había estudiado electrónica y telecomunicaciones en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich y había trabajado antes para la compañía Siemens en Argentina, donde se había encargado de diseñar toda la línea telefónica de la ciudad de Buenos Aires.
A pesar del peso simbólico e importancia del encargo, Hilfiker optó por un diseño simple y austero, huyendo de las vanguardias de moda, comprendiendo que lo clásico casi siempre acaba convirtiéndose en algo mucho más funcional y duradero. Eliminó los números de las horas y los sustituyó por gruesas franjas oscuras, que resaltaban claramente sobre el fondo blanco de la esfera, dejando las habituales líneas del minutero sin cambios. El único toque rupturista por el que apostó fue el segundero: reconvirtió la punta de la manecilla en un disco redondo (una especie de homenaje a la bandera que levantaban los jefes de estación para advertir de la salida de los trenes) y la pintó de rojo para hacerla así más llamativa (usando además de este modo el mismo código cromático –rojo y blanco– de la bandera de Suiza).
El mecanismo del SBB Evo2 (como se bautizaría a este modelo) estaba sincronizado con el gran reloj principal de la sede central de los ferrocarriles estatales, sita en Zúrich, enviando este último cada minuto un impulso eléctrico por cable a todos y cada uno de los Evo2 instalados en las diversas estaciones del país (lo que permitía acompasar milimetricamente todas las agujas al mismo horario, en una ejercicio de sincronización admirable)
Por este motivo, el segundero rojo tarda solamente 58,5 segundos en completar el recorrido, ya que se detiene durante 1,5 segundos cuando llega a las 12, esperando el impulso eléctrico del ‘Gran Hermano’ central para reanudar su movimiento.
El reloj diseñado por Hilfiker se convirtió, casi desde su nacimiento, en un icono de Suiza y su idiosincrasia (como su chocolate Toblerone o sus navajas multiusos) y acabó extendiéndose a distintos formatos populares (modelos de pared, despertadores, llaveros, etc). La firma relojera suiza Mondaine (fundada por Erwin Bernheim en 1951) decidió comprar los derechos del Evo2 a la propia SBB y, desde entonces, su nombre viste y preside todos los modelos que se pueden contemplar en las estaciones (o sus licencias comerciales). Así, pronto comenzó a producir un modelo de reloj de pulsera muy popular que todavía hoy se vende con gran éxito (cuesta en torno a unos 250 euros).
Como curiosidad, podemos añadir que Mondaine demandó en 2012 a la todopoderosa Apple por haber ‘plagiado’ su modelo en la aplicación iOS 6 Clock del iPad (algo bastante evidente, si alguien se molesta en buscarlo en Google). De hecho, dicen las malas lenguas que la marca de la manzana tuvo que indemnizarles con 17 millones de euros (o su equivalente en francos suizos).
¿Y qué fue de Hilfiker? Continuó diseñando y generando admiración por su talento. Entre 1958 y 1968 trabajaría para la compañía Therma AG (que a partir de 1978 pasaría a llamarse Electrolux) donde desarrolló toda una gama de cocinas compuesta por módulos (que podían combinarse entre sí) de lo más innovadora. Su modelo de reloj SBB Evo2 aparece expuesto en numerosos museos del mundo y está considerado como una de las creaciones clave del diseño industrial del siglo XX.