Mismo aparato, distintas formas de usarlo. A veces sutiles gestos, costumbres o actitudes denotan la edad de un usuario y no es fácil darse cuenta de primeras. Encontramos obviedades como que Facebook es contemplado como una red social arcaica y poco atractiva para jóvenes, pero sigue triunfando entre los más veteranos. Otro salto generacional lo marca la funda protectora. Sólo los que hayan cumplido los sesenta –o más– pueden verle algún atractivo a esas fundas con tapa que se cierran sobre la pantalla y ya no digamos si imitan la piel o el cuero.
Pero hay algunos detalles que dividen a los menores de 35, los adultos “jóvenes” de hasta cincuenta y aquellos a los que Internet y el móvil les pilló siendo ya talluditos. Cuando tienes cuarenta y algo y todavía te ves capaz de llevar una sudadera con capucha miras hacia abajo y hacía arriba y, por momento, te consideras más próximo a los jóvenes de la oficina. Sin embargo, si lo que se describe bajo estas líneas no te representa es el momento de empezar a asumir la edad que pone en el DNI.
- Pantalla abajo. El elemento más importante del móvil, un prodigio de la ingeniería electrónica, con lector de huellas digitales incluido, pero a los veinteañeros les parece que es buena idea dejar el móvil en la mesa con la pantalla en contacto con la mugrienta e irregular superficie. La razón estriba en que así los presenten no pueden fijarse en las notificaciones que les saltan a cada instante. En resumen, boca arriba es viejuno, boca abajo, cool.
- Alergia a llamar. El ser humano siempre hace gala de una gran estupidez cuando se lo propone. Dos amigas quieren quedar para cenar y lo hacen a base de decenas –si no centenares- de grabaciones de audio en un chat en lugar de recurrir a una conversación en la que se alternan frases e ideas. Incluso en situaciones apremiantes, prefieren dejar un mensaje con la esperanza del que el otro lo vea con la mayor prontitud antes de llamar y contarle lo que sea.
- El sonido del silencio. Hubo un momento, cuando los móviles tenían una pantalla LCD monocroma en el que las pocas posibilidades de personalización venían de la mano del tono de llamada –los famosos politonos– y las revistas y webs se llenaron de anuncios para ponerte la canción de Piratas del Caribe o una de David Bisbal. Ahora los móviles no suenan en público. O vibran o te avisan directamente a una pulsera o reloj inteligente. Cuando suena un clásico “ring” en plena calle lo más probable es que el que conteste no lleve tatuajes, ni diga “holi”, “random” o “me renta”.
- Chatear por Instagram. Todo el mundo usa WhatsApp, pero cuanto más jóvenes más proclives a que muchas conversaciones se trasladen a la red social más extendida, con permiso de TikTok. Pasada cierta edad, Instagram sólo se usa para lo que se concibió originalmente, publicar fotos de nuestra vida diaria y espiar la de los demás.
- Búsqueda en TikTok. ¿Quieres saber cuál es el mejor restaurante vegano de Albacete? Se acabó lo de ponerlo en la barra de Google, los jóvenes encuentran con agilidad la respuesta en la red que más les fascina e idiotiza. Es cierto que entre bailes y memeces hay muy buena información en TikTok, pero saber buscarla no está al alcance de los nacidos antes de los noventa.