Sin poder precisar la autoría de esta afirmación, alguien dijo en la radio que los jóvenes occidentales empiezan a denostar la Democracia como sistema político porque es el único que han conocido y en él, a día de hoy, no viven especialmente bien.
Las guerras y/o dictaduras previas les quedan demasiado lejos y algunos expertos alertan de que esa generación insatisfecha, en su inconsciencia, podría no ver con malos ojos .-y por tanto favorece con sus votos- la proclamación de gobiernos populistas o demasiado escorados a izquierda o derecha. Vamos, que no es tan descartable que un día apoyen incluso a gobernantes autoritarios ávidos de recortar derechos o perseguir ideas. Algo de todo eso flota en el ambiente y la situación geopolítica mundial no lo desmiente.
A la vez, por alguna razón -y por eso proliferan obras literarias o cinematográficas de este género- a todos nos fascinan los futuros distópicos y apocalípticos donde la humanidad es esclavizada por las máquinas o vive sometida a tiránicos gobiernos de pensamiento único. Por eso uno no puede dejar de ligar el repentino y brutal desarrollo de la inteligencia artificial (IA, en sus siglas en español) con la posibilidad de que nuestra libertad individual se vaya al cuerno.
Uno de los puntos más calientes de la regulación de la inteligencia artificial que se acaba de pactar a nivel europeo es la posibilidad de llevar la tecnología de reconocimiento facial a su máxima expresión y que los ciudadanos estemos permanentemente controlados gracias a las cámaras de seguridad ubicadas en casi cualquier parte.
Es verdad que esos sistemas tienen margen de mejora -solo hay que ver los problemas que presenta la cámara frontal de un iPhone para reconocer al usuario- pero es cuestión de tiempo. Regímenes poco o nada democráticos como China no deben albergar muchas dudas al respecto de las “bondades” de controlar a la población. Muchísimos países con menos poderío tecnológico lo firmarían mañana mismo. Pensemos en Rusia, en las múltiples satrapías ricas en petróleo, dictaduras africanas, regímenes inestables y radicales en América Latina…
La Unión Europea, en su legislación, restringe ese tipo de avances tecnológicos a situaciones excepcionales, como localización de terroristas y bajo autorización judicial, etc. Afortunadamente antepone la libertad del ciudadano a supuestas amenazas reales o imaginarias. En un régimen democrático, ninguna autoridad puede pegar una patada a la puerta y detener a sus habitantes de forma arbitraria, pero en otro tipo de sistemas de gobierno -que algunos banalizan- los derechos pasan a un segundo plano. Pero para saber eso hay que estudiar un poco de historia en lugar de ver memeces en TikTok.
Otra cosa es si una norma para regular la IA en 2024, que se aplicará en 2026, nace muerta, o si la tecnología va más rápido que los políticos, o si da igual lo que hagamos en nuestro paraíso europeo si internet ni tiene puertas ni fronteras, si a los chinos les da la risa ante tales esfuerzos por preservar nuestra Democracia, si el 1984 de Orwell será una broma frente a lo que estar por llegar…
Pensemos en lo que vale nuestro sistema político tan imperfecto antes de pensar que no es tan malo que nos gobierne gente que quiere tenernos controlados, callados y distraídos.