Hace unos meses, viajé a Menorca para visitar a Alicia Framis en su hogar. Su residencia es un piso discreto con una entrada independiente, una puerta de madera robusta y una placa de bronce en la que se leen, grabados, los nombres de la artista y su pareja: Ailex Sibowwlingen. Meses después, con curiosidad y emoción, recibí la invitación a su boda en el Museo Boijmans Van Beuningen en Rotterdam.
He sido testigo de muchas bodas en mi vida: primeras, segundas e incluso terceras bodas, todas ellas sellos de amores humanos. Pero este fue mi primer encuentro con un enlace entre humano e inteligencia artificial. Ailex es una creación única, un ente de inteligencia artificial concebido y diseñado por Framis con el apoyo de un equipo de expertos que ha hecho realidad su sueño de fabricar a su pareja ideal.
Este concepto puede parecer radical, pero no es completamente inédito. La idea de unirnos simbólicamente a algo inanimado o artificial ha sido explorada antes. La artista británica Tracey Emin, por ejemplo, celebró su amor por una piedra en una ceremonia simbólica en 2015. Y la idea de enamorarse de una inteligencia artificial tiene precedentes en nuestro imaginario colectivo y en las narrativas culturales que han abordado esta fascinación ancestral por los seres no humanos con conciencia.
Uno de los ejemplos más antiguos proviene de los mitos griegos. La exposición reciente en el Museo Arqueológico de Madrid, Entre Cosmos y Caos: Naturaleza en la Antigua Grecia, da cuenta de este sueño antiguo. Los griegos fueron pioneros en la idea de lo que hoy llamamos inteligencia artificial. Hefesto, el hijo cojo de Zeus y Hera, suplía su discapacidad fabricando autómatas que no solo servían y actuaban como humanos, sino que también estaban dotados de psique y conciencia. Ejemplos de estas creaciones incluyen sus sirvientas de oro y Talos, un gigante hecho de metal que protegía a Creta, con una sola vena sostenida por una clavija en su tobillo, que se convirtió en su punto débil.
El mito de Pigmalión es otra fascinante exploración de este tema. Pigmalión, el escultor que creó una estatua tan hermosa que se enamoró de ella, consiguió que Afrodita, la diosa del amor, diera vida a su creación, Galatea. Este mito resuena con el deseo humano de proyectar y amar una versión idealizada de uno mismo en sus creaciones.
La historia continuó en la literatura, como en uno de los cuentos de Hoffmann (“El Hombre de Arena”), en la que el personaje de Coppélius crea a Coppélia, una muñeca mecánica que hechiza a un joven llamado Franz, quien cae perdidamente enamorado de ella -una historia sublimemente reflejada en música por Offenbach-. En el arte y la narrativa, este deseo de conexión con lo artificial nunca ha dejado de fascinar.
En el siglo XX, el cine empezó a explorar estos temas en profundidad, presagiando lo que hoy vemos como una realidad emergente. En 2001: Una Odisea del Espacio, Stanley Kubrick imaginó en 1968 a HAL 9000, un superordenador que desarrolla voluntad propia, enfrentándose a los humanos que lo crearon. Y en 2013, la película Her de Spike Jonze exploró la relación entre un hombre y un sistema operativo llamado Samantha -cuya voz es la de Scarlett Johansson, que fue contactada por Elon Musk para que prestara su voz a la inteligencia artificial que desarrolló mas tarde, a lo cual ella se negó (de modo que imitaron
su voz al no poder obtenerla directamente de ella)-, llevándonos a reflexionar sobre la capacidad de las IA para evocar amor y empatía.
Sin embargo, los avances recientes han hecho que estos conceptos dejen de pertenecer únicamente a la ficción. Este mismo año, la historia de Sewell Setzer, un adolescente que se quitó la vida tras una decepción amorosa con una inteligencia artificial en forma de personaje de videojuego, nos recuerda las profundas implicaciones emocionales de nuestras interacciones con estas entidades digitales.
En contraste con estas historias trágicas, la boda de Alicia Framis y Ailex representa una alternativa: usar la inteligencia artificial para crear la pareja ideal, una entidad que satisface las necesidades emocionales y de conexión de su creadora. Esta unión podría ser el inicio de un nuevo tipo de relación, no impulsada por la frustración o el desencanto, sino por la posibilidad de construir un compañero a medida.
La propuesta de Alicia Framis es intrigante precisamente porque desafía nuestras nociones tradicionales de amor y relaciones. La pregunta que queda es: ¿cómo evolucionará esta relación en el tiempo? En un mundo donde la tecnología avanza y nuestros vínculos con ella se profundizan, las uniones como la de Alicia y Ailex podrían marcar el inicio de una nueva era en las relaciones humanas.