En su infatigable cruzada por etiquetarlo todo, el homo internetensis ha acuñado últimamente este término: Selennials. Hace ya tiempo que los no-jóvenes están en el punto de mira del consumismo, y algún espabilado se dio cuenta de que la cuchipanda taxonómica de Millenials, Centenials, Generación Z, Generación X y demás gilipolleces al uso, había dejado al margen a una numerosa mesnada que, por otro lado, corre con buena parte de las facturas de todos los anteriores. Por ahí viene lo de selennial, que suena mucho mejor que otras denominaciones clásicas como tarrilla, carroza o pureta. Aunque realmente no sé de dónde lo han sacado y, lo que es más grave, ni la Wikipedia me ha sacado de dudas a la hora de escribir estas líneas. A mí, que me temo que soy selennial, me suena como a selenita y, la verdad, no me veo en el papel.
También se maneja con asiduidad últimamente el término silver que, al ser en inglés, mola mucho más que puto viejo canoso, que sería la nomenclatura canónica, y que tiene un buen acrónimo, por cierto, PVC. Lo de silver va como un guante con aquel dicho metalúrgico que se utilizaba para definir lo que eufemísticamente llaman también “mediana edad”: Plata en las sienes, oro en la dentadura y plomo en los cojones. Esto ya no se puede decir, porque al aludir a las masculinas gónadas, entra de lleno en la dialéctica patriarcal que tanto repelús genera a unas y a otras, pero hay que reconocer que es bastante gráfico. Lo del oro en la dentadura no se lleva ya mucho, a pesar de que experimentó un breve resurgir entre los artistas de hiphop hace unos años, en la época en la que su outfit reglamentario incluía también gorra para atrás y perrito asesino. Hasta Madonna, que es Selennial-Recauchutada-Plus (SRP), se puso uno.
Silver se llamaba también el caballo del Llanero Solitario, y para conocer este dato hay que ser selennial en fase blanca como mínimo. Otro silver bien conocido era el Silver Surfer de Marvel, un segundón del sindicato de super héroes, organización que conocíamos al dedillo muchos selennials, ya en vida del Caudillo, a través de primeras ediciones releídas mil veces y que hoy valen una lana. Recuerdo un anuncio en la tele, más o menos reciente, en el que un silver guapetón practicaba precisamente el surf, en un mar bravo y de aspecto gélido, exhibiendo una amplia sonrisa, a pesar del hecho casi seguro de tener el escroto reducido a la mínima expresión en semejante trance. Creo que el spot era de un banco.
Otra cosa silverosa que vengo leyendo, siempre referido a lo que antaño se definía como madurito interesante, es la expresión Silver Fox: “Mengano con el tiempo se ha convertido en un atractivo Silver Fox”. Nótese que esto es sexista per se, ya que, si describiéramos a una señora como Zorra Plateada, las connotaciones atribuidas tradicionalmente a las hembras de estos cánidos podrían generar, como mínimo, una intervención parlamentaria. Úsese, nuevamente, con prudencia.
Todavía hay otra etiqueta en inglés que rula bastante: Boomers, hijos del Baby Boom del siglo pasado. Para nosotros los boomers, Boomer era un chicle alargado que se anunciaba en televisión y que, por lo que veo en una búsqueda rápida, sigue fomentando la gimnasia maxilar en los tiempos que corren. El personaje que abanderaba esta chuche era un superhéroe elástico, al estilo Marvel, pero en low cost, con esquijama y tal. Mi madre no nos dejaba comer chicle así que estoy lejos de ser experto en la materia, y no sé si el Boomer ese está bueno o qué, pero gracias a esa restricción materna, he llegado a selennial con la piñata en un estado razonable, eso sí.
A lo que íbamos. Corren malos tiempos para los tintes para el pelo, especialmente los pensados para el público masculino. Ya es infrecuente ver por ahí cabelleras varoniles de colores imposibles, negro zaino, caoba, berenjena, mandarina pocha… como ocurría antes, cuando no eran pocos los señores ajados que se aferraban a la juventud por los pelos, y acababan con pinta de proxenetas de provincias. Queda liberado, naturalmente, el gran Antonio Banderas, que es y está estupendo, hasta exhibiendo pirulazo en la barba. Pero el gris es el nuevo gris, y aquel que lo luzca, incluso en el cráneo, tiene medio cielo ganado en los power points de los pitbulls del gran consumo. Las estrellas del mercadeo han puesto al colectivo canoso en su punto de mira. ¿Cómo no se les habría ocurrido antes reparar en este caladero que aún maneja cuatro perras…? De manera que ya es habitual ver en la publicidad a atractivos jubilautas de ambos sexos con dentaduras intactas, vientre plano y pelazo, practicando deportes moviditos o magreándose en destinos exóticos con la cachondez de exaltados teenagers… y supuestamente dispuestos a consumir cosas que probablemente no necesitan.
Y mientras en el universo paralelo del márketing, los selennials ganan enteros, en la vida real se da una pintoresca paradoja. Como los políticos se funden el dinero de las pensiones en otros menesteres y los boomers estamos ya casi todos para sopitas y buen vino, a menudo resuenan proclamas que llaman al retraso de la jubilación. ¿Quién desearía tener tiempo libre, leer, hacer ejercicio o rascarse impunemente los pinreles, pudiendo seguir haciendo girar la rueda del hámster, a mayor gloria del sistema? No se jubile usted, déjelo para otro día…
Al mismo tiempo, la mano invisible del mercado de trabajo procede a cerrar éste a la gente talludita, con un cerrojo Fac. Fuck you, para ser exactos.
… Y en esa encrucijada, esperan que además tiremos del consumo. Ahí lo tienen un poco más crudo. Una de las cosas buenas de tener el culo pelao es que ya no necesitas tanto de nada, y además no es tan fácil engañarte. Así que, pipiolos de la mercadotecnia, mucho ánimo, y recordad: Selennials, no seniles.