Desde luego la Iglesia Católica no puede ser calificada como una institución de vanguardia, ni es su objetivo ni su esencia, pero hace casi cuatro años –cuando el coronavirus paralizó el mundo– tuvo que recurrir a la tecnología para no perder el contacto con los fieles. Las misas se empezaron a retransmitir por Twitter, YouTube o WhatsApp con distinta fortuna y alcance, pero con el espíritu bienintencionado de acercar la eucaristía a los feligreses de cada parroquia. Una vez sin restricciones por causas epidemiológicas, las retransmisiones online han coleado hasta que la propia Conferencia Episcopal ha tenido que tomar cartas en el asunto. A los dirigentes de la Iglesia les preocupa, entre otras cosas, que se desvirtúe el sentido de la celebración dominical con emisiones de dudosa calidad protagonizadas por “curas showman”.
Sí, aunque sean casos anecdóticos y puntuales, a los medios de comunicación les encanta acercarse a las figuras de los curas rockeros, raperos o a ese que recientemente –y no exento de talento– ha versionado el popular Quédate de Quevedo con mensajes evangélicos. Pero hay otros que se han debido venir demasiado arriba y se ha decidido poner orden como ocurrió en Italia meses atrás.
¿Qué hay de malo en difundir la palabra de Dios por las redes sociales? En principio, se podría contemplar como una buena estrategia para acercar la Iglesia a una población cada vez más alejada de la institución. Por otra parte, desde 1956 se retransmiten las misas por Televisión Española con el fin de que personas con limitaciones para desplazarse a los templos cumplan con el mandamiento. ¿Hacerlo por las redes no es lo mismo, pero en versión siglo XXI?
Parece que no, por varias razones. La primera es la dudosa calidad de las retransmisiones. Por culpa de la pandemia, millones de personas, católicos y no católicos, de un día para otro, tuvieron que aprender a trabajar y hacer reuniones con una webcam y una pantalla y eso hizo aflorar desesperantes problemas técnicos, de encuadre, conexión o sonido.
También puede pasar, al igual que ocurre en muchas reuniones virtuales, que algunos de los asistentes no presten la atención debida. Recordemos que puedes contemplar al sacerdote, pero no al revés. La Iglesia recalca que no puede ser que el párroco sitúe un móvil apoyado en un cirio pascual y se ponga a oficiar. No, tiene que haber medios y dignidad. Hay que levantarse, sentarse y arrodillarse en los momentos adecuados y estar concentrados en las diferentes fases de la eucaristía. La Conferencia Episcopal demanda medios técnicos y habilidades de comunicación, pero lo suyo es asistir a la misa en el propio templo si es posible.
Lo que ocurre es que el ser humano es perezoso –por tanto pecador- por naturaleza. Seamos realistas, por muy devoto que uno sea cuesta un poquito ir a misa el domingo. Además, la gran mayoría de los sacerdotes no contribuye a amenizar la celebración. Y algunos que sí lo hacen pueden ir más allá y acabar siendo una especie de telepredicadores a la americana que es lo que verdaderamente pone los pelos de punta a los dirigentes de la Iglesia en España. Los obispos también piden que se elimine la grabación de la misa una vez concluida, pues esto no es Netflix, no es un canal a la carta, hay que asistir en directo y no se puede adelantar, ni poner el x2 para acabar antes. Eso no vale.