Opinión Andrés Rodríguez

La última tendencia en viajes exclusivos se llama “YOLO”

No hay una experiencia más única que ir a contracorriente. Garantizo que en Ibiza puedo uno bañarse solo -repito solo- en algunas de las espectaculares del norte, en pleno agosto, con madrugar un poquito.
El Airbus del Four Seasons, un avión YOLO
El Airbus del Four Seasons, un avión YOLO

You Only Live Once. Solo se vive una vez. El mantra del carpe diem consolida una nueva tendencia con su acrónimo: el turismo YOLO (You Only Live Once). Podría tratarse de la enésima etiqueta de marketing para vender experiencias únicas, pero tiene pinta que esta vez puede ser la definitiva. El Wall Street Journal reportaba la semana pasada a partir del avión que la cadena hotelera Four Seasons, responsable de revitalizar la Plaza de Canalejas en Madrid, oferta a sus clientes mas distinguidos.

Four Seasons ofrece una vuelta al mundo en su avión -Mick Jagger, que estos días anda en Ibiza en el yate alquilado por Leo DiCaprio, fue el que puso de moda pintarrajear los aeroplanos de la gira con su logo- con experiencias YOLO. La idea es sencilla y está inspirada en las vueltas al mundo en crucero. El Four Seasons ofrece a los “turistas” recorrer el planeta en el avión de la cadena hotelera, alojarse, claro, en sus establecimientos, y planificar el viaje “un poco” a su medida. El avión es un Airbus A321LR que presume de ser el jet privado más lujoso del momento con capacidad para 48 pasajeros.

El proyecto no es original de Four Seasons sino de la agencia francesa Safrans du Monde (Azafranes del Mundo), presidida por el francés Guy Bigiaoui. La noticia publicada por el Wall Street Journal a buen seguro forma parte de la estrategia de relaciones públicas para dar a conocer el proyecto pero detrás hay una tendencia clara muy rentable. El dueño del periódico, Jeff “Amazon” Bezos, a su manera se está haciendo un YOLO. Ordenó construir un barco, el Koru de 127 metros de eslora, y ha puesto de mascarón de proa a la efigie de MacKenzie Scott. Es el rey del Mediterráneo esta temporada. La rueda del timón es tan grande como la altura del empresario. ¿Experiencia YOLO o ver quién tiene la eslora más grande? Responder a la pregunta le ha constado a Bezos 500 millones de euros, pecata minuta para los 130.000 millones de su patrimonio. Necesita 40 personas para manejar el velero y hace poco estuvo invitado Bill Gates con su nueva novia para jugar al Pickleball, el deporte de raqueta de moda en Estados Unidos que combina tenis, bádminton y ping-pong. Para mí jugar al Pickelball en el yate de Bezos sí es una experiencia YOLO pero… que juzgue el lector.

Dar la vuelta al mundo en el avión del Four Seasons tiene un ticket de entrada de 70.000 dólares aunque hay paquetes más baratos y también más caros: la Antártida y el Machu Pichu arrancan en 205.000 dólares. De esto sabe mucho el New York Times que hace tiempo que gestiona viajes para sus lectores y suscriptores con un modelo que fue incorporado en España por El Pais: viajes editorializados por especialistas que a menudo son los guías del grupo para viajeros “intelectualmente” curiosos. No es muy YOLO esto, se trata más bien una nueva línea de negocio con la que complementar los riesgos del plan de negocio.

Sobre la nueva etiqueta de viaje experiencial planea la duda de su sostenibilidad. No hay una experiencia más única que ir a contracorriente. Garantizo que en Ibiza puedo uno bañarse solo -repito solo- en algunas de las espectaculares del norte, en pleno agosto, con madrugar un poquito. Eso sí es una experiencia YOLO y gratuita. Yo la bautizaría «Yo Lo (disfruto)». Lo contrario son las bochornosas colas para subir al Everest que avergüenzan a medio planeta y ridiculizan a los candidatos para lucro de sherpas y del gobierno nepalí. El Journal cuenta el testimonio de un empresario afincado en Málaga que presume de haber tomado Champagne en la reserva natural desértica de Wadi Rum en Jordania “en medio de la nada”. Si el refrán “Donde fueres haz lo que vieres” mantiene su vigencia, la experiencia puede que ofenda a muchos porque hay un millón de lugares más sostenibles donde degustar un Champagne. ¿Qué pensaría el viejo Passepartout de los viajeros que rompen la hucha porque solo se vive una vez? Leamos a Julio Verne y sigamos engordando el cerdito.

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