Me cuesta mucho comportarme como se debe en los actos solemnes. No es que no lo haga, pero por dentro libro una batalla interna brutal por evitar reírme, aunque no se note. Tengo la fortuna de haber ido a pocos funerales, pero, en los que me ha tocado, no puedo impedir encontrar parecidos en los asistentes o sentirme ridículo en la forma de dar el pésame. Ya no te cuento cuando hacíamos minutos de silencio en el cole, demasiados desgraciadamente, que estar callado y serio cuando tienes quince años es casi imposible. O, sin irnos siempre a motivos fúnebres, cualquier discurso medio emocionante, como el del típico compañero de curro que se va, me pone siempre a prueba. Si quedase en el aire un “¿Qué abogado?”, me resultaría casi imposible no completarlo. En resumen, no me gustan demasiado los sitios en los que Debes comportarte de una manera determinada.
Me hace especial gracia observar a las personas en esos lugares en los que Debes actuar de una guisa concreta. Quizá sea porque me moleste que haya que forzar un sentimiento determinado. No digo que haya que ir celebrando la Décima a un funeral, eso es cuestión de respeto, pero lo que no tiene demasiado sentido es cuando a alguien se le nota que está forzando algo. Recientemente, vi una foto que me llamó la atención por ese hecho. En un acto gubernamental, una persona muy importante que no recuerdo ahora mismo ponía un rictus muy serio, como el de los libros para aprender las emociones de los bebés, para demostrar que no le gustaba demasiado lo que había visto hasta entonces. Una cosa es estar serio y la otra morder como si tuvieras bruxismo mientras arqueas las cejas y abres un poco los orificios de la nariz. Me recordó a aquellas personas que se sacan selfies en lugares tétricos con cara de compungidos.
Puede que esos gestos no genuinos me molesten especialmente porque odio los convencionalismos, que exista algo exacto que decir o hacer en momentos determinados. El email de covid de “Lo primero de todo, espero que tú y los tuyos estéis bien”, la cara muy seria para decir “No somos nadie” o “Te acompaño en el sentimiento”. Cuando algo se convierte en frase hecha, en convencionalismo, en casi un tic nervioso, deja de significar ya nada. Pasa a no ser real. Muestra tu cara muy seria en todas las fotos y, así al menos, se verá que estabas serio. Lo limitamos todo a lo que se ve, cuando siempre defenderé que no podemos juzgar las emociones de nadie por lo que vemos en un momento concreto. Es un camino injusto que lleva a lugares peligrosos.
Creo que lo que me hace gracia de los actos solemnes es el hecho de que tengan una escaleta, que sean todos iguales porque nos tenemos que comportar siempre de la misma manera. En esos eventos me siento una botella a presión a punto de estallar, como cuando te quieres reír, pero sabes que no puedes. Sabes que, si se te escapa el primer “ja”, todo será incontrolable. Con los años voy cogiendo soltura. Ya no saco tantos parecidos, ya no me hace tanta gracia la palabra “Hosanna”, soy capaz de desconectar del sonido ambiente durante un minuto y, cuando tengo que poner cara de serio, lo hago sin problema. Sin embargo, la procesión va por dentro. Y creo que seguiría sin resistir contestar al “¿Qué abogado?”.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.