Javier Márquez es un abogado especialista en propiedad intelectual, industrial y derecho al honor, y realmente sabe mucho de estas tres áreas. No es una manera de decirlo: sus conocimientos son amplios y profundos, probablemente no hay nadie que sepa más que él en España. Pero ¿por qué no pierde nunca? ¿Por qué le dedico este artículo? Por sus conocimientos, lo merecería, por supuesto, pero hay algo más en él que le convierte en extraordinario, en único. Hay algo que tú has de saber y que es esencial, íntimo en Javier Márquez, y por lo que es tu sola opción real si has de defenderte: y es que perder no está en su naturaleza.
Javier es uno de los pocos profesionales de este planeta Tierra que le importa más ganar que a su cliente. Está dispuesto a hacer más que nadie para llegar hasta donde sea necesario y obtener la sentencia que él quiere. Es minucioso, obsesivo, letal con su trabajo. Su poder de concentración, de observación, de disección recuerda a la frase de Nietzsche que dice que cuando miras mucho rato dentro del abismo, el abismo también te ve por dentro. Nuestro abogado nos ve a todos por dentro. También a ti si eres su cliente y le estás mintiendo. Nada escapa a su mirada paciente, quirúrgica. Lo peor que te puede pasar en la justicia española es tener a Javier en contra, porque no va a parar hasta atraparte y hacer que te retuerzas de dolor e incomprensión para que sueltes la última gota de lo que cree que le pertenece a su cliente.
No es un sádico, aunque muchos lo piensan. Es un romántico, es un poeta que ama su oficio con el febril enamoramiento de los primeros días y lleva más de 30 años. Si parece un “enfermo” es porque vivimos en un mundo –reconozcámoslo– que ha perdido carácter, ritmo, valentía para amar a las personas y los trabajos hasta sacar de ellos sus mejores flores. A Javier –basta ver el insólito tejido de sus camisas– no le importa nada más que su trabajo y cuando te mira te escruta y cuando te habla aunque sea para preguntarte cómo te ha ido el verano está pensando en cómo aprovechar en tu beneficio cualquier pequeña ventaja que a la otra parte le haya podido pasar inadvertida.
Todo empresario en España tendría que contratar alguna vez a Javier Márquez. Primero, aunque no sea noble decirlo, para generar toda clase de incompatibilidades que le protejan del destino cruel de tenerlo alguna vez en contra. Segundo, para que sus empleados y directivos vieran cómo trabaja: con qué precisión, con qué devoción, con qué horarios, con qué eficacia, para que nunca más a ninguno de ellos se les ocurriera empezar una frase diciendo: “Es que…” Cuando creas que lo tienes todo perdido, contrata a Javier y verás. Si lo ves que lleva coleta, haz el favor de estar por lo que tienes que estar.
Empieza un curso nuevo con dudas y retos, con miedos en un panorama internacional incierto. Da la sensación de que cuando salgamos de Ucrania caeremos en Taiwán, espero equivocarme. Trump ganará y ayudará con Rusia e Israel, pero el tablero está lejos de ser estable. En España, Sánchez está menos perdido de lo que parece y no hay elecciones ni mociones a la vista. ¿Y qué podemos hacer nosotros tan pequeños en un mundo tan grande? Hacer como Javier, que nunca se cansa, que nunca deja de trabajar. Hacer como Javier que nunca pierde. Perseguir obsesivamente nuestros objetivos y no parar hasta conseguir lo que queremos.
Javier trabaja en el despacho Sol Muntañola, con Mario Sol como líder del despacho navegando ya, en su momento vital, en aguas más tibias y representativas. Es un gran teórico, ha creado jurisprudencia y ha tenido la inteligencia y el acierto de tener a Javier a su lado. Porque tener razón –y esto lo sabemos, Mario, los articulistas tanto como los catedráticos– es a fin de cuentas un lujo longitudinal, conversativo, una añagaza de cargada sobremesa. Lo que importa es quién baja a la arena para que, con razón o sin ella, batalle por ti hasta que el contrario se va, se rinde o “muere” con esa cara de no acabar de entender la clase de ejército devastador que le acaba de pasar por encima.