Hace unos días, en una cena con amigos, alguien comentó un ataque de phishing que sufrió su hermana. Lo sorprendente fue que, al preguntar a los demás, todos los presentes habían sido víctimas de algún intento de fraude online o conocían a alguien cercano que lo había vivido. Esto no es una coincidencia aislada. La ciberseguridad, que hace unos años era una preocupación casi exclusiva de las empresas, ha pasado a ser una cuestión que afecta a cada individuo en su vida cotidiana. Hoy, la digitalización avanza a una velocidad vertiginosa, y con ella, la capacidad de propagación de los ciberataques.
La rapidez con la que adoptamos nuevas tecnologías ha creado una “tormenta perfecta” para los ciberdelincuentes. Antes, era difícil imaginar que un ciberataque pudiera afectar a un ciudadano. Hoy, cualquier persona con un ordenador en casa puede ser víctima de un info stealer, un malware que roba datos como contraseñas o información personal. A medida que estamos más y más conectados, el factor humano sigue siendo el eslabón más débil en la cadena de seguridad.
El crecimiento de los ataques no es casualidad. Los ciberdelincuentes están utilizando tecnologías avanzadas para hacer sus tácticas más creíbles y efectivas. Los correos de phishing que antes eran genéricos ahora están tan personalizados y bien diseñados que casi no se distinguen de los mensajes legítimos, lo que aumenta las posibilidades de éxito. Además, la inteligencia artificial ha permitido que herramientas como el deepfake imiten voces y rostros con tal realismo que es cada vez más difícil detectar engaños, como sucede con las estafas telefónicas (vishing).
Un dato que me llama la atención, en España, cerca del 50% de la población ha sido víctima de estafas online, con el phishing como una de las técnicas más comunes.
Dado este contexto, la responsabilidad de protegernos no solo recae en la tecnología, sino también en nosotros mismos. No necesitamos ser expertos en informática, pero es fundamental adoptar algunos hábitos clave para mantenernos seguros online. Por ejemplo, proteger tu información y tu equipo manteniendo siempre actualizado tu sistema operativo, ya que estas actualizaciones corrigen vulnerabilidades. Nunca repitas las mismas contraseñas y utiliza la autenticación en dos pasos siempre que sea posible. Ser discretos online y en público y evitar compartir información personal en redes sociales o en conversaciones abiertas que puedan ser escuchadas. Pensar antes de hacer clic o responder, pues los correos maliciosos suelen parecer legítimos. Si tienes dudas, confirma siempre la fuente antes de actuar. Y, por último, si sospechas, verifica o reporta que algo te parece extraño. Comunicar los intentos de fraude no solo te protege a ti, también a los demás.
La ciberseguridad es un reto que requiere colaboración a todos los niveles. A nivel macro, los sectores público y privado ya han empezado a trabajar juntos para compartir información y buenas prácticas que fortalezcan un frente común contra el cibercrimen. Este mismo principio también aplica en la vida cotidiana y a nivel personal. Compartir información útil, advertir a los demás sobre intentos de fraude o ataques y fomentar la educación sobre estos riesgos nos ayuda a crear una sociedad más resiliente frente a las ciberamenazas.
Volviendo a aquella cena con amigos, quedó claro que los fraudes online son más comunes de lo que pensamos. Pero también es evidente que podemos hacer mucho para prevenirlos. Estos pequeños cambios no sólo nos protegen, sino que nos permiten disfrutar con confianza de ese lugar tan cotidiano: nuestra vida online.
* Hazel Díez es Directora global de Seguridad de la Información, Ciberseguridad y Prevención del Fraude de Banco Santander