Una tormenta perfecta generada por la escasez de viviendas en las ciudades moviditas, el imparable crecimiento de la venta online, la jubilación de abnegados tenderos veteranos, la pandemia, etc. ha dado lugar a el boom de habilitación de locales comerciales a pie de calle como vivienda.
Esto en realidad tiene todo el sentido del mundo. El de la vivienda es uno los problemas más gordos que tiene la gente joven y cualquier recurso que ayude a aliviarlo debe ser aprovechado. Por otro lado, cada vez se ven más cierres bajados definitivamente y es absurdo que todos esos metros cuadrados en plena ciudad permanezcan ociosos, a la espera de que llegue algún majara que intente montar un negocio de venta cara al público, en los tiempos que corren.
Y es que antes, cuando se construía un inmueble, casi siempre se incluían locales comerciales en la planta baja, aunque estuvieran en una calle por la que no transitara ni el tato. Eran otros tiempos, y el pequeño comercio de barrio formaba parte esencial de la vida urbana y daba de comer a mucha gente. Evidentemente el asunto no tiene vuelta atrás. Fuera de las calles transitadas y tradicionalmente de tiendas, las nuevas aperturas se reducen a actividades en las que se precisan prestaciones personalísimas que dicen los juristas. Pero hay demasiados locales, y por muchas clínicas dentales, veterinarios, fisios, tatuadores y manicuras que se abran, seguirán sobrando cientos de ellos.
Algo parecido ocurre con todas esas espaciosas oficinas en las entreplantas, donde se ubicaban las gestorías, los administradores de fincas y otros negocios, que necesitaban estanterías kilométricas en las que ubicar aquellos archivadores alfabéticos llenos de papeles, cuya sola evocación produce una pereza infinita.
Así es la vida, ahora mismo un local comercial que no esté en una calle caliente, no tiene demasiado sentido. Tampoco una oficina siniestra para almacenar lo que ahora cabe en un portátil… Esto confluye con una demanda desquiciada de vivienda que lleva al personal a aceptar, como una cosa de lo más natural, habitar lo que fue una mercería hasta hace poco… Y realmente… ¿por qué no? Hay locales con muchas posibilidades de transformación. A menudo, disponen incluso de acceso desde el portal, con lo cual no es imprescindible que los transeúntes comprueben en directo que tienes la casa hecha un asco o que la decoración no es tu fuerte…
Aquí empiezan los conflictos. Al parecer, hasta hace no mucho, la obtención del “cambio de uso” de local a vivienda no era cosa fácil. Podía uno chocarse con la oposición vecinal o la autoridad competente. Esto no era óbice para que más de uno tirara palante y se instalara en un bajo con puerta a calle, pero no era una tendencia generalizada. En algún momento se ha abierto la veda, y de un tiempo a esta parte cada vez vemos más cuchitriles acristalados de los que entra y sale gente que vive allí. Y como digo, no pasaría más nada por darle un uso habitacional a esos metros cuadrados, siempre y cuando se estuvieran creando viviendas dignas. Ya es bastante malo vivir en un micropiso, y a mucha gente no le queda otro remedio. Hacerlo además en plena rue, sin luz ni aire para respirar, no es aceptable.
El problema viene, precisamente, por haber entrado sin anestesia en una dinámica del casi todo vale. Yo, como estoy medio jubilado, cumplo religiosamente con mi obligación de inspeccionar las obras, y cada vez que puedo fisgar en uno de estos espacios reconvertidos veo auténticos zulos habilitados como casas para la gente. Hablo de mi ciudad, la que baña caudaloso el Manzanares, pero a ojo me sale que, en otras villas tensionadas, como se dice ahora, debe darse una situación parecida.
Se supone que para que un local sea transformable en vivienda tiene que cumplir una serie de requisitos de superficie, habitabilidad, ventilación etc. pero hecha la ley hecha la trampa y, por lo que yo veo en la calle, lo que se está generando es un parque de infraviviendas. Locales minúsculos convertidos en casas y otros de generosas dimensiones en los que se hacen virguerías para crear tantos chiscones como sea posible encajar, una especie de pisos patera con puertas de cristal… ¿tiene sentido hacer eso?
La explicación tiene que ver con que muchos de estos tabucos se están creando con el objeto de su explotación como pisos turísticos, con sus cerraduras de teclado etc. Con lo cual, los vecinos (esto en concreto pasa junto mi casa) pasarán de tener una sucursal bancaria cerrada a cal y canto, a siete microapartamentos, siete, a pie de calle… Sin duda un buen negocio para el arrendador… pero habrá que ver qué efectos tiene en la convivencia.
Yo ya he visto a turistas que sacan las sillas a la acera para fumar, y es de prever que cuando llegue la calor la situación degenere, con pandas de guiris cocidos, tomando la fresca y entonando sus particulares cantos regionales, en lo que hasta ahora eran pacíficas calles secundarias. ¿Qué pasará cuando haya eventos bullangueros como partidos de fútbol de corte hooligan? ¿o con el Orgullo? Por no hablar del potencial problema de okupación que estas casitas de muñecas presentan, en un país en el que es más arriesgado aparcar en doble fila que dar una patada a una puerta…
En definitiva, como pasa casi siempre, el cortoplacismo y el bisnes se alían para generar los problemas futuros de la gente corriente, y se pasa, de un día para otro, de la prohibición estricta al general despelote, en aplicación del clásico principio “o calvo o tres pelucas”.
Ya veremos cómo evoluciona el asunto.