“Sin acento, Andrés”. Burlon, nada de acentos. Mira que tendría gracia con acento en la última sílaba porque Marcelo Burlon (46) como buen argentino, criado en Italia, es un pillastre de libro. Portada del número especial sobre Ibiza de la revista TAPAS, que desde hace cuatro temporadas ya se ha convertido en el referente editorial de esa isla a veces se pregunta sí es una ínsula o una marca. Marcelo abrió su casa el pasado martes para organizar la fiesta de las fiestas.
Todo el que es alguien en Ibiza estaba en la lista de puerta de la fiesta de TAPAS y Marcelo Burlon, en el campo de tierra roja del pueblo de San Lorenzo. “Disco Ibiza. Loco Mía. Moda Ibiza. Loco Mía”. Aún resuenan los ecos en las redes del himno que abrió el baile. El catering de Antía Alonso, que pronto será mamá, y su equipo de Hambre, el mejor restaurante de Santa Eulalia, nos dio de comer con sabores de portada. El bigote de Marcelo, y su camiseta blanca de tirantes, su corte de pelo mullet (el de los ochenta corto por delante y largo por atrás que llevaba Bono) son su nueva imagen de marca. Su sonrisa es su mejor tarjeta de presentación.
¿Quién demonios es este Marcelo Burlon que agita Ibiza mientras espera recuperar el uso comercial de su nombre? Marcelo se infiltró en Milán en la “casta” de los productores como agitador cultura de prestigio. Son los elegidos. Producen para las grandes marcas los desfiles y las fiestas. La industria de la moda invierte hasta 6 millones de euros para la organización de un desfile. “la desfilatta”, no se organiza para la “aristocracia” de los medios que se sienta en primera fila, se produce para las redes, para la retransmisión global, para construir marca. Burlon produjo para iconos como Alexander McQueen, Gucci o Raf Simons y aprendió como hacerlo para sí mismo. Pero un buscavidas no se conforma.
Burlon nació en la Patagonia y se mudó a Italia como adolescente. En el 98 conoció a Raf Simons y a Ricardo Tisci, al que acabó llevando las relaciones públicas. ¿Cómo le aceptaron? Era el portero del club Magazzini Generali, uno de los garitos más deseados de Milán. En el 2012 lanzó su primera línea de camisetas inspirada en su tierra y en la cultura club de los noventa. La pequeña colección se convirtió pronto en el uniforme de su círculo de amigos para acabar vendiendo 10.000 camisetas, a 200 dólares la pieza, con una distribución de casi un centenar de tiendas. A aquella aventura la bautiz County of Milan y dio en el clavo.
En la industria de la moda y las tendencias es más importante la mecha que la pólvora, pero cuando se encuentran las dos, una pequeña start up puede incendiar el mercado y hacer mucho dinero. Eso es exactamente lo que pasó cuando en los circuitos underground norteamericanos se fijaron en Burlon. El radar de los consumidores homosexuales fue el primero en detectarlo. Burlon comenzó a ser reclamado por Lebron James, Pusha T y Tyga y poco a poco construyó una red de 250 puntos de venta con distribuidores como Selfridges -un estandarte del mercado establecido- y Opening Ceremony -bandera de lo más cool-.
De County of Milan se empezó a hablar rápidamente en los despachos. Compradores de marcas emergentes como Renzo Rosso, propietario de Diese o Marni, encargaron a sus financieros echar números y estudiar ofertas de compra. La industria funciona así. Si creces te compra. No te deja entrar, pero si encuentras el resquicio como lo encontró el olfato del buscavidas Marcelo, te unta de pasta y te compra.
Burlon a pesar del crecimiento de su marca nunca dejó de organizar eventos. Y es raro. Cuando en el olimpo del diseño de reciben como creador, organizar eventos es un oficio menor, de subalternos. Para Burlon no. ¡Ni hablar! Gigantes como Nike, Adidas, Coca Cola, Versace, Prada, Jil Sander o Versace contratan a Burlon y Marcelo comenzó a hacer pasta. Pasta fresca. De la que no se come, de la que se funde.
En 2019 José Neves, dueño del distribuidor portugués Farfetch, compra New Guards Group fundada en 2016. En solo tres años este conglomerado agrupó el Off White de Virgin Abloh, la marca de la DJ Peggy Gou, County of Milan y la marca propia con el nombre de Marcelo Burlon, entre otras. Se estima que Farfetch pudo pagar 420 millones. Marcelo hace caja y se marcha a Ibiza. En las carreteras aparecen, temporada tras temporada, vallas con su nombre. Los príncipes de la isla, guiris, payeses, perdidos, millonarios 3.0 y buscavidas, empiezan a conocerle. Marcelo se los mete a todos en el bolsillo con un chasquido de dedos.
En abril de este año Burlon anunció que abandonaba la dirección creativa de County of Milan. “Crear una marca no es fácil, especialmente cuando no eres un diseñador y el sistema de la moda no te acepta, hasta que empiezas a vender como un loco y tu ropa está en todos lados, y nuevamente el hype baja y todos desaparecen, pero al final del juego solo queda una cosa, ¡la magia!”, escribió Marcelo en su Instagram al anunciar su marcha. Pero no se sabe estar quieto y en cuando llega el buen tiempo se pone a vender su fondo de armario en el mercadillo de San Jordi a 300 euros las camisetas y las zapatillas a partir de 400. “¿De donde ha salido todos esto”, le pregunto una mañana de sábado de mayo. “Ni te imaginas toda la ropa que tenía en Milán, varios contenedores…”. En el hipódromo de San Jordi conviven hippies tirados que venden lo que pillan por ahí y viven en la furgo, con las marchas de alta moda que vende Marcelo y su marido, y el encargado del hipódromo que vende estiércol de caballo, un abono natural riquísimo pero ojo te lo tienes que llevar tú.
En 2021 creó su propia fundación, Fondazione Marcelo Burlon, para ayudar a personas desfavorecidas. Casa Marcella, con sede en la Toscana, una casa para personas transgénero, fue una de las beneficiadas. En la pandemia Marcelo se refugia en su casa de campo en Ibiza donde organizó la fiesta de Tapas. “Le compré la casa a un vasco. La tenía acabada y se divorció. (…) Me pasé la pandemia fumando y diseñando el jardín”. El jardín está diseñado a partir de una pista de baile elevada, entarimada, alrededor de la que giran una serie de círculos de gravilla enterrados como los misteriosos círculos en las cosechas de trigo. Esculturas móviles, un Mehari antiguo y un Ford Mustang, pintados del mismo azul Klein, no están aparcados sino que “posan” para los invitados. Obras de Keith Haring, Damien Hirst o Stefan Brüggemann viven con Marcelo y su chico. Un equipo de seguridad aparca los coches en el terreno del vecino. “Ay que ya no nos caben más coches…” Me susurra Marcelo nada más empezar. Más de 500 invitados lucen sus mejores galas, el Diario de Ibiza, cronista de todo lo que se mueve en la isla, publicará la crónica el jueves. “Che, es la fiesta del verano, ya verás”. Gracias Marcelo, a mi me gusta más tu apellido con acento. No dejes de burlarte de la vida aunque la palabra sea átona.