Opinión Andrés Rodríguez

En memoria de Alberto Anaut

Alberto era peligroso. Elegante, seductor, presumido, culto, pillo, educadísimo, guapo en el sentido más amplio de la palabra. He conocido a muy pocos, quizá a ninguno, con su poder de persuasión.

La noticia retumbó como ese trueno que te despierta en la madrugada. No fue por sorpresa. “Los médicos están preocupados y andan probando cosas. Estaré fuera de juego un tiempo”, fue el último mensaje que me mandó hace un par de semanas. Comprendí que ya no debía escribirle más. Pregunté a Alberto Fesser, su compinche, su socio en La Fábrica -la catapulta cultural que ha cambiado en España lo que se entendía por gestión cultural- y solo me dijo: “estamos muy preocupados. Alberto no quiere que se hable de su enfermedad”.

Pregunté a Pau Andrés, el hombre que ha puesto su bonhomía al servicio de la gestión del Club Matador y tampoco me dijo más. Entendí el pacto de silencio, escribí a Carmen, su mujer, su refugio en la galerna, y me puse a su disposición: “Gracias Andrés. Le doy un abrazo de tu parte”.

El domingo 7 frente a la puerta del Hevia, de Ismael Hevia, a la caza de la mejor ensaladilla de Madrid, Luis de las Alas, fotógrafo, motorista, surfer y buen amigo, me dijo que Alberto se iba. Se me pararon los pulsos. Intuirlo no es aceptarlo. Nos dimos un abrazo de los que no nos dabamos hace tiempo porque yo vivo entre prisas. “Por favor no digas nada”.

Unos días después Fesser me llamó parar contarme que su tocayo se fue. Los sollozos de Alberto Fesser me cortaron la digestión y me fui para La Fábrica. En una esquina, con gafas de sol, entre sentado y tumbado, su cuate, ya había entrado en la fase de las risas, ese mecanismo psicológico que siempre aparece tras la tragedia. “Estuve el sábado con él un par de horas, se ha ido tranquilo, pudimos hablar de todo”. La sonrisa de Fesser engrasó el luto.

Yo también he querido mucho a Anaut. Para mí era y aún es Alberto. No es algo muy raro porque mucha gente lo quería y disfrutaba de su amistad. Tantas veces le dije que sin su ejemplo no habría fundado Spainmedia, la editorial a la que he entregado mis últimos 16 años de vida profesional. Y al escucharlo intentaba cambiar de conversación.

¿Por qué? Alberto tenía diez años más que yo, era o fue o es, periodista, que eso es no se abandona, y entre los miedos fundacionales de mi editorial me dije que si Anaut y Fesser consiguieron sacar adelante La Fabrica con una revista de autor como Matador, con PhotoEspaña y tantas otras gestas, editar revistas para el quiosco debería ser posible. Y lo ha sido. Siempre La Fábrica y Spainmedia se han querido y respetado como se quieren dos navíos que se cruzan en el océano y se saludan a media milla para continuar la singladura.

Alberto era peligroso. Elegante, seductor, presumido, culto, pillo, educadísimo, guapo en el sentido más amplio de la palabra. He conocido a muy pocos, quizá a ninguno, con su poder de persuasión. Con una empatía a prueba de bomba, cuando quería convencerte de algo, achinaba sus ojos claros, sonreía como un pícaro y te explicaba la idea de tal manera que pronto la hacías tuya. Cientos de personas saben lo que hablo.

Alberto era el mejor empresario de circo que conozco. Gestionaba las vanidades de artistas, plumillas, foteros, ejecutas, mangantes, arribistas y toda esa fauna que ni te imaginas en pos de un interés: su proyecto como agitador cultural.

Mucho está tardando el Ministerio en concederle lo que le tenga que conceder. Corresponde a los diarios glosar sus méritos que han sido contados bien por amigos como Ruben Amón en su indulto de Onda Cero o Antonio Lucas en El Mundo. Yo, como tantos otros, me dejé llevar por el sonido dulce de la flauta de Alberto cuando lo escuchaba, y fui lo que él quiso que fuese cuando lo necesito. Me sentí primero un colega de oficio, pero luego eso pasó y he perdido un amigo.

“¿Puedes quedar esta tarde? Te quiero enseñar una cosa”. Nos vemos en Jorge Juan 5. Llamé a la puerta y paseamos boquiabierto por aquel primer piso que fue la primera sede del Club Matador. “¿Hacemos un club?”, me preguntó. “Claro Alberto”, contesté rendido y acojonado. “Venga necesitamos 100 socios en tres meses”. “Dame un número redondo de carnet que me hace ilusión…” le dije. “Tenemos adjudicados el 1, el 2 y el 5, ¿quieres el 10?”. “Fantástico”.

Este año el Club Matador cumplirá 10 años. Y la revista que lo parió editará su último número, porque fue creada para que cada ejemplar fueses una letra del abecedario. Pareciese que Alberto supiera que, al acabar la revista, con su último número, con la Z del año 2023 también debía irse él. No daba puntada sin hilo. De la A de Albert a la Z del último Matador.

Escribo esto profundamente agradecido por sus enseñanzas, a las que acudí en tantas ocasiones para conversar sobre los meandros de editar en este siglo de revolución digital. Nos sentíamos compañeros de camino. Otras tantas acudió él a preguntar y me sentí muy halagado de poder acompañarle. Escribo esto huérfano de un hermano de oficio al que aún admiro, respeté y quise.

Escribo esto enfadado por todo lo que podríamos haber hecho juntos en los próximos años. El oficio de agitar es el mejor del mundo. No me extraña que los cocteleros y los editores acaben siempre la noche juntos.

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