En los años 70, cuando alguien conducía muy rápido por la carretera, se le decía: “¿Adónde vas Fitipaldi?” (por Emerson Fitipaldi, el piloto brasileiro de Fórmula 1); si un niño hacía muchas trastadas, se le recriminaba así: “Eres más malo que Falconeti” (por el bellaco personaje de la serie de televisión más de moda entonces, Hombre rico, hombre pobre); y cuando un conocido te pedía dinero prestado, se le contestaba destemplado: “¿Pero tú quién te crees que soy yo? ¿Onassis?”.
Aristóteles Socrates Onassis (sólo faltaba que le hubieran añadido el nombre de Platón en la pila bautismal para haber sido un perfecto estudiante de Filosofía) llegó a ser el multimillonario más conocido de su época, tanto o más popular de lo que lo es hoy Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg (no en vano, Onassis fue el elegido para ocupar la portada del primer número de la edición española de la revista Forbes, en marzo de 2013, icono absoluto de un periodo muy concreto del capitalismo del siglo XX).
La fuente principal de su dinero procedía de su exitoso negocio como armador de buques (dueño de una extensa flota dedicada al próspero tráfico marítimo), aunque sus tormentosos amoríos, carne del papel couché durante décadas, proyectaron al público general una imagen ambivalente de su figura; a medio camino entre el triunfador hecho a sí mismo en los negocios y el insatisfecho dandy de aspecto melancólico en lo privado,siempre acechado por cierto aire de malditismo en lo personal (una desventura que se haría mucho más patente en sus desgraciados herederos).
Lo que no todo el mundo sabe es que el origen de su fortuna se sitúa en la lejana Argentina y que tiene mucho que ver con un café y un puro (tras los postres). Desarrollemos:
Onassis (1906-1975) nació en Esmirna, una ciudad antiquísima de la península de Anatolia, actual Turquía, que por entonces contaba con mayoría de población griega. Su padre, que pertenecía a esta nacionalidad, poseía un pequeño negocio de importación-exportación de alfombras y tabaco.
Con apenas catorce años, sin embargo, la ciudad natal de Onassis fue invadida por el ejército turco y el joven Aristóteles decidió salir de allí pitando (concretamente, emigró a Buenos Aires, con un billete de tercera en el bolsillo y unos pocos ahorros escondidos en los zapatos).
Durante un tiempo, malvivió en una pequeña pensión del barrio de Corrientes, trabajando como mozo para todo en diversos cafés nocturnos de la escena bohemia bonaerense, lavando platos, sirviendo mesas o moviendo sacos de mercancía en la trastienda.
La noche que le sirvió un café a Gardel
Cuenta la leyenda que una noche de aquellas (hablamos de los años 20 del pasado siglo), se pasó por allí el mítico cantante de tangos Carlos Gardel y que tras cenar y tomarse un café, el joven camarero Onassis –gran admirador de la estrella– le convidó a uno de sus puros, traídos directamente de su tierra, elaborados con finas hebras de tabaco aromático turco . “¡Caramba, nunca había olfateado uno tan perfumado!”, dicen que le piropeó Gardel.
A partir de esta anécdota (fabulada o no), Onassis se dio cuenta de que el tabaco argentino era de muy mala calidad por entonces (demasiado tosco para los paladares más finos) y que había en ese producto un nicho de negocio interesante.
Amante de la madrugada porteña y habitual de los boliches más animados, también advirtió que las mujeres, especialmente las pertenecientes a la alta sociedad, comenzaban a fumar en público como símbolo de su decidida independencia emergente.
Onassis unió todo ello en su cabeza y pensó: “Podría escribir a mi padre y pedirle un préstamo, él me ayudaría a conseguir un suministro constante de tabaco de primera calidad”.
En pocos meses, ya había creado su primer negocio: una compañía de cigarrillos, la cual comenzó a comercializar una mixtura de diferentes hojas turcas, una fórmula secreta a la que él mismo bautizó como ‘mezcla Gardel’, en homenaje (muy marketiniano, por cierto) al hombre que le había dado la inspiración en su primera aventura empresarial. Sus marcas de lanzamiento fueron Osman y Primeros, un tipo de cigarrillos este último que dirigió al universo femenino mediante innovadoras campañas de publicidad.
Otra arista de la leyenda afirma que el éxito de sus cigarrillos Primeros tuvo mucho que ver con el romance que el propio Onassis comenzara a protagonizar junto a la cantante de ópera argentina Claudia Muzio (que siempre fumaba en público la marca de tabaco de su nuevo novio), un affaire que le abriría las puertas de la alta burguesía porteña, tanto a él como a sus negocios.
Era tal la demanda de sus cigarrillos que Onassis se vio obligado a comprar un barco para asegurarse los envíos de tabaco desde Turquía. Así, casi por casualidad, encontró en los anuncios del periódico la subasta de una flota de seis buques de vapor antiguos, propiedad de los ferrocarriles nacionales canadienses, que se liquidaban en el puerto de Buenos Aires por un precio bastante asumible. Aquella sería la semilla de la primitiva flota Onassis, la cual llegaría a sumar décadas después más de 50 barcos, incluyendo petroleros, transatlánticos e incluso balleneros.
Como recuerdo imborrable, se cuenta que Onassis guardó durante muchos años la taza usada de café que él mismo había servido a Carlos Gardel aquella noche decisiva, la noche que cambió su vida.