Opinión Jesús Rodríguez Lenin

“El último euro, que lo gane otro”

El nacimiento de nuevas músicas nos recuerda el declive de los compositores del Tin Pan Alley cuando nació el rock’n’roll primitivo. Pero no sólo los viejos rockeros venden sus catálogos…

Seguro que nunca te ha dicho un compositor que vender sus canciones haya sido lo mejor que ha hecho en su vida. Siempre ha sido un error hacerlo y ahora no es diferente. Los compositores que vendieron sus canciones hace sólo cinco o diez años se han dado cuenta de que si lo hubieran hecho hoy podrían haber ganado al menos el doble que entonces.

Los medios de comunicación nos informan de que los múltiplos que se ofrecen hoy por los catálogos están en máximos históricos. Esto es cierto, pero no significa que estos máximos históricos reflejen con exactitud el verdadero valor de los catálogos de canciones. Sin embargo, en los últimos años, las principales superestrellas de la música han vendido a los mejores postores los derechos de sus grandes éxitos por sumas suculentas. Bruce Springsteen ganó la friolera de 550 millones de dólares con la venta de sus derechos a Sony Music Group, que también ha invertido grandes sumas en la adquisición de los catálogos de otros grandes de la industria musical, como Bob Dylan y Paul Simon. Sting, por su parte, vendió todo su catálogo a Universal Music Publishing por más de 300 millones de dólares, mientras que Warner Music Group habría pagado más de 250 millones por las canciones de David Bowie. 

Aunque parezca en contradicción con la consideración de error de la que hablaba más arriba, sí tiene una explicación y es muy simple: en un momento en el que el cambio generacional de gustos musicales es más abrupto que nunca, desde que Chuck Berry, Little Richard y Fats Domino inventaron el rock’n’roll y dieron la puntilla a los productores y compositores del Tin Pan Alley –que habían dominado la música popular estadounidense desde finales del siglo XIX hasta la irrupción del rock’n’roll–, lo que han hecho estos veteranos setentones (y ochentones) ha sido vender antes de que el producto se devalúe: han hecho realidad ese viejo proverbio del inversor en bolsa que dice: “el último euro, que lo gane otro”. Los veteranos músicos de hoy son el equivalente actual de los talentosos autores del Tin Pan Alley: de Irving Berlin a George e Ira Gershwin, pasando por Cole Porter… Si a estos los expulsó del primer plano de la actualidad musical el rock’n’roll primitivo, a los viejos rockeros los están apartando Taylor Swift, Bad Bunny, Rauw Alejandro o Peso Pluma… y en España Rosalía, Aitana, Manuel Carrasco, C. Tangana.

Aparentemente, la última en incorporarse al fenómeno vendedor, si nos fijamos en los titulares de la prensa de becarios, ha sido Shakira, pero eso no es así en realidad: los 1.500 millones de euros por los que, supuestamente, ha vendido la cantante colombiana su catálogo no son sólo suyos. De hecho, ella ni siquiera lo ha vendido ahora: fue en enero de 2021 cuando Shakira, acongojada por sus pérdidas, provocadas por la ausencia de conciertos tras la pandemia del coronavirus, vendió los derechos de su catálogo al consorcio multinacional británico Hipgnosis Songs Fund por una cifra no revelada. La noticia actual es otra: ha sido Hipgnosis la que ha vendido su catálogo por 1.570 millones de dólares a otro poderoso consorcio multinacional estadounidense, Blackstone, del que ya era socio en otra empresa, Hipgnosis Songs Capital.

Hipgnosis Songs Fund, a pesar de tener sólo seis años de vida, era hasta ahora un inversor puro en canciones y propiedad intelectual musical asociada, con una cartera valorada a principios de 2023 en 2.670 millones de dólares. Su vasto catálogo de 65.000 canciones incluía artistas tan diversos como 50 Cent, Neil Young, Kaiser Chiefs, Blondie, Shakira y Red Hot Chili Peppers. Sus resultados provisionales, publicados en diciembre de 2022, habían mostrado un significativo aumento interanual de los ingresos del 7,5%, hasta 91,7 millones de dólares, en los seis meses transcurridos hasta el 30 de septiembre de 2022. Al anunciar aquellos resultados, Merck Mercuriadis, fundador –junto con el compositor Neil Rogers, fundador del grupo de música disco Chic– y CEO de Hipgnosis, se mostraba optimista sobre las perspectivas de futuro, señalando que el streaming de pago seguía creciendo, con más de 523 millones de suscriptores premium de pago en todo el mundo, y que en 2022 las transmisiones de audio musical en Estados Unidos habían superado los mil millones por primera vez en un solo año. Pero si a principios de 2023 la cifra en que se valoraba el catálogo era 2.670 millones de dólares y ahora se ha vendido por 1.570… ¿significa que la devaluación ha empezado ya…? Otro ejemplo: el supergrupo de rock sinfónico Pink Floyd ha mantenido conversaciones sobre la venta de su catálogo –que incluye álbumes de la talla de “The Dark Side of the Moon”, “Wish You Were Here” o “The Wall”– desde 2022 por 500 millones de dólares, sin que las negociaciones hayan fructificado –un eufemismo: han concluido sin acuerdo de ningún tipo– casi dos años después de iniciadas.

Algunos músicos más jóvenes también han estado vendiendo sus catálogos, una tendencia que se aceleró por la pandemia, como ya he señalado en el caso de Shakira, cuando las giras quedaron en suspenso y muchos artistas se enfrentaron a un recorte de sus ingresos. El mismísimo Justin Bieber, otrora figura de la música para adolescentes, firmó un acuerdo de 200 millones de dólares con Hipgnosis. Residente en Estados Unidos, aunque figura española de la música, Enrique Iglesias vendió a finales de 2023 todo su catálogo musical (así como sus derechos de imagen y de nombre) a Influence Media Partners por unos cien millones de dólares

Es fácil entender por qué los artistas se sienten atraídos por estas grandes ventas, pero la pregunta que surge inmediatamente es si estos acuerdos serán rentables para los inversores… Lo más probable es que sí: cada vez surgen nuevas fuentes de ingresos para la música: TikTok, los videojuegos, incluso, quizá, el metaverso en los próximos años. Hasta los catálogos de artistas más veteranos pueden convertirse en negocio… En ocasiones, las generaciones más jóvenes redescubren viejas canciones si estas se ponen de moda tras aparecer en una nueva película o serie de televisión. El regreso a la fama en 2022 de la canción de Kate Bush “Running Up That Hill”, una canción de 1985, después de que se utilizara en la serie “Stranger Things” es un ejemplo de ello: recibió un aumento del 8.700% en streams globales en Spotify a raíz de su aparición en la serie de televisión de fenómenos paranormales y alcanzó el número uno en las listas de singles del Reino Unido.

Sin duda, el entorno de bajo coste del crédito de los últimos años ayudó a impulsar el crecimiento de la música como activo. Sin embargo, la subida de los tipos de interés provocada por la inflación, como resultado del inicio, hace ya más de dos años, de la guerra de Ucrania, ha podido frenar un poco la actividad, pero, en general, el atractivo de los buenos catálogos retrospectivos capaces de generar ingresos sólidos durante muchos años se debería mantener. La gente escucha música en los buenos y en los malos tiempos, así que en ese sentido es una inversión a prueba de balas.

Los inversores se sienten atraídos de forma natural por los “éxitos contrastados”, lo que explica por qué las ventas de los catálogos de artistas que triunfaron en los años 60, 70 y 80 han alcanzado cifras tan elevadas. Sin embargo, según un estudio de Goldman Sachs, en 2020 alrededor de la mitad de las reproducciones en streaming del catálogo de Spotify correspondían a canciones publicadas en la década de 2010 a 2020, un decenio dominado en Estados Unidos por el hip-hop/rap, así que el dinero puede que empiece a gravitar hacia este género, dado que es muy poco probable que los oyentes que han crecido con ese paisaje sonoro en su adolescencia lo abandonen a medida que envejecen. (No es mi caso: aunque yo pueda seguir disfrutando la música de mi juventud, mi profesión de periodista musical me obliga a estar abierto a lo nuevo, y en la actualidad escucho por placer mucha más música de cuando tenía 40-50 años –Nacho Vegas, Rafael Berrio, Elle Belga, León Benavente, etc.– que de mis lejanos 15-25 –Beatles, Queen, The Fall, Bauhaus, Laurie Anderson, Philip Glass, Corcobado, Nick Cave, Einstürzende Neubauten, etc.–).