A la vista del ambientazo geopolítico imperante, ya son varias las naciones, supuestamente civilizadas, que están reimplantando el servicio militar obligatorio. Nuestra ministra del ramo se ha apresurado a afirmar que por estos lares nasti de plasti. Ello constituye un indicio claro de que, con toda probabilidad, el asunto estará pronto sobre la mesa, y con visos de salir adelante, ya que, como hemos visto, la negación categórica no es óbice para que luego las cosas vayan pasando… Se adivina pues un nuevo cuadrilátero para que nuestros políticos la emprendan a mamporros, en otra búsqueda más del minuto de gloria, la frase afortunada en los informativos, y la mutua descalificación.
Esto, evidentemente, no arreglará ningún problema, pero mientras nuestros representantes se dedican a esos menesteres, la vida va pasando y estarán, todos ellos, más cerca de sus retiros dorados.
El debate es previsible. Las izquierdas identificarán la mili, no sin razón, con los momentos más casposos del pasado reciente. Las derechas invocarán nuestra vocación europea y la necesidad de parecernos a nuestros guapos vecinos del Norte. En el proceso, los primeros harán todo tipo de chascarrillos sobre la condición de fachas de los segundos, los cuales replicarán con improperios varios. Unos y otros rebuscarán evidencias de la mezquindad del adversario, ahora en el terreno militar: Fulano tenía enchufe, Mengano ideaba novatadas infames, Perengano tenía mala puntería…
Leonor aparecerá, monísima de uniforme, de vez en cuando.
Mientras tanto, la gente normal de ambos bandos seguirá madrugando, pagando impuestos y viendo telenovelas turcas. Business as usual.
Los que no han hecho la mili, que son muchos de los que ahora cortan el bacalao, no saben de la que se libraron. La mili era una mierda: interrumpía los estudios, truncaba la carrera de los grupos de rock, y ahondaba en las fisuras de los noviazgos, como quedó reflejado a nivel planetario en la letra de la Macarena. Por lo demás, no se hacía casi nada especialmente útil. Sí se aprendía a convivir con las microcorruptelas cuarteleras, fiel reflejo de lo que ocurre en otras instancias, y seguro que más de uno aprendió a trincar ataviado de verde.
Yo tuve una mili relativamente buena, merced a ciertos contactillos, y aun así recuerdo aquellos, ojo, 14 meses, con auténtica amargura. Verse trasladado, de la noche a la mañana a ese delirante universo paralelo de lo castrense, mezcla de testosterona, patriotismo, nicotina, solysombras y blasfemias non-stop, fue un auténtico shock, un violento baño de realidad. Todavía hoy, más de cuatro décadas después, sueño de vez en cuando que tengo que volver al cuartel, y me despierto sobresaltado.
Cuando yo hice la mili ya hacía tiempo que había muerto Elvis, pero el ambiente militar parecía inmune al cambio de los tiempos. Nótese que el PSOE ya había ganado las elecciones, pero no era infrecuente que los retratos de Elvis adornaran las dependencias junto a los del Campechano. En el periodo de instrucción, el capitán al mando de mi compañía iba permanentemente acompañado de un perro dóberman que correteaba entre los reclutas, olisqueándoles el culo. Más adelante, en mi destino definitivo, a mí, que conduzco como Sor Citroën, me tocó ser conductor de un general old school quien, por haber caído en desgracia, sólo tenía derecho a un Seat 124 cochambroso, sin blindaje ni cosa parecida. Todo ello en el apogeo del terrorismo de ETA. Me pasé la mili al volante de aquel haiga, llevando al Pájaro a funerales y entierros, aunque por suerte no asistí al mío propio, como sí les pasó a otros reclutas conductores.
La labor del soldado en aquella época era extraña. Yo por ejemplo no pegué un solo tiro después de jurar bandera, pero hice guardias con un fusil Cetme, que no llevaba munición para evitar suicidios… se decía entonces que los canarios había veces que preferían pegarse un tiro antes de seguir un minuto más en una garita al relente, qué cosas. En general los servicios prestados estaban en función de la cualificación del recluta. Así el albañil reformaba las casas de los mandos, el pintor las pintaba, el chispa y el fontanero atendían las averías 24/7, y el jinete olímpico entrenaba los corceles de la oficialidad. Una gigantesca maquinaria de servicio doméstico y mantenimiento a mayor gloria del estamento militar, y a un coste de locos quiero pensar.
Naturalmente, de la mili le quedan a todo quisque un puñado de anécdotas pintorescas, relatadas mil veces, con las que amenizar las veladas familiares. También algunas habilidades prácticas impagables, como la posibilidad de usar los WCs más pestilentes con notable soltura, cosa muy útil cuando viaja uno mucho o frecuenta festivales de música. Pero, si tenemos que hacer un balance resumido, yo diría que la mili era una pérdida de tiempo y un asco.
En 2001 se acabó la mili obligatoria, menos mal. Creo que el inquilino de Moncloa lucía bigote por entonces.
Dicho todo esto, si nuestros queridos políticos finalmente siguieran la tendencia, y el servicio militar volviera a implantarse, asistiríamos a un interesante experimento sociológico. Para empezar, tendrían que alistarse todos, todas y todes. Habría que ver cómo sienta eso en según qué estamentos. Además, nuestros jóvenes, criados en la libertad, el ocio digital y, muchos de ellos, en el dolce far niente, sufrirían un choque brutal. Sueno a viejo cascarrabias, pero me temo que tienen la piel más fina que nosotros los boomers y ya no te digo de nuestros predecesores. Tendrían que limitar temporalmente sus libertades, aceptar una disciplina, restringir su acceso al móvil, a las redes sociales… ¿cómo van a digerir eso?
Pero la cosa es, que dedicar un tiempo a servir ordenadamente al país que te cobija, no me parece necesariamente un despropósito. En su día la mili servía de bisagra entre la adolescencia, que hoy se alarga casi hasta los 40, y la vida real… ¿no sería interesante retomar es punto? Lo que pasa es que no tendría mucho sentido que se planteara este tema desde la óptica estéril de soldadito-español-soldadito-valiente que nos tocó a nosotros, y sí con el objetivo de que la gente aprenda a hacer cosas útiles. Siempre será bueno que el personal esté medianamente cualificado en cuestiones como ayuda al prójimo, protección civil, rescate, sanidad y gestión de situaciones límite. Y eso, que costaría una pasta, sí nos enriquecería como sociedad.
Ya existió en su momento la posibilidad de la objeción de conciencia, que permitía no ir a la mili, y realizar a cambio lo que se denominaba “prestación social sustitutoria”. Esto se hizo a recula, con gran disgusto de los uniformados, y por ello los trabajos sociales duraban más que la mili y casi merecía la pena vestirse de caqui y pegar barrigazos, para pasar el trance lo más rápido posible. Volver a un planteamiento similar podría ser bueno para todos, lo que pasa es que muy fácil de implementar no parece. Y a ver quién es el valiente que plantea eso de cara las urnas…
En fin, un año de mili, no gracias, pero un “servicio social” bien planteado que ayudara a los más jóvenes a poner los pies en el suelo, a lo mejor no era una mala idea. Y el ejército, dejarlo en manos de profesionales.