Opinión Eugenio Mallol

El renacer de la microelectrónica en España

Un futuro sustentado en chips parece una buena idea, este tejido empresarial de base tecnológica necesita masa crítica para competir, pero ha lanzado el mensaje: quiere colaborar.
Foto: Maxence Pira/Unsplash

Hablamos de un sector que se perdió el inicio de la gran ola de transformación tecnológica de la microelectrónica debido al aislamiento de nuestro país durante la dictadura. De pioneros que vieron los primeros transistores y los incipientes ordenadores en Eindhoven (Países Bajos) invitados por Philips, que aprendieron en lecturas furtivas antes de que se crearan las facultades de Informática.

Visionarios que inventaron un ordenador español, el Factor P, que encontraron la forma de llevar la señal radioeléctrica a todo el país en el Mundial de 1982, que abrieron nuevas vías en sectores como el aeroespacial y que trajeron la revolución de la electrónica a la industria, con ventas en todo el mundo. Hasta AT&T instaló una fábrica de chips en Tres Cantos en 1987.

Aquel ímpetu innovador se fue diluyendo por la falta de capacidad de la industria tecnológica para dotarse de masa crítica. Con su tamaño eran incapaces de atender las necesidades de modernización de las empresas y sociedad, no pudieron parar el tsunami de tecnología e innovación foráneo que sí convirtió en gigantes a muchos intermediarios. Grandes compradores como Telefónica desistieron de rodearse de un grupo industrial y sólo se han mantenido algunos destellos.

La patronal TIC, AMETIC, contabilizaba apenas 52 empresas españolas en su reciente mapa de la microelectrónica. Algunas de ellas son líderes de nicho en su ámbito a nivel mundial, pero siguen sin tener suficiente entidad más allá de su foco como para siquiera competir entre ellas. De ahí que esté larvándose un interesante fenómeno de colaboración, algo que el CEO de TST Sistemas, Francisco Alcalá, define como el “renacer de la microelectrónica”.

Hasta hace cinco años, salvo algunas excepciones, sólo el Barcelona Supercomputing Center (BSC) tenía presencia en los grandes foros internacionales en representación del sector español. En el seno de AMETIC, se inició un proceso de reflexión acelerado a raíz de la pandemia. La clave era no perder este nuevo tren, trabajar para enganchar a la Universidad, a los centros de investigación y a la industria, porque todo se sustenta en los chips, son la base de la electrónica digital.

Durante los meses de confinamiento se desplegó un esfuerzo de colaboración inédito, en el que empresas como Premo, Andaltec, Grupo Antolín, SM Sanchez Martin, Escribano, Súrtel, Quandum, Fagor Electrónica y TDK y el centro tecnológico Tecnalia sumaron fuerzas para hacer respiradores. Posteriormente llegaron los Perte y, entre ellos, emergió el de los microchips. Ahí saltó la mecha de uno de los fenómenos más interesantes que se están produciendo ahora mismo en el panorama de la innovación española.

Cuando en el reciente evento Collaborate organizado por el ecosistema 4.0 Atlas Tecnológico se dieron la mano de pie los grandes referentes de los clústeres de microchips de Málaga y Valencia, Ezequiel Navarro y Mayte Bacete, el director de operaciones del Perte CHIP, Pedro Martín, allí presente, no pudo evitar proclamar: “Hemos comprobado el efecto de 140 millones de euros”, los concedidos ya por la Administración, “cuando hay dinero público la cosa se anima mucho”.

Pero volcar dinero público no sirve de nada si no hay un ecosistema capaz de utilizarlo, que disponga del mindset adecuado. Esa dinámica de corriente de agua sobre guijarros será la que probablemente convierta al Kit Digital en una gran explosión de rotondas digitales.

Francisco Alcalá asegura que la barrera para que las pymes encarguen sus propios ASICs (Application-Specific Integrated Circuit) a la industria local ha caído tanto que muchas empresas deberían considerar desarrollarlos, lo que daría un nuevo impulso a la microelectrónica española. “Si no controlas los chips sobre los que te sustentas no eres dueño de tu futuro”, dice.

El prestigioso laboratorio IMEC, ubicado en Lovaina, aterrizará en España, muy probablemente en Málaga. El sector de la microelectrónica, en el que hay una multitud de royalties cruzados, es muy propicio a la colaboración. Después de que el director del BSC, Mateo Valero, llamara a ello en Barcelona hace unos meses, el Perte CHIP va a lanzar una estrategia nacional de hardware de código abierto RISC-V, en el que todavía hay margen para que España hable con voz propia.

Las empresas hablan de compartir herramientas de diseño y ciertas capacidades, como las salas blancas y el packaging avanzado, que requieren inversiones demasiado importantes como para ser acometidas por cada una en solitario. Mejor un laboratorio muy bueno para todos que ocho o diez pequeños diseminados por el país. Economías de escala que permitan atraer talento, que potencien las cátedras de los microchips, articuladas con criterios de gobernanza, conectadas, con wokshops conjuntos…

Un Perte CHIP de 13.000 millones de euros sí constituye una base suficiente para el renacer de la microelectrónica en España, por más que haya todavía 800 pendientes de adjudicación en 2023. El propio Gobierno reconoce ahora que la posibilidad de atraer a un gran fabricante de chips, a razón de 10.000 millones mínimo la fábrica, ya no le obsesiona. Apostar por el sector de base tecnológica es hacerlo por ese tejido de medianas empresas que crean empleo, innovan y dan estabilidad a un país, es construir un futuro sustentado en chips.