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Opinión Javier Ortega Figueiral

Forbes y la aviación

Detrás de la foto de un avión que anuncia una fiesta también hay una historia que contar.

Esta semana Forbes España culmina sus actos y celebraciones por su 10º aniversario. Esto no les sonará a nuevo, pues ustedes son lectores habituales del magazine y de la web de la casa. Tras una gira por diferentes ciudades de la península, Canarias y Baleares, Madrid es el punto final con dos días de actos rematados por una fiesta. Todo esto se lo cuento porque esta mañana me ha llamado la atención una imagen que el editor Andrés Rodríguez ha usado para anunciar en sus redes sociales el evento de esta noche.

En la cuenta de X (ex-Twitter) e Instagram aparece parte de un avión en vuelo. En el timón, sobre fondo verde, está pintado en dorado el apellido FORBES en mayúsculas. Justo debajo consta también ‘Capitalist Tool’. El jet está aterrizando, con el tren abajo y el ala configurada para tomar tierra: los flaps y slats extendidos permiten que el plano sea mayor para avión se sustente con velocidad menor.

Les cuento todo esto porque en mi cabeza casi todo acaba derivando en aviación, incluso cuando no aparece. Recuerdo, por ejemplo, a Aristóteles Sócrates Onassis en la primera portada de la revista. Era marzo de 2013. El naviero aparecía con traje gris cruzado, corbata oscura, reloj en la muñeca derecha, piernas cruzadas y hablando. Al ver todo eso, mi cabeza aerotrastornada empezó a recordar que el armador más celebre del siglo XX también fue un magnate de la aviación.

La relación del griego con el mundo aeronáutico fue intensa. Interesado por ir más allá de lo marítimo, en 1957 compró TAE Greek National Airlines, la maltrecha y deficitaria aerolínea estatal. La convirtió en Olympic Airways, que fue una de las mejores y más elegantes compañías aéreas del mundo. A Onassis también le dolió la aviación. Su hijo Alexander falleció en accidente aéreo cuando tenia tan solo 24 años. A esa edad ya era presidente de la filial regional de Olympic, a la que también estaban adscritos los aviones y helicópteros de uso familiar. El heredero del imperio aeromarítimo se estrelló en el aeropuerto de Atenas mientras hacia un vuelo de pruebas con el hidroavión Piaggio que normalmente llevaba a bordo el yate Christina. El mazazo para el padre fue tal, que al cabo de pocas semanas vendió todas sus acciones de Olympic al gobierno. Todo eso, imagínense, es lo que me vino a la cabeza al ver aquella primera portada de Forbes en el Kiosco de la Plaza Kennedy de Barcelona hace 10 años.

El Boeing del Sr. Forbes

Si volvemos a la foto que compartió el presidente y editor de esta casa, quien no conozca la estrecha relación de Malcolm Stevenson Forbes con la aviación quizá podría pensar que es una imagen generada por Inteligencia Artificial, aunque nada más lejos: es absolutamente real. Se trata de un Boeing 727-26 que tenia configuración VIP y era su avión personal. Tan personal que incluso su matrícula era a la carta: eligió N60FM. La primera letra era por nacionalidad del aparato (Estados Unidos) y las dos ultimas por Forbes Magazine.

El Boeing se compró en 1982 procedente de una aerolínea quebrada: Braniff International, compañía que fue una total disruptora del transporte aéreo en los 60 y 70. Para sus anuncios fichó a personajes como Salvador Dalí o Andy Warhol. Los fabulosos uniformes de sus tripulaciones fueron encargados al florentino Emilio Pucci, la pintura de uno de sus DC-8 fue una obra de Alexander Calder y fue la única compañía estadounidense que voló comercialmente el Concorde gracias a un acuerdo con las dos únicas operadoras reales: Air France y British Airways.

El Boeing de Forbes le sobrevivió: voló entre 1983 y 1996. Sus colores dorados (como el oro) y verde (como el dólar) lo hicieron tan popular que incluso las empresas que fabricaban maquetas de coleccionismo incluyeron el modelo en sus catálogos. Ese 727 personal tuvo un antecesor, también pintado en oro y verde: un McDonnell Douglas DC9-15 con el que Malcolm Forbes voló por medio mundo. También matriculado como N60MF, era un antiguo avión de Swissair y Dominicana de Aviación, reconvertido en avión ejecutivo en 1973.

Por entonces, otro birreactor privado construido también por McDonnell Douglas era aun más célebre: el ‘Big Bunny’, un DC-9-32, la versión más alargada que el de Forbes. En este caso el avión era propiedad de otro editor: Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy. Dos maneras de entender el mundo editorial… y los aviones privados.

Y una pasión más

La aviación VIP y ejecutiva va estrechamente ligada a las grandes corporaciones, las personalidades y otros personajes singulares. A Forbes podríamos ubicarle allí: alguien que tiene su avión personal o lo alquila como una herramienta de trabajo. Esta le facilita llegar a donde necesite, rápido, cuando quiera y sin depender de los horarios de las compañías aéreas comerciales. Esas, junto a la privacidad, son las claves del éxito de la aviación de negocios, que actualmente pasa una etapa de esplendor. Sin embargo, más allá de los jets el legendario editor era un verdadero amante de otra manera de elevarse.

Y más que volar en el DC-9 o el Boeing 727, el editor disfrutaba de unos vuelos mucho más tranquilos e infinitamente menos ruidosos que los que le llevaban de un lugar a otro en reactor: Forbes amaba la aerostación y era un experimentado piloto de globos, una de sus cuatro pasiones junto a la revista, el arte y las motos.

La afición por los vuelos silenciosos le llegó en una etapa ya madura. Con 48 años subió por primera vez en un globo y tuvo un flechazo con esa manera de ver el mundo desde las alturas. Se hizo piloto y no uno cualquiera: en 1973, con 54 años estableció seis récords mundiales oficiales en globo. Todo ello pasó en una de sus aventuras aerostáticas, cuando cruzó todo estados unidos volando únicamente empujado por los vientos y el aire caliente. Por ese hito, Gerald Ford, 38º presidente de Estados Unidos le entregó el trofeo Harmon como ‘aeronauta del año’.

Ese mismo año, Forbes inauguró el primer museo del mundo dedicado a los globos en su casa francesa: el Chateau de Balleroy en Normandía, Francia, algo lógico, pues la aerostación nació en ese pais gracias a los hermanos Montgolfier. El editor también fue incluido en diferentes salones de la fama aeronáuticos en su país y las federaciones aeronáuticas de Francia y Estados Unidos le condecoraron por su contribución al desarrollo de esta disciplina.

El Chateau no era únicamente una casa y un museo, sino un punto de despegue regular para vistosas concentraciones aeronáuticas en las que Forbes siempre presentaba un nuevo globo que encargaba a Cameron Balloons. Cada uno tenía una forma diferente y eran un homenaje a los países que visitaba o a una de sus pasiones. Desde la reproducción del palacete francés a un huevo de Fabergé (llegó a tener ocho reales), una Harley-Davidson, la Carabela Santa Maria en homenaje a España, Beethoven a Alemania, un elefante tailandés, una enorme revista Forbes-globo, una esfinge en recuerdo a Egipto o un minarete pakistaní.

 Todas esas formas singulares fueron de creación británica en los 80. Estoy casi seguro de que si Malcolm Stevenson Forbes viviera hoy, tendría el corazón partido entre su proveedor británico y las creaciones de la barcelonesa Ultramagic, único fabricante globos de España y el segundo mayor fabricante mundial por cifra de negocios, con presencia mundial. Con sede en el aeródromo de Igualada y presencia mundial, esta empresa merece un artículo aparte.

Y esto es lo que les quería contar esta semana: para mi prácticamente todo desemboca en aviación y tiene una historia que vuela detrás, incluso una simple foto compartida en redes sociales.

Y, por supuesto, además de recomendarles que prueben la inigualable experiencia de volar en globo… ¡feliz 10º aniversario, Forbes!