Si concedemos crédito a lo que dice la patronal de fabricantes de comida para mascotas, en nuestro país hay algo más de 9 millones de perros censados. Tres de esos perros son míos así que vaya por delante que me gustan y que no encuentro nada censurable en disfrutar de su conversación. Habrá seguro muchos más porque en la España profunda tiene que haber perros sin microchip a cascoporro. Se supone que hay unos 19 millones de hogares, por lo que, haciendo la cuenta de la vieja, y aunque hay bastantes como el mío en los que se practica el poliamor perruno, sale casi a un perro por cada dos hogares. Eso son muchos perros.
Con semejante rehala nacional, el volumen de negocio debe de ser estratosférico. Tener perro, a la vista está, está de moda. Y más desde la pandemia, cuando sacarlos a pasear pasó de ser un marrón a un privilegio. De hecho, a menudo se da esta noticia con la apostilla ”ya hay más perros que niños”. Hay un algo de vestiduras rasgadas en esos titulares, un deje de censura viejuna, como diciendo:” los jóvenes prefieren tener perros antes que hijos, dónde iremos a parar”. Personalmente, no creo que sea así. A los jóvenes, entre otras cosas, lo que les pasa es que no pueden tener una casa propia, y por eso no tienen hijos pienso yo.
Pero volvamos al tema. Se acerca la Navidad, habrá quien ponga un perro en su lista… y seguro que también recibiremos los tradicionales mensajes relativos a la tenencia responsable de mascotas, el tema de que no son juguetes, los abandonos posteriores etc. Históricamente se hablaba de lindos perritos regalados a los niños, que luego se convertían en un problema y terminaban en la calle, la cuneta o las protectoras. Lo curioso del asunto es que hoy, con la natalidad bajo mínimos, sigue existiendo el problema de los abandonos. Se conoce que, a falta de infantes caprichosos a los que culpar, una buena parte de estos desmanes son protagonizados de cabo a rabo por personitas hechas y derechas, a las que no les tiembla la mano a la hora de cometer un acto de suprema hijoputez como es abandonar a un perro.
Yo, que soy perruno al 100%, no seré quien critique a nadie por añadir a su familia a un miembro que diga guau. Pero, a la vista de las tendencias, me gustaría remarcar que no es obligatorio tener perro. Por mucho que se insista en lo relevante de la decisión de incorporar un peludo a la casa, en las obligaciones, gastos y sinsabores varios que implica, sigue habiendo gente que, por impulso, por moda o por pura tontuna, se hace con uno… y al poco tiempo está jurando en arameo. Especialmente si se trata de un cachorro, criaturas achuchables pero caóticas que, como mínimo, te obligan a usar la fregona (invento español por antonomasia) con la destreza de un profesional del curling.
A menudo esas decisiones aventuradas van asociadas a la elección del perro equivocado.De esto tienen mucha culpa los publicitarios y la gente del cine y la tele, que incorporan a sus role models tal o cual tipo de perro que a ellos les parece molón. A partir de ahí empezamos a ver esas mismas razas paseando humanos por las calles y, al cabo de unos meses, cuando la adorable bola de pelo dice “aquí estoy yo”, las encontramos saturando aún más las protectoras: Border Collies, Pitbulls, Staffords, Lobos Checos y últimamente, Malinois, el Ferrari canino, y no apto para cualquiera.
Muchos de estos homo sapiens recién desembarcados en el mundo del ladrido, se resisten, a estas alturas, a esterilizar a sus perros, imagino que identificando los genitales de las mascotas con los propios. Esto es especialmente cierto entre los amantes de los perros peligrosos, bichos que, por si no tuvieran suficiente guasa, tienen que cargar con un plus de testosterona…Los hay también proclives a la cría incontrolada, y a la experimentación genética, obteniendo interesantes cruces de atleta con sicópata que luego terminan en un siniestro chenil en el mejor de los casos. También se ven ejemplares extraordinarios, el otro día me crucé con alguien que paseaba un cruce de Crestado Chino (ese extraño ser sin pelo y de largo flequillo, el Anasagasti canino) con pitbull…como erade esperar el animalito no estaba castrado, y su vista caudal exhibía dos extrañas esferas de un rosa brillante, una cosa como alienígena.
Naturalmente, la mayoría de los propietarios no entran en esa categoría de irresponsables. Millones de perros viven felices con sus familias, sacando lo mejor de sus parientes humanos. Cómo serán de estupendos los perros que, hasta los políticos, bípedos implumes de los que no siempre percibimos lo más positivo, mutan radicalmente en su compañía. A los perros en realidad les da igual que uno sea ministro, subsecretario o pobre de solemnidad, lo único que quieren es estar con su amo. Por eso incluso los personajes más cuestionados presentan su mejor perfil cuando están con ellos.
Rajoy parecía casi normal cuando realizaba sus extraños paseos atléticos con un bonito pointer, Sánchez posa arrobado con su perrita de aguas, como si realmente la amara más que a sí mismo, y hasta el Amado Líder de Podemos, habitualmente hosco y como cabreado, sonríe beatíficamente cuando está con sus perretes… La Realeza, la nuestra y las de por ahí, tiene siempre perros, a los que la institución en sí no les plantea rechazo, ni dudas sobre su posible anacronismo, ni nada de eso.
El nuevo presidente argentino tiene un gabinete asesor de perros clonados, a los que ha puesto nombres de economistas, y aun así lo ha petado, aunque viendo el histórico de la economía de aquel país, las decisiones de una jauría de bullmastiffs-probeta parecen una receta tan válida como cualquier otra. El mismísimo Tito Vladimir parece buena gente retozando en la nieve con sus mascotas… Y en el otro extremo de la Galaxia, en la Casa Blanca, suelen verse perros, y hasta en el Despacho Oval se les inmortaliza sesteando tan ricamente mientras su dueño decide el destino del orbe. El de Biden mordía a la gente, posiblemente por puro instinto de protección de un señor tan veterano. Trump es el único presidente que no ha tenido perro… En realidad, no me extraña, ya que la mera visión de Trump recién levantado, con un gato anaranjado muerto en la cabeza, puede despertar en cualquier can los instintos más atávicos, y es un peligro. Trump no debe tener mucha mano con los animales. Los camaradas de Time Magazine hicieron una portada en la que posaba con un águila calva (que no es calva, es la del escudo americano) y la rapaz le picó a las primeras de cambio. El destino de ese pigargo no trascendió, aunque bien pudiera haber acabado en la mesa de Donald por Acción de Gracias. Por cierto, que por estas latitudes estamos a un tris de celebrar Thanks Giving y cenarnos un pavo amojamado en familia a media tarde, pero ese es otro cantar, ya lo abordaremos en su momento.
Dicho todo esto, y por si algún lector del ámbito extraperrestre estuviera considerando la membresía en el nutrido club de la bolsita de caca, un par de tips finales, por si sirven de algo:
El primero ya lo debería conocer todo el mundo, no compres, adopta. En las protectoras hay perros estupendos de todos los colores y razas. Le arreglas la vida a un perro y dejas sitio para otro. Y además no le haces el caldo gordo a criadores sin escrúpulos.
El segundo, si eres urbanita y vives en un piso, opta mejor por un perro de un tamaño razonable. Meter un perrazo entre cuatro paredes es una canallada y un asco. No sé si la Ley de Bienestar Animal dice algo al respecto, ya que, según dicen, han intervenido en su redacción personas que no han visto un animal de cerca en los últimos 500 años.
Estas son mis brillantes reflexiones sobre la tenencia responsable de perros a las puertas de la gran orgía consumista de diciembre. Si estáis valorando incorporar un perro a vuestra tribu, pensadlo bien, no hay compañía más leal y gratificante, pero la vida no es un video de TikTok.