Hasta el gorro de gorras de beisbol con la pegatina plateada del fabricante 9 Forty bien puesta para que los colegas vean que no es de los manteros; cansado de gorros de marinero rojo a lo Jacques Cousteau, al hipster, al enteradillo, le queda aún por descubrir el viejo sombrero de sus abuelos. Pero… ¿Cómo no parecer estúpido con uno? “Wherever I Lay My Hat, (That´s My Home” (Donde dejo mi sobrero ahí está mi casa) cantaba Marvin Gaye.
Hubo un tiempo en que un hombre elegante usaba sombrero sí o sí. También cuentan los cronistas que un hombre elegante vestía corbata sin estar obligado y calzaba zapatos de cordones porque las zapatillas eran para hacer deporte. Todos los complementos se han ido reciclando en menor o mayor medida y el sombrero espera agazapado recuperar su momento de esplendor. ¡Qué nadie tenga la menor duda de que llegará!
Mi amigo Alex Bilmes, director hace más de diez años de la edición británica de Esquire, dice que cuesta porque “el sombrero al hombre le hace parecer más afectado. No pasas desapercibido si te lo pones. Antes pasaba eso con las gorras de beisbol ahora ya no”. Nada peor que pretender parecerse a Humphrey Bogart sin querer porque parecerá que vas disfrazado, que no eres tú. Alguien que se viste de los que no es es un fantoche.
Entre los hombres famosos que presumen de sombrero, Pharrell Williams que hizo mucho por el complemento fotografiándose hace diez años ya con el cuatro bollos, sí, el de la policía montada del Canadá. David Bowie lo visitó en alguno de sus looks -en el último número de la revista Uncut, la que elige los mejores discos de los noventa, sale con sombrero. También es buen cliente el restaurador Jeremy King, muy conocido en Inglaterra por los restaurantes The Park en Londres y Arlington. Pharrell Williams, preguntado por su apuesta por el fieltro para abrigarse la cabeza, explicó, “cuando me pongo un sombrero siento como si me diese a mí mismo una aprobación”. Los más populares siempre son los sombreros tipo Fedora, -el favorito de David Beckham, que suele combinar con una gafas Ray-Ban Wayfarer negras; el Homburg o el Trilby, – el preferido de Brad Pitt- más de saxofonista de jazz divorciado o si es de fibras frescas de “me piro cuatro días a Ibiza y lo voy a dar todo”.
En el aeropuerto de Ibiza, desierto en invierno de turistas, con las pantallas de led vacías ocupadas habitualmente por los carteles de las discotecas con el pincha discos Black Coffee -elegido mejor DJ del mundo 2024-, Claptone, David Guetta, Steve Väth, se ve a alguna que otra mujer con sombrero. El invierno en Ibiza merece que Antonio Muñoz Molina se piense continuar su novela El invierno en Lisboa. En cuanto el sol caliente los turistas que pasan en Ibiza o Formentera dos o tres días, traen siempre dos cosas, un sombrerito de paja que se ve que no se han puesto nunca y el bolso hippy chic de playa de Christian Dior (las más pudientes el Tote Bag original de 2700 euros, las otras el del top manta). Para ellas el sombrero hace tiempo que no es un tabú sino otro accesorio más. Para nosotros aún permanece en otra época, vamos que no hay cojónes para ponérselo. Assumpta Jiménez-Ontiveros, ex directora de comunicación de Chanel y ahora en la Fundación Francesca Thyssen presume de sombrero con gracia en su Instagram. Y también la periodista Mónica Montero, pareja de Jean-Guillaume Charvet, representante de David Guetta, lo luce con estilo. Elena Cue -no se pierdan sus artículos en ABC- es otra aficionada al sombrero. La lista de mujeres con sombreros de fieltro, normalmente grandes, de ala ancha, aún sin marca reconocida, es interminable.
Yo tengo varios de los que presumo siempre que puedo pero no me atrevo, aún, a sacarlos a pasear. En verano si me protejo la mollera con un Panamá -me encantan los de Yosuzki- y le llevo a los toros en el tendido bajo del 10 en San Isidro, y a los San Fermines, pero en invierno no me encuentro y mira que el frío en la cabeza pelada es irritante.
¿Dónde comprarte un buen sombrero si no eres un experto? Recomiendo cuatro tiendas en cuatro ciudades, según mi cuaderno de campo, en el que apunto hoteles, restaurantes, baretos, sastrerías, peluqueros, limpiabotas y demás utilidades de caballero digital. En Londres, desde luego, Lock & Co, Bates o Herbert Johnson. También merece la pena visitar, aunque no compres, la tienda del legendario fabricante norteamericano Stetson, recién abierta, con su fachada roja cabina de teléfonos, en el Covent Garden londinense. Stetson distribuye bien en España pero no trae todos los modelos, los más americanos, los más country & western se quedan allí.
En Chicago, una de mis tiendas favoritas, sino mi favorita de todas, y que considero parada obligatoria se llama Optimo hats, ya saben el hampa, el frío polar de los lagos, el jazz y el blues en garitos. En su cuenta de Instagram alucinas con los clientes (John Lee Hooker, Buddy Guy o Kevin Costner en Los Intocables entre muchos). En Madrid, Yoqs, la sombrerería favorita del subdirector de TAPAS, escritor y guitarrista de Los Reposados, Javier Marquez y la mía del foro también. Este sevillano con raíces en Lavapiés es uno de los mejores paseadores de sombreros clásicos que conozco. Y no me olvido del pintor Eduardo Úrculo que los inmortalizó en sus cuadros. El fotógrafo Jordi Socías ha hecho mucho por el regreso del sombrero, aunque no se los pone mucho, pero no hay sesión de fotos que no resuelva con uno: la más famosa, la de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina para la gira “Dos pájaros de un tiro”. No es fácil sacar a Sabina del bombín para las fotos, os lo aseguro. ¿Volverá llamar Sabina a Socías para la imágenes de promoción de su última gira? Veremos.
En Sevilla, Maquedano desde 1896 y en Donosti la fascinante Leclercq, en el barrio viejo, con sus chapelas que si ven por allí pero de Burgos ya no bajan. No hay ciudad con poso que no tenga una buena sombrerería. ¡Investiguen, investiguen! Pocas cosas dan más placer que comprarse un sombrero cuando se hace turismo. ¡Ah y por último Nueva York!, claro. En Manhattan mi favorita es J.J. Hat Center donde presumen de ser la tienda de sombreros más antigua de Nueva York -imagínate los músicos de jazz que cubrieron allí sus tristezas – en la Quinta avenida casi debajo del Empire State.
Pocos elementos mejores para despedirse de alguien con romanticismo que un sombrero. Quizá una canción. Para despedir el artículo recomiendo una banda sonora, una propuesta, aunque habría miles, de Van Morrison, de Keith Richards (aunque se haya cambiado a los gorritos para evitar que se le caigan en el escenario) o a Leonard Cohen. Una propuesta inesperada: el cubano Silvio Rodríguez (78): “Una mujer con sombrero/ Como un cuadro del viejo Chagall/ Corrompiéndose al centro del miedo/Y yo, que no soy bueno, me puse a llorar”.