Opinión Baruc Corazón

Capitalismo egoísta

La humanidad ha conseguido evolucionar gracias a la cooperación entre seres humanos desconocidos entre sí en mayor medida que gracias a la lucha competitiva entre éstos.

La falacia del capitalismo es que el egoísmo es lo que mueve al ser humano y, por tanto, lo que le hace prosperar a él y al sistema.

Es una creencia profunda que nos condiciona, y que es muy discutible, pues la humanidad ha conseguido evolucionar gracias a la cooperación entre seres humanos desconocidos entre sí en mayor medida que gracias a la lucha competitiva entre éstos. La competitividad y el estrés generan desequilibrio y agresividad, mientras que la cooperación y la compasión generan equilibrio y bienestar. Baste recordar que el curso de mayor éxito en Harvard es sobre la felicidad.

Desde la perspectiva de un sistema, ¿qué sentido tiene primar el egoísmo entre sus partícipes? Imaginamos el cuerpo humano: ¿qué sucedería si la mano izquierda compitiera con la derecha para asir la taza de café? Fomentar el enfrentamiento entre copartícipes es altamente ineficiente.

La única explicación posible a la creencia en una cultura del egoísmo es una falta de consciencia del sistema del que se forma parte. Por expresarlo en los términos del ejemplo, que la mano izquierda no es consciente de ser parte de un cuerpo.

En un sistema con una consciencia del sistema al que pertenecen, las fuerzas se suman para lograr el mayor beneficio del sistema, pero en un sistema egocéntrico, las fuerzas se dispersan, compitiendo entre sí.

La clave está en los límites que establece la consciencia de la identidad de cada individuo: en unos casos, es simplemente su persona; en otros, una extensión a la familia, o la empresa o negocio, o el colectivo humano, o el planeta, o el cosmos.

El ser humano puede ser consciente de ser parte de un sistema que nos integra a todos los seres humanos, o puede ser consciente de ser algo diferenciado, que tiene que competir y triunfar sobre sus semejantes. En el ejemplo de la mano, imaginemos que tiene consciencia de ser algo diferenciado del cuerpo y de la mano derecha, que se convierte en su rival.

Comparto una experiencia reciente que es bastante ilustrativa:

En un viaje de trabajo a una corporación multinacional, con sede en una pequeña ciudad, me enviaron a un taxista “de confianza” de la firma para desplazarme a sus instalaciones. Durante el trayecto, le pregunté qué relación tiene con la empresa, y me contó su pequeña historia: trabajó como chófer para la firma hasta que decidió, reproduciendo sus palabras, “labrar mi propio imperio”. En un sistema egocéntrico, el éxito para cada ego es labrarse su propio imperio. Cada uno es libre de labrarse su propio imperio (o de intentarlo), que se percibe como la vía de liberación del sistema, y se vive en esa ilusión de libertad. Pero, ¿qué libertad es la de querer ser emperador, lo cual es una lotería que a pocos les toca?

¿Es libre el que proyecta su libertad en un éxito que es casi imposible? Yo mas bien diría que es cautivo de una idea de éxito que ha aprendido del sistema.

En un sistema esclavista como el de la antigua Roma, el esclavo podía ser liberado por sus amos si alcanzaba los méritos que ellos considerasen para ello. Es algo muy parecido a lo que estoy planteando aquí: somos todos esclavos, pero libres de desear ser liberados.

Entre tanto, nos engañamos confundiendo libertad con capacidad de elección: podemos elegir ver Netflix o HBO, pero somos esclavos del algoritmo que nos retiene pegados al espejo negro como moscas en la miel.

Son muy pocos los que logran labrar su imperio y, cuando lo hacen, son considerados héroes, modelos a seguir. Jeff Bezos, Elon Musk, son dos buenos ejemplos. Esto genera un problema grave, que es el síndrome de frustración: un sistema que proyecta un ideal casi inalcanzable mina la autoestima y el ánimo de los involucrados. No hay más que analizar los índices de depresión, trastornos mentales, conductuales, y suicidios; o el éxito de la literatura de autoayuda, de las terapias y del mindfulness, un índice de la demanda de alternativas que genera este conflicto.

En realidad, toda esta patología social tiene una sola causa: la falsa creencia de ser algo separado del resto, en competencia con todo lo demás.