Si eres padre, los conoces. Si no, seguro que los has visto mil veces, que tiene que ser una de las licencias más explotadas de la última década. Son esos perros que están en todas partes, ya sea en un Danonino, en una botella de agua, en unas tiritas, en esponjas, en cubos de playa o en cualquier artículo que se venda en un bazar. Chase, Marshall, Rubble, Skye, Everest, Rocky y Zuma. Estos tres últimos, por cierto, tienen menos portadas que el batería de Oasis. Son La Patrulla Canina, la banda de chuchos más famosa del mundo.
A uno le gustaría dárselas de gafapasta Montessori y decir que no, pero la verdad es que mi hija ve la televisión. Por tanto, yo también la veo, habiéndome tragado ya todas las temporadas de esta serie que narra los rescates de esta panda de sabuesos amigos a los que lidera un tipo cabezón con pelazo de dibujo animado noventero llamado Ryder. Horas y horas de pantalla me han hecho darme cuenta de que La Patrulla Canina es el equipo de marketing perfecto, dejándonos en cada episodio un puñado de aprendizajes. Voy con algunos.
Determinación. Todos los capítulos comienzan igual. Ocurre algo y los implicados llaman por una especie de Nintendo Switch a Ryder, el Vegeta de Hacendado con ese pelo de piña que gasta. Ryder recibe el brief, escuchando atentamente todos los detalles. Una vez lo entiende todo, convoca a los perros y zanja con un: “No hay lorem ipsun imposible para la Patrulla Canina”. Me hace gracia que la sucesión de temporadas hace que cada vez sea más rocambolesca la frase. De decir “No hay rescate imposible para la Patrulla Canina” ha pasado a afirmar cosas como que “No hay reparación de junta de la culata imposible para la Patrulla Canina”. Dicho eso, es un máster de convencimiento y determinación, algo que tranquiliza al interlocutor y que motiva al equipo, haciéndoles sentir capaces de todo.
Humor. De todos los personajes, mi preferido es Marshall, el dálmata bombero, patoso y chistoso. ¿Por qué será? Las series infantiles suelen ser bastante sencillas y, sobre todo, repiten siempre el mismo esquema, empleando planos idénticos, imagino que para abaratar costes y, a la vez, fijar patrones que los niños puedan entender. Hay algo que se reproduce en todos los capítulos. Cuando Ryder convoca a la Patrulla, estos acuden corriendo al centro de mando. Marshall es siempre el último en llegar, tropezándose de alguna manera rocambolesca y haciendo un chiste. Esa broma sirve para destensar a todo el equipo, para afrontar la acción con el cuerpo relajado. El humor es terapéutico, seas un perro, un humano o cualquier otra cosa.
Liderazgo. Ryder es el líder perfecto. Distribuye el trabajo dando los detalles necesarios sobre cómo proceder y hace algo que me encanta: en cada capítulo, ante cada reto, en el momento de hacer debrief, escoge un equipo distinto, habitualmente formado por dos chuchos (cabe recordar que es una banda que integran siete perros). En tiempos de equipos kilométricos, de tareas mínimas para las que se forma un “equipo de trabajo” eterno, es importante recordar que a veces menos gente involucrada es mejor que escoger a los más indicados para una tarea, que rodearlos de gente por el simple hecho de que todos formen parte del “espíritu de equipo”. Ninguno de los perros no seleccionados para ese día tiene problema alguno porque sabe que será importante en otra misión al día siguiente. Apliquémonos el cuento.
Ya está aquí, ya llegó, el ‘status’ del lunes más perruno.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.