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Opinión Javier Ortega Figueiral

Boeing: lágrimas y desconexión

Un informe de la administración pone al constructor estadounidense a los pies de los caballos. La solución está en ella… y en la propia administración.
Uno de los Boeing 787 de American Airlines durante un vuelo de prueba antes de su entrega a la aerolínea.

Escribo esta columna desde Estados Unidos. He volado desde Barcelona a Miami a bordo de un Boeing 787 de American Airlines. Desde la misma ventana por la que vi el principal puerto de cruceros de Europa al principio del viaje, pude ver el principal puerto de buques de turismo del mundo al cabo de nueve horas. Estas pasaron plácidas e impecables a bordo de un Dreamliner con nueve años de servicio, aunque que parecía nuevo. Un sobresaliente para una tripulación encantadora que fue una demostración clara de ese people make places. Los lugares los hacen las personas.

Suele ser fácil hablar bien de un vuelo viajando en primera clase o en Business. Lo es cuando el asiento-cama y un servicio de comidas y bebidas generoso endulzan el tiempo pasado en el aire. Que sea también un vuelo agradable en clase turista, económica o Main Cabin, como se considera en American, es en parte responsabilidad de la tripulación de vuelo. Así que muchas gracias a ese grupo de profesionales basados en Miami.

Dreamliner en positivo

Les hablo de Estados Unidos y del 787 o Dreamliner, como uno de los aviones de nueva generación sobre los que Boeing apuntaló, ya en este siglo, su oferta de aparatos de largo alcance. Su nombre podría haber sido eLiner, Global Cruiser o Stratoclimber, las otras tres opciones que Boeing sometió a votación abierta y en la que participaron 500.000 personas de 160 países.

No hay duda que este avión está siendo un éxito para la compañía: a principios de 2024 ya se habían entregado 1.111 unidades de las 1.900 ya encargadas desde el inicio del programa. Un ejemplo de buena cliente es la española Air Europa, que ha fiado a Boeing el 100% de su expansión intercontinental con una flota de largo radio formada exclusivamente por 787 en dos versiones.     

Un informe en negativo

Boeing es un gigante. Emplea a 170.000 personas en 65 países y tiene más de 10.000 aparatos están en servicio en todo el planeta. William E. Boeing, fundador de la empresa en 1916, estaría satisfecho viendo hacia donde ha ido su empresa 108 años más tarde.

El constructor estadounidense lleva varios años enlazando crisis.

Con esta larga historia y cifras, no todo ha sido bonito en esta corporación y los últimos tiempos están siendo bastante negativos para su prestigio. Un nuevo capítulo se ha revelado hace pocos días: se ha hecho público un duro informe con unos hechos desalentadores en el día a día de la compañía, que ya arrastra varias crisis en su imagen de marca.

Tras un año de trabajo, el informe fue redactado por una comisión de expertos de la FAA o Administración Federal de Aviación de Estados Unidos. Resumiendo, el contenido al máximo, el texto considera que uno de los principales problemas en Boeing es “la desconexión” o una falta de comunicación entre los trabajadores y los directivos, algo que salió a la luz tras el accidente de dos aviones 737MAX en 2018 y 2019. De esos sucesos en Indonesia y Etiopía surgió la llamada “crisis de los Max”, con la paralización mundial de ese tipo de aviones, prolegómeno a la parada general de la flota aérea mundial durante la crisis sanitaria, lloviendo sobre mojado sobre el constructor norteamericano.

El informe habla de defectos en los mensajes y protocolos de seguridad. Aparentemente estos no se estaban efectuando con efectividad o siquiera se comunicaban entre diferentes estamentos de la compañía. De un lado no existía un sistema 100% claro de hacer llegar el mensaje a la superioridad y otro era aún más simple: muchos no informaban de lo que pasaba por temor a posibles represalias.

El incidente con un 737 de Alaska Airlines este mes de enero ha tensado aun más el ambiente laboral y el prestigio de esta corporación aeroespacial.

El texto de la máxima autoridad norteamericana de la aviación no deja en buen lugar a la manera de trabajar de y en la compañía. Leyendo su contenido, cuadra que hace dos meses, tras los problemas con la puerta/no puerta (dependiendo de la configuración interna) de una variante de 737 que salió disparada, Dave Calhoun, el CEO de Boeing tuviera que aguantarse visiblemente unas lágrimas de impotencia en una comparecencia presencial y virtual con los empleados de la casa para explicar que se iba a investigar hasta el final.

No basta con llorar

El CEO de la compañía aeroespacial, que cumplirá cuatro años en el cargo, además de sacar la carta de la familia a colación (“tengo hijos, tengo nietos y vosotros quizá también” dijo imaginar las sensaciones de quien estaba al lado de la puerta que se desprendió del 737 de Alaska Airlines) prometió que se iba a investigar a fondo y con total transparencia. Lo dijo antes de la publicación de las 4.000 páginas que ponen en cuestión muchas debilidades de su empresa.

El informe de 4.000 páginas de la FAA ha de suponer un cambio de filosofía en Boeing y también en la administración que la ha de supervisar.

El informe daba inicialmente un plazo de seis meses a Boeing para revisar las 53 recomendaciones que contiene y desarrollar un plan de acción que incluya un enfoque basado en hechos comprobables y aborde exhaustivamente cada recomendación. El constructor tendrá que compartir con la FAA este plan de acción, incluidas las fechas de aplicación. Días después se decidió que debía cumplirlo en 90 días.

Habrá que ver, a final de primavera, si ese nuevo plan de acción por fin endereza los últimos años de Boeing para corregir una deriva que se remonta a finales de los 90. Y es que tras la fusión de McDonnell Douglas con esta compañía, hubo una guerra de poder entre las direcciones de ambas y fue la filosofía de la integrada la que ganó. Ahorrar dinero para maximizar los beneficios de los accionistas pasó por encima de la mentalidad más ingenieril de Boeing y esa es la senda que tomó la empresa hace casi 30 años, una inercia que, de una vez, ha de tener freno. 

El constructor ha de mejorar, de eso no hay duda, aunque también la regulación en Estados Unidos podría fortalecerse sustancialmente. Con frecuencia en este país, las agencias federales que se encargan de supervisar una industria terminan cediendo buena parte de esa supervisión a la propia industria. Eso es lo que ha sucedido aquí. La Administración Federal de Aviación dice que quiere que Boeing ‘continue teniendo los más alto estándares de seguridad’. Eso es bueno, no hay duda. Sin embargo, si Boeing ya estuviera operando a ese nivel no habría necesidad de emitir un informe reprendiéndola por no hacerlo.

Ambas partes tienen deberes que hacer en las próximas semanas. Lo tienen que hacer por su bien y por el prestigio de la aviación comercial.

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