Salvar comercios antiguos o con historia se ha convertido en la última cursilería de la gastronomía catalana. Recuperar viejos conceptos, viejas marcas que cayeron en desuso también se ha puesto muy de moda y no deja de reflejar una cierta falta de imaginación y de talento y una absoluta aversión a la creatividad.
No sólo sucede en Barcelona pero sobre todo en mi ciudad surgen cada vez más iniciativas para negar el paso del tiempo y hacer operaciones de estética y recauchutaje de viejos restaurantes o bares que si fracasaron o se vieron al borde del cierre es porque dejaron de contar con el favor del público, que es algo que siempre hay que respetar porque si no más temprano que tarde se acaba desfigurando el mercado y la propia naturaleza de la oferta y la demanda con falsificaciones que lejos de conservar la esencia de lo antiguo son meros simulacros que conducen a la vulgaridad.
Lo antiguo no tiene un prestigio especial. Tiene mérito durar muchos años y ser capaz de hacer algo que durante muchas generaciones guste a mucha gente. Pero si necesitas operaciones de salvación es evidente que no es el caso de tu negocio. Por lo tanto, sin el valor del negocio, hay que aceptar el paso del tiempo que a todos nos afecta y nos acaba hundiendo en la muerte y en el olvido.
De este material está hecha la vida. De esta finitud. Alterarla artificialmente con operaciones de maquillaje tiene poco sentido tanto en las personas como en los restaurantes. No hay que destruir lo que funciona en beneficio de lo nuevo pero tampoco hay que glorificar lo que sin duda fue el reflejo de otra época y ha ido decayendo.
Cada era proyecta su lista de grandes éxitos. Eterno sólo son Dios, Ferran Adrià y Maradona. Todo lo demás es engañar a un público que ya dio su opinión sobre aquel bar, no yendo o yendo muy poco y obligándolo a cerrar.