Me encantan los pequeños detalles. Pocas cosas me fascinan tanto como las grandes historias que se construyen desde algo aparentemente insignificante, las mejores ideas que surgen de notas al pie. De hecho, esta columna va un poco de eso, o pretende trasladarlo, a veces con más éxito, otras muchas sin lograrlo. Por eso me fijo tanto en las historias subyacentes dentro de las tramas, porque en los detalles no está el diablo, en los detalles están las claves que dan sentido a cualquier cosa, las micro historias que, como si fueran parábolas, sirven para que las cosas se nos fijen en la cabeza como si llevásemos gomina Giorgi, esa que vive un renacer con Xavi como entrenador del Barça.
Precisamente, una historia dentro de la historia me inspiró leyendo hace unos días la newsletter Skip Ads, que escribe mi buen colega Adrián Mediavilla, una de las cabezas más privilegiadas de España, en mi opinión, y, sin lugar a dudas, una de las personas que mejor cuenta como si estuvieses en un bar tomando birras con amigos conceptos complejos. Qué difícil es hacer eso, pero qué importante. En fin, que me pierdo en los elogios. La newsletter narraba cómo Nike no logró seducir a Stephen Curry, quizá el mejor jugador de la NBA en la actualidad, y se lo puso en bandeja a Under Armour.
Resulta que la firma del swoosh se reunió con Curry padre e hijo para patrocinarlo. Con el fin de conquistarlo, prepararon una presentación con todo lo que iban a lograr juntos. Todo perfecto, salvo por un maldito detalle. La presentación tenía algunas diapositivas recicladas y en una de ellas venía el nombre de Kevin Durant, tarántula que ha dominado durante años los rebotes en la mejor liga del mundo, en vez de el del susodicho. Vamos, como si tratases de convencer a Lewandowski con el nombre de Benzema en la presentación. Una cagada en toda regla que, como confesó el padre de Sthepen Curry, hizo que ya no se fijasen más en la propuesta y que, por supuesto, no se planteasen fichar por Nike.
La historia suena demasiado familiar, pese a ocurrir a miles de kilómetros. Pocas cosas me gustan menos que sentir que, cuando alguien quiere conquistarnos, una agencia por ejemplo, presenta un trabajo no hecho expresamente para nosotros, sino que es una suma de retales reciclados. Igualmente, pongo mucho énfasis en que mis textos o las presentaciones en las que trabajo con el equipo no tengan errores de ese tipo o fallos tipográficos, que muestran que lo hecho no se ha revisado y que, a la postre, confirman que esa presentación no importaba tanto. De alguna manera, es una falta de cariño, interés y respeto por el receptor.
Conocer la anécdota de Stephen Curry me hace tener ahora un argumento con el que dulcificar e historiar mi enfado con esos errores en los detalles que significan absolutamente todo.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.