Opinión David Ruipérez

Zuzalu

Encontrar un territorio sin ley –algo así como un paraíso fiscal de la ciencia– donde poder experimentar sin límites.

Cuando uno es razonablemente rico y vive una vida de lujo y placer lo normal es que no quiera morirse. Incluso si transitas por este mundo con tus problemillas a cuestas tampoco apetece demasiado enfrentarse al sufrimiento y la decrepitud. Pero el último exponente del tópico de megarricos que buscan la eterna juventud de la mano de la ciencia tiene un nombre que recuerda a personaje del Rey León: Zuzalu.

Esta es una palabra sugerida por el omnipresente y temido Chat GPT, pero que da nombre a un proyecto ambiguo, con tintes entre sectarios, megalómanos y utópicos. Hace un par de meses se reunieron más de 700 personas en Montenegro, frente a la costa del Adriático, en lo que llaman una ciudad o una comunidad emergente para reflexionar sobre cómo vivir más y mejor.

Saben que, por la vía convencional, cuando la ciencia encuentre remedios para retrasar el deterioro del cuerpo humano –y la mente, no olvidemos las patologías neurodegenerativas– ellos ya estarán criando malvas. Así que plantean encontrar un territorio sin ley –algo así como un paraíso fiscal de la ciencia– donde poder experimentar sin límites, dilemas éticos ni todos esos obstáculos que “retrasan” el avance de la ciencia. Pueden convencer a un país con ciertas necesidades como Montenegro, una parte de la desaparecida Yugoslavia, o buscarse una república bananera o país africano aún más precarios. Sin embargo, para cumplir su objetivo necesitan que empresas biotecnológicas de nivel se instalen allí, lo que parece arriesgado.  Así que también miran a Rhode Island, en EE UU donde el resulta más sencillo que florezca el tejido científico empresarial.

Lo de investigar en una isla ­–Parque Jurásico, la isla del Dr. Moreau…– es muy propio de científicos perturbados o millonarios que contratan a esos científicos y que aspiran a dominar o cambiar el mundo o quizá generar sociedades idílicas y felices. Con todo, los principales entusiastas de Zuzalu han hecho fortuna con las criptomonedas, así que a lo mejor sus boyantes fortunas se van igual que vinieron.

En cualquier caso, sus aspiraciones de vida eterna no serán fáciles de materializarse a corto plazo. En la reconocida serie de animación “Futurama” las cabezas de personajes ilustres se conservar en una especie de tarro con un líquido y se pueden conectar a cuerpos robóticos. Eso por no hablar de la críopreservación. Por más que se quieran saltar los pasos establecidos en la investigación científica a nivel global, probar en humanos lo que ahora sólo se hace en roedores, por ejemplo, la realidad siempre estará ahí para darles una sonada bofetada. Para empezar, como me decía hace muchos años un reputado periodista científico, “en ratas y en monos –en menor medida– se curan todas las enfermedades, luego hay que ver si funciona igual en humanos”. ¿Van a presentarse voluntarios estos millonarios para probar tratamientos experimentales? ¿Buscarán a cualquier desdichado como animal de laboratorio?

Nunca van a encontrar un medicamento que detenga la degeneración celular de forma completa y generalizada. Lo de detener el tiempo se lo dejamos, paradójicamente, a la muerte. Si nos inyectan nuevas células madre lo que ocurrirá probablemente es que se descontrolará la proliferación celular, es decir, un cáncer. Cáncer, esa palabra terrible y odiosa, pero que no representa a una única dolencia sino a un concepto, la multiplicación descontrolada y anómala de las células. Son centenares de enfermedades distintas con eso en común y resulta improbable, por tanto, pensar en un tratamiento único. Eso por no hablar de la exposición a agentes ambientales perjudiciales, como la propia contaminación o los campos electromagnéticos. ¿Alcanzaremos los cien años de esperanza de vida de forma generalizada? Es probable, hace un siglo los españoles no llegaban a vivir más allá de los cuarenta años. Pero si estos millonarios aspiran a la vida eterna lo mejor es que empiecen a visitar iglesias en lugar de laboratorios. Lo que pasa es que, en el cielo, supuestamente, no se distingue entre ricos y pobres.