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Opinión Javier Ortega Figueiral

El aeropuerto que se encarriló 

Lleida-Alguaire: de la crítica a la lógica en 15 años.

El aeropuerto de Alguaire desde el cielo. La cubierta de la terminal de pasajeros y el fuste de la torre de control, obra del estudio de arquitectura b720, imita a los campos de cultivos que lo rodean.

Se suele decir que algo nuevo pone a un lugar en los mapas. A veces es una exageración, como cuando con un evento se intenta vender que “X es la capital mundial de…” y evidentemente no lo es, pues el mundo sigue girando. Sin embargo, a veces sucede de verdad, como cuando un aeropuerto adopta el nombre del municipio donde está ubicado. 

Es el caso de Alguaire, un municipio de 50 km2 y 3.006 habitantes censados, que tiene como evento más destacado la Fira de la Figa o Feria del higo, un acontecimiento bienal alrededor de un producto dulce y exquisito que es orgullo local: el higo de cuello de dama.

Este pueblo, a 17 kilómetros de la capital provincial, acabó dando nombre a un aeropuerto: Lleida-Alguaire, a 18 kilómetros de la capital provincial, 170 de Barcelona, 157 de Zaragoza y 500 de Madrid. El aeropuerto se construyó entre 2007 y 2009, tres años que, como recordarán, significaron pasar del “todo va bien” al “elegimos un mal momento para arrancar”, tras el estallido de la crisis económica de 2008. 

Herencia de otros tiempos

La memoria es frágil, y el aeropuerto, que enseguida fue criticado ‘por innecesario’, junto a otros de la península, fue objeto de deseo territorial. Para su construcción se postularon Almacelles, Alcarràs (les sonará su nombre por la exitosa película de Carla Simón) y Alfés, el mismo municipio donde ya existía un aeródromo, clausurado por razones medioambientales y sobre el que se iba a construir inicialmente el nuevo aeropuerto. 

Vueling fue la primera operadora del aeropuerto de Lleida-Alguaire en 2010. (b720)

Con la instalación lista en 2009, la coyuntura económica y unos cálculos demasiado bienintencionados no ayudaron a consolidar una instalación que recibió su primer vuelo a principios de 2010 y durante un tiempo tuvo varios destinos servidos con líneas aéreas de bajo coste. Las perdidas eran compensadas con planes de marketing entre autoridades turísticas y las propias operadoras. 

Curiosamente, al cabo de un año del inicio de operaciones, la terminal se tuvo que ampliar con unas estructuras provisionales que por el lado aire rompían parcialmente con la estética de un edificio diseñado por b720, el estudio de arquitectura de Fermín Vázquez. Este creó un exquisito edificio para aviación regional. Estaba concebido para aviones más pequeños que los Boeing y Airbus que acabaron protagonizando los primeros vuelos regulares. Posteriormente también eran del mismo tamaño los aviones turísticos que llegaban con esquiadores del norte de Europa para disfrutar de una semana de nieve en Baqueira Beret y sobre todo en las estaciones de esquí de Andorra, país que queda a 180 kilómetros de la instalación. Los pasajeros llegaban, aunque no como se esperaba.

Air Nostrum es la única compañía regular que opera actualmente en el aeropuerto con vuelos todo el año a Mallorca y en verano a las otras dos islas de baleares.

Cambio de rumbo  

Una vez constatado que el grueso de los vuelos regulares no funcionaba como un negocio coherente y la fidelidad de los operadores turísticos era muy liviana (además de los viajes de esquí llegó a existir una serie de vuelos charter Tel Aviv-Lleida con la israelí Arkia) Los gestores del aeropuerto vieron claramente que esa excelente instalación tenia un potencial mucho más allá de los vuelos de pasaje para evitar su infrautilización. 

En 2014 arrancó un largo camino para los miembros de Aeroports de Catalunya, gestor de una de las pocas instalaciones de este tipo en territorio español que no es de Aena.  La solución se buscó en convertir el aeropuerto en una plataforma abierta a la industria aeronáutica, a abrirse a proyectos de desarrollo aeroespacial y a la formación para futuros profesionales del sector.


Una plataforma repleta de aeronaves para aparcamiento de larga estancia o reciclaje de estas. Algunos aviones acaban su vida útil en Alguaire.

No solo se forma a quienes vuelan, sino también a quienes están en tierra, cuidando de las aeronaves, crean de nuevas tecnologías o “hacen desaparecer” aeronaves, pues la pista de Lleida-Alguaire es la última en la que han aterrizado numerosas aeronaves para ser recicladas y desguazadas al final de su vida operativa. La crisis sanitaria de 2020 fue un contraste para la instalación, pues supuso un tiempo de relativa bonanza gracias a la cantidad de solicitudes para aparcar aviones en la instalación, un aparcamiento que no es tan solo dejar la aeronave en el lugar, sino mantenerla. Las sociedades Aeronpark y Servitec inquilinas de la instalación, lo saben bien.

En 2020, una plataforma de aparcamiento de aviones llena en un mundo que no volaba era un curioso contraste, algo que también se veía en Teruel con enormes magnitudes (de las que hablamos hace un par de semanas), en Castellón o incluso en Ciudad Real, el aeropuerto que sigue por el momento sin encontrar su lugar en el mundo. 

Encarrilado.

Lleida-Alguaire ha ido encontrando su lugar tras una larga travesía buscando un futuro. Sin olvidar que es un aeropuerto comercial, pues Air Nostrum vuela todo el año a Mallorca, presencia que amplia con vuelos a Ibiza y Menorca en verano. Además de estar abierto a cualquier demanda de pasaje, tanto en aviación corporativa como vuelos ad-hoc, este lugar ha desarrollado su estrategia en tres campos: el industrial, el formativo y el tecnológico.

Romà Andreu, especialista en comercio internacional, profesor y directivo de empresas e instructor de vuelo de la escuela BAA, vuela con dos alumnos a bordo de un Cessna 172. Lleida-Alguaire se ha convertido en cantera de aviadores.

Allí se realizan nuevos desarrollos como la producción de hidrogeno de origen renovable como combustible aeronáutico, la integración de un vertipuerto para aeronaves no tripuladas dentro de un aeropuerto internacional, como caso único en Europa, se experimenta con motores espaciales y se operan cientos de vuelos de formación para futuros pilotos con la escuela BAA, de origen lituano. Cuando estén trabajando en compañías comerciales estos se se acordarán de Alguaire como el lugar donde se convirtieron en aviadores. También aprenden a volar allí los alumnos del Cesda, escuela con base en Reus que tiene allí una delegación y los del histórico Real Aeroclub de Lleida, institución casi centenaria que también tiene sus instalaciones en este aeropuerto. Ahora se levantará allí una residencia para 140 personas relacionadas con el sector. Estas vivirán a pie de pista, como también están y estarán allí nuevos edificios para formación, que junto a hangares, terminal y el resto de instalaciones forman ya un pequeño campus con una pista de vuelo de dos kilómetros y medio. Hoy ya hay 300 personas trabajando allí y al ritmo que crece la instalación en el plazo de tres años, Alguaire generará cerca de 900. No está nada mal para un municipio de 3.000 habitantes.

Pruebas de un vehículo aéreo autónomo de la multinacional china Chang en la plataforma del aeropuerto.

Sin pretensiones y haciéndolo bien.

Les hablo esta semana de este aeropuerto, su historia y sus instalaciones, porque el pasado domingo me acerqué a pasar la mañana allí. El fin de semana del cinco y seis de octubre se celebró la décima edición del Lleida Air Challenge, un evento aeronáutico que empezó hace una década como carreras de aviones monoplaza. Luego se reconvirtió en feria aeronáutica más amplia. Una feria que es como el aeropuerto que la acoge: discreta y sin fuegos de artificio. Se celebra durante dos jornadas para acercar el sector al público general. Casi un centenar de empresas e instituciones explican lo que hacen, tanto desde sus stands como con charlas en las que dan a conocer proyectos, los futuros profesionales que se abren con ellos y muestran, de primera mano, que es un avión, un helicóptero, un dron o la tecnología asociada a estos. 

También hay algunos vuelos de exhibición, aeronaves en exposición y una instalación aeronáutica que abre sus puertas a quien quiera visitarlo. La mayor parte de las veces, los aeropuertos son lugares de paso o como algunos indican, “no lugares”. La sensación que tuve el domingo allí fue la contrario: un lugar en desarrollo, encarrilado con unos objetivos industriales, de formación y comerciales en marcha que, además, crea afición. 

Espectadores de todas las edades en la Feria aeronáutica del aeropuerto de Lleida-Alguaire el pasado domingo. Algunas vocaciones aeronáuticas nacen en días así. 

Me vi reflejado en varios peques que miraban con ojos como platos unos aviones que probablemente nunca habían visto tan cerca y también en los y las adolescentes que escuchaban explicaciones y charlas sobre un sector que quizá sea su futuro. Me gustó mucho ver que un aeropuerto se abra, sirva para eso y esté en el buen camino, encarrilado. 

Buen trabajo, Lleida-Alguaire.