El equivalente al CES de Las Vegas en biotecnología aplicada a la salud es la BIO International Convention 2023 que se acaba de celebrar en Boston. La expresión “nuestra obsolescencia programada como seres humanos está siendo hackeada” es de Nacho Esteban, CEO de 24Genetics, una de las empresas que han participado en esta edición de la mano del Icex. Vidas más largas gracias a la tecnología es lo que vienen a significar sus palabras, enfermedades como el cáncer tienen los días contados, y así.
No resulta sorprendente volver del evento con la sensación de que McKinsey está en lo cierto cuando dice que el 45% de la carga mundial de dolencias podrá abordarse en un par de décadas utilizando ciencia concebible hoy. No obstante, el mundo de posibilidades que abre la tecnología todavía debe superar el reto de hacerse realidad.
Desde la perspectiva de España debería preocuparnos un gráfico que me muestra Isabel Marco, del área de I+D Tecnológico de PONS IP. El liderazgo en familias de patentes biotecnológicas en nuestro país lo ostenta el CSIC, con 214, al que sigue de lejos el Servicio Andaluz de Salud (66) y tras él una retahíla de 16 universidades públicas, entre las que aparecen intercaladas apenas dos empresas: Grifols y Lipotec.
El gráfico en Europa está invertido: las compañías Novozymes, BASF, Royal DSM, Novartis, Hoffman LA Roche, Glaxosmithkline… encabezan el listado en familias de patentes (invenciones que han sido publicadas a través de al menos un documento de patente, concedido o no) y son los centros de investigación los que aparecen intercalados entre ellas.
Las patentes generan enorme controversia ahora mismo en el sector de la salud. Ya comenté en una columna anterior que durante la actual década expirará la protección de muchas formulaciones de medicamentos populares. La reacción está consistiendo, según algunas voces en BIO 2023, en presentar nuevas patentes con cambios mínimos, para extender la vida de las que tienen plazo de caducidad. Se forma así una barrera para la entrada de biosimilares y genéricos.
Desde la perspectiva global, el foco de atención se encuentra a mucha distancia del grado de madurez del ecosistema biotecnológico español. El impacto de la inteligencia artificial (IA) es tan poderoso que se habla ya de un trasvase del valor clave de un producto farmacéutico de la eficacia terapéutica a los datos en torno a un conjunto de biomarcadores, algoritmos y moléculas físicas. El automóvil hace ordenadores con ruedas, el sector biotecnológico los hace con química y edición genética.
Por supuesto, la industria se posiciona a favor de la declaración que pide evitar la extinción de la IA. Están entusiasmados con ella. Del desarrollo de medicamentos en ascenso hacia la cadena alimentaria y más allá… siempre que el lado regulatorio avance a la misma velocidad. READI utiliza programas de modelado estructural de IA como AlphaFold, y Pfizer se vale de la IA para encontrar patrones estadísticamente significativos en grandes conjuntos de datos que le permitan hacer descubrimientos, predicciones y exploraciones en el desarrollo de fármacos.
La clave es manejar datos que reflejen adecuadamente a la población. Un ejemplo: desde 2019, casi el 80% de las personas incluidas en los estudios de la Asociación del Genoma Completo (GWAS) eran de ascendencia europea, el 10% eran de ascendencia asiática oriental, el 2% africana y el 1,5 % hispana.
Curiosamente, el origen africano de la mayoría de la población mundial llevó a la investigadora Sara Tishkoff a escribir en un artículo colectivo que una mayor disponibilidad de genomas de ese continente mejoraría nuestra comprensión de la variación y las asociaciones de rasgos complejos en todas las poblaciones del mundo, y contribuirá también a la investigación de enfermedades monogénicas comunes. Pero ese es otro tema.
El resultado es que la industria anda inmersa en la creación de redes de colaboración cada vez más amplias. Frank Nestlé, director científico de Sanofi, explica en BIO 2023 que se han asociado con la fundación Beacon of Hope de Novartis para reflejar mejor a la población en sus investigaciones, con Owkin para obtener acceso a los datos de los pacientes de una manera segura, con Exscientia para el diseño molecular, con Atomwise para la detección virtual y con InSilico Medicine para el descubrimiento de fármacos.
Más polémicas en Boston. Habrá que seguir el impacto en la innovación del sector biotecnológico de la mismísima Ley para la Reducción de la Inflación (IRA), que acaba de motivar una demanda de la farmacéutica Merck contra el Gobierno de Estados Unidos. Rebelión. El tema va a dar que hablar: el CEO de Biogen, Christopher Viehbacher, asegura estar preparando la suya.
Se esperaba por eso con interés la intervención del comisionado de la FDA, Robert Califf, en BIO 2023. «Nos hemos bifurcado fundamentalmente en dos industrias”, dice, “la de la innovación, a la que se le ha otorgado protección de patente para recuperar el coste del desarrollo, porque la mayoría de lo que hace falla; y la industria de los genéricos, cuyos precios de venta son demasiado bajos para que sigan siendo rentables”.
Apasionante, en fin, la batalla abierta para hackear nuestra obsolescencia programada. España sigue siendo un territorio complejo para la innovación biotecnológica, así se desprende del relato de emprendedores como Stephen Matlin, de Life Lenght, cuya tecnología ProsTAV es única en el mundo para verificar si el diagnóstico de un cáncer de próstata es o no correcto (sólo el 25% lo son). Demasiado complicado y fragmentado nuestro país para tomar la iniciativa. El entorno debe adecuarse al ritmo de la innovación con urgencia.