Un ojo avispado habría podido reconocer el pasado fin de semana a una treintena de CEOs de grandes multinacionales europeas pululando por el hall del Four Seasons de Madrid. “Mira, esos dos son del automóvil”, dice mi interlocutor mientras señala con la barbilla. A las 18:30 del sábado, la agenda del European Round Table marca salida hacia el Palacio Real para visitar la Galería de las Exposiciones Reales.
Pero lo que la industria europea desea hoy de España va más allá de nuestra esplendorosa pinacoteca. Quiere electrones verdes. El presidente de una de las grandes corporaciones industriales de Alemania ha dedicado las dos últimas semanas a visitar empresas en nuestro país para recolectar ese bien preciado… y analizar cómo transportarlo a sus fábricas. Ese es el gran problema.
Se trata del nuevo oro verde, el yacimiento de energía producida por aerogeneradores y placas fotovoltaicas con el que España disputa directamente la preeminencia continental al norte de Europa. De su capacidad para acceder a él, a gran escala y de forma sostenible, depende el futuro de la industria occidental.
“¿Por qué se instalaron plantas siderúrgicas junto al río Chemnitz de Sajonia (Alemania), en el País Vasco y en Sagunto?”, continúa mi contraparte, “porque tenían acceso a carbón, es decir, a energía; y a agua para el transporte”.
La energía fue clave en su momento y lo sigue siendo hoy, cuando las exigencias del Pacto Verde Europeo lastran la competitividad de sectores estratégicos como el acero, la química, el cemento, el aluminio, el transporte pesado y, por extensión, la de todos los que dependen de ellos.
Suele decir el científico emprendedor español Javier García, expresidente de la Unión Química Internacional (IUPAC), que no estamos asistiendo a un proceso de sustitución energética, sino de adición energética. Por más que obtengamos suministro de eólica y solar, las emisiones de CO2 no bajan a nivel mundial. Es la cara oculta del cambio climático.
Una parte del problema puede residir en que la transición ecológica se ha diseñado con el foco puesto en la generación. Estamos asistiendo a una siembra acelerada, frenética, de campos de producción de electrones verdes, sin pensar demasiado en las sustancias de valor que deben producirse a partir de ellos, como el hidrógeno. Y, sobre todo, sin haber resuelto aún la forma en la que llegarán hasta la industria centroeuropea.
Es significativo que Thyssenkrupp haya acordado con Moeve, la compañía antes conocida como CEPSA, colaborar en el diseño y la ingeniería de su futura instalación de hidrógeno verde. El contrato incluye 15 unidades de electrolizadores scalum con una capacidad de 20 MW cada una.
Paradójicamente, a pesar de la alianza, Thyssenkrupp no tiene garantizada la llegada del hidrógeno verde a su prometedora y flamante futura planta de acero de reducción directa, que podría empezar a producir ese material libre de carbono a partir de 2029. La construcción de una conducción es la condición sine qua non. Demasiada incertidumbre.
Con seguridad, hasta 2029, la planta de Thyssenkrupp funcionará con gas natural. Quizás como solución transitoria se utilice el amoniaco, del que se puede extraer el hidrógeno, pero las cuentas no salen con ese apaño a largo plazo. Y sin sostenibilidad económica, la sostenibilidad ambiental no es posible. Al menos en suelo europeo. “Los del automóvil están diciéndonos que, por muy verdes que seamos, tenemos que ser competitivos”.
Una alternativa podría ser la deslocalización de industria. Nuestro país jugaría la carta de nuevo destino de turismo fabril, con los electrones verdes como gran atractivo. Ahí lo tienes: esa España, tan propensa a entretenerse en cuestiones fundamentalmente banales, sujetando la sartén por el mango mientras mira llover por la ventana.
Cuando eso pasa, lo que la historia nos dice es que viene capital foráneo, toma la iniciativa y se ocupa de aprovechar la oportunidad. Lo hicieron los Rothschild en el siglo XIX con los ferrocarriles, primero, y junto los Matheson y la Goldschimidt, en las minas de Riotinto, después, por poner el ejemplo de una sola familia.
La directiva de SEAT Maria Tarrés lo acaba de decir en el Congreso de Eurecat en Barcelona: nuestro país tiene “una ventaja competitiva” porque la electrificación es “la clave para la descarbonización”.
En la toma de decisiones de inversión de un sector tan tecnológico como el de los centros de datos, el acceso a la energía verde es un factor crítico, aunque la red de distribución no esté lista todavía en muchos casos.
Estar sentados sobre un barril de materias primas valiosas, en este caso los electrones verdes, no es garantía de enriquecimiento. Muchos países que no logran salir del grupo de economías en vías de desarrollo pueden atestiguarlo. La clave consiste en generar una industria capaz de convertir esos electrones verdes en moléculas de más valor añadido. Algo es seguro: si no lo hace nuestro tejido productivo, lo harán otros.