Música recomendada para la lectura: Color Esperanza, de Diego Torres.
Los lunes al Sol es una icónica y muy premiada película española estrenada a principio de nuestro siglo, antes de los Acuerdos de París. La he revisitado en mi paro estival.
Una obra que abordó con maestría problemas sociales totalmente vigentes hoy en día cuando la sostenibilidad todo lo engalana y vivimos obsesionados por una transición ordenada, justa e inclusiva.
Prueba de ello es el perfecto encaje de su guion original en casi todos los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, ¡y no solo por su aportación a la economía naranja…! Desde los obvios del fin de la pobreza, pasando por el derecho a un trabajo decente, la reducción de desigualdades o la igualdad de género generaciones (la justicia intergeneracional), a los menos aparentes como las ciudades y comunidades sostenibles, la construcción de infraestructuras resilientes, la promoción de la industrialización sostenible o el fomento de la innovación. Por cierto, tan solo el 17% de las metas está en vías de alcanzarse para entonces, según se puso de manifiesto en la 78 Sesión de su Asamblea General.
Pero sigamos con la película… La sinopsis más repetida en las guías del ocio nos apunta una historia de aquellos que viven como si todos los días fueran domingo, aquellos que pasan los lunes al Sol. Una historia de personas que trabajaron en un astillero, pero que ahora están en paro. Los guionistas, más afinados, claro, nos proponen en el preámbulo del texto cinematográfico la historia de un grupo de hombres que le buscan a la vida las salidas de emergencia, “que sujetan su existencia con andamios de esperanza”.
Los protagonistas del guion, representantes de la sociedad de aquel entonces, sobreviven unidos, apoyándose los unos a los otros y cuentan con su particular dirección de encuentro donde debaten e, incluso, discuten sobre su presente, pasado y futuro.
Los actores de la cinta daban vida a una realidad colectiva de desempleo masivo que provocaba algo peor como era el aislamiento social por paro de su actividad habitual, unido a una soledad que marca sus perspectivas ante el futuro y hace que, en ocasiones, tengan una visión del mundo más negativa.
La reconversión industrial acabó, al menos la naval. Pero han llegado nuevas reformas que mantienen muy vigente la historia contada en celuloiode. Como la omnipresente interesada en una economía mucho más descarbonizada y tecnológica, transformadora de muchas más actividades que la aislada de construcción de barcos. Una evolución que impacta con más dureza que entonces, si cabe, en el empleo y que nos obliga a convivir en una realidad desigual, cada vez más polarizada, deficitaria de justicia entre generaciones y donde cultivar la esperanza, a veces, parece misión imposible. Una sociedad en la que han desaparecido, o están a punto de desaparecer, las redes sociales, las de las calles, la de los barrios, la de los compañeros de trabajo.
Los protagonistas de la película no se enviaban correos electrónicos, no visitaban páginas web, no consultaban foros, no estaban enganchados a aplicaciones de mensajería instantánea. Sin embargo, los actores, representantes escénicos de la época, compartían sueños y recuerdos, expresaban opiniones, tristezas, aspiraciones y fracasos en una red que les salvaba del aislamiento total cuando los tiempos no soplaban a favor y, puede que lo más importante, generaban esperanzas. Una auténtica red social.
En esos tiempos ya existía para unos pocos Internet, pero la comunicación residía todavía en la proximidad humana. En las redes sociales de hombres y mujeres. La sociedad de entonces, toda, especialmente la clase trabajadora, aún no había sucumbido a las nuevas formas de comunicación que hoy parecen inevitables.
Las cosas han cambiado radicalmente. Según el Panel de Hogares del 4º trimestre de 2023 de la CNMC, el 80 % de españoles que usan Internet se conectó a la red de manera diaria. El estudio no concluye cuánto tiempo al día se produce la conexión, pero está admitido por la mayoría que un uso indiscriminado o abusivo las redes sociales puede alimentar un círculo de hábitos nocivos que nos impidan percibir, sentir y relacionarnos más con el mundo físico, el terrenal. En definitiva, un aislamiento que, de momento, solo las auténticas redes sociales, las de la cercanía, las del conocimiento personal y la solidaridad, no las que llamamos técnicamente plataformas sociales digitales, parecen ser capaces de resolver o, al menos, incapaces de provocar.
Es paradójico que las primeras redes sociales digitales nacieran, pocos años después del rodaje de la película, orientadas al uso empresarial, a los negocios y al empleo, o para que los usuarios interactuaran y compartieran contenidos. En definitiva, para conseguir un mundo más conectado, más social y digitalizado en el que todas las personas pudieran opinar.
Me encanta citarle. Herbert Marshall McLuhan (1911-1980), profesor de literatura inglesa, crítica literaria y teoría de la comunicación, afirmó que “cada nueva tecnología crea un nuevo ambiente humano”. Sin embargo, puede que me equivoque, tengo la impresión de que la realidad presente dominada por la tecnología, las redes, la AI, los algoritmos, no crea un nuevo ambiente capaz de resolver los problemas que provocan a los humanos al cesar forzadamente en su actividad laboral y dejar de ser lo que eran. Por el contrario, ahora que sabemos que el aislamiento y la soledad son malos para la salud, creo que urge trabajar para que todas las generaciones mantengan unas comunidades y unas redes sociales fuertes que les permitan estar sanas y felices. Como en la película, conviene mirar más allá de lo obvio para entender que todos somos atacados cuando se aísla a un conciudadano.
Hay muchos que opinan que el uso cada vez mayor de las herramientas digitales —especialmente con el aumento gradual de la interacción entre humanos y la IA— podría debilitar nuestra capacidad humana para tener empatía y relacionarnos con otras personas. Incluso, la Organización Mundial de la Salud señala que “el aislamiento social está relacionado con una mala salud física y un mayor riesgo de deterioro cognitivo, y la soledad puede sesgar nuestras perspectivas y hacer que tengamos una visión del mundo más negativa”. Y si pareciera poco concluye que también “se ha observado una correlación entre el aislamiento y los valores antidemocráticos. Qué horror. Algo habrá que hacer. No perdamos la esperanza.
Película recomendada… Los lunes al Sol (2002).
*Jesús Mardomingo es abogado de largo recorrido. Defensor de la economía naranja, el color del cacao maduro, como modelo de desarrollo en el que la diversidad cultural y la creatividad son punto clave para abordar con éxito la actual transformación social y económica que el planeta demanda.