Una de las cosas que he aprendido en mi corta pero intensa vida como padre es a no idealizar situaciones. Imaginamos momentos televisivos, reencuentros a lo El Almendro, fiestas de cumpleaños inolvidables, y te encuentras con indiferencia tras faltar dos días en casa o con una bronquitis en la celebración del segundo aniversario. Hay que disfrutar de lo que viene y no tener demasiadas expectativas más allá de sacar lo mejor de cada circunstancia. La vida estará ahí para que lo que pretendías que fuese Hollywood se quede en película de sobremesa de Antena 3.
Como somos idiotas, tanto en general como en particular, este fin de semana nuevamente hemos idealizado la visita al mercado navideño de Nuevos Ministerios, primera vez de nuestra hija en un evento así con una edad con la que fabricar recuerdos. Si la expectativa era alta, la realidad se ha parecido al infierno. Puede que nos imaginásemos una preciosa nevada acompañada de licor dulce, pero la realidad ha sido la que continúa.
Llegamos en metro y salimos del ascensor con otros dos coches de bebés, teniendo que soltar dos chasis que se habían enganchado entre sí antes de salir. Esperamos una cola de varios minutos para entrar, rodeados de niños chillando y con la nuestra tratando de bajar de la silla. De hecho, una tónica de toda la hora ha sido correr tras ella para que no se pierda entre la multitud. La sensación es que todo Madrid ha decidido hacer exactamente lo mismo. Más que un mercado navideño, es un bazar de puestos de comida más preparado para adultos que para enanos. Ya desde el comienzo suena la mítica canción de Mariah Carey, pero cantada por un tío. Me da hasta pena que no se sigan los cánones.
Nos retiramos de varias colas para pedir birras, cookies o hamburguesas. Terminamos pidiendo un gofre con chocolate. Hay tantas personas que a una se le cae parte de su chocolate en mis Converse. Sonrío disculpándola, aunque mis ojos fulminan al infractor. El plan es esquivar colas de puestos hasta sentarnos en una mesa casi llena a comer el gofre. Sensación de espera en un aeropuerto, pero con luces navideñas de fondo. La gota que colma el vaso es una versión en reguetón del “Pero mira cómo beben los peces en el río”. ¿En serio? ¿Qué pasa con esta sociedad?
Otra tarde más para darse cuenta de una máxima. Cuanto más idealizas, más te alejas de lo ideal. Supongo que aplica a todo.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.