Este casi primer cuarto de siglo se podría definir como el de la explosión de las TIC. Las telecomunicaciones, la digitalización, las tecnologías de la información, ahora la IA, la inteligencia artificial, han dominado la transformación del planeta y de su economía. El ranking de las empresas más valiosas del mundo está encabezado por compañías tecnológicas, digitales, plataformas de comercio electrónico, información e intercambio de datos. Ahí están gigantes como Apple, Amazon, Meta, Microsoft, Alaphabet o chinas como Ali Baba o TikTok. No hay ninguna teleco. En el pódium tampoco aparece ninguna compañía europea. Este es el triste paisaje al que se enfrentan las operadoras europeas derivadas de las compañías de teléfonos y telégrafos tradicionales. En Europa, además, todo se trufa de nacionalismo, proteccionismo y la visión cortoplacista de la Comisión Europea. Las telecos europeas luchan contra todo ello, pero no han dejado de perder terreno relativo en la batalla de las TIC. Temen quedarse orilladas en el papel de canal transmisor, sin capacidad de entrar en el negocio mollar, el del contenido, porque las palabras se las lleva el viento y no dan suficiente negocio.
Telefónica es una perita en dulce olvidada durante mucho tiempo por los inversores y obviada por los analistas de mercado, quizá por su deuda. Y eso a pesar de tener una fuerte presencia en grandes países europeos, con una fortaleza inmensa en Brasil y con una potente base de clientes. Los expertos no vieron la oportunidad, los saudíes de STC sí que la detectaron hace mucho tiempo y prepararon su estrategia de entrada: la compra directa del 4,9% del capital de la operadora española y de otro 5% a través de derivados. Ahora, STC renuncia a la adquisición completa de este último cinco por ciento para que Moncloa no vete la operación por los vínculos de Telefónica con Defensa, ya que es el principal vértice de comunicación del Ejército.
Está claro que el Gobierno ha estado a por uvas. La entrada saudí no entraba en los planes del Ejecutivo y eso que Riad es uno de los mejores clientes de España, incluido armamento, como se aprecia por los pedidos de corbetas a Navantia. Ahora, Moncloa corre el peligro de sobre reaccionar y reconoce que se plantea utilizar a la SEPI, la Sociedad Española de Participaciones Industriales, como brazo inversor para entrar de nuevo en el capital de Telefónica aprovechando este 5% de derivado que ha quedado en el aire. El Gobierno aduce que Telefónica es una empresa estratégica.
El mensaje que da el Gobierno no es del todo claro. Economía intenta por todos los medios demostrar que España es un buen lugar para la inversión extranjera. Cada dos por tres, altos mandos de la política económica efectúan giras por las principales capitales del capital a la búsqueda de inversores. Por eso puede ser confuso que se implante la idea de que el dinero saudí no es bienvenido, pero sí lo es cuando compra buques para su armada o trenes de alta velocidad. Pero ¿por qué no el dinero saudí y sí el de Qatar, por ejemplo, con intereses en el sector energético, que también puede parecer clave? Se amontonan las preguntas. ¿Cuándo llegue otra inversión a otra compañía considerada estratégica por Moncloa, la SEPI terminará entrando también? ¿Qué inversores se consideran amigables y cuáles no? ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar la SEPI, qué porcentaje del capital sería el confortable para el Gabinete? ¿Por qué priorizar desde el sector público la compra de empresas privadas antes que otras necesidades, como la educación o la sanidad? Y, por último, ¿hay dinero público suficiente para resucitar el INI? Evidentemente, las respuestas no serán siempre económicas, muchas se contestarán con planteamientos políticos e ideológicos que generarán otros caminos y otros retos.
La SEPI es un conglomerado de empresas públicas y de participaciones parciales en compañías privadas, como es el caso de Indra o Airbus, Redeia o Enagás, todo bajo el paraguas de Hacienda. Controla el 100% de 14 sociedades entre las que destacan RTVE, Correos o la Agencia EFE. Como se ve, escasamente industriales. También resaltan otras firmas, como Navantia, los astilleros del Estado cuyo principal cliente es el propio Estado, con gran éxito en la construcción de fragatas, corbetas y submarinos, también para otros países. Está Tragsa, una especie de chica para todo pues sirve para limpiar los destrozos del Prestige o de los incendios forestales. Está Enresa que gestiona los residuos nucleares y muchas sociedades más. Se puede discutir si deberían estar todas en manos del Estado al cien por cien. Se puede debatir si son o no estratégicas. Pero hay que darle mucho a la meninge para considerar las carreras de caballos como un pilar fundamental de la economía española. La SEPI es dueña del Hipódromo de la Zarzuela. Y es que en esto de las empresas públicas también hay mucho de Turf.