Opinión David Ruipérez

Los ángeles de los ricachones

En realidad la esencia de este trabajo –el de los 'ángeles personales'– reside en liberar al potentado de tareas incómodas o estresantes.

El triunfo del reality show de Georgina Rodríguez, pareja de Cristiano Ronaldo, se basa en su natural forma de contar cómo es vivir siendo ultrarrico. Así, los que no pertenecemos a ese club de afortunados nos morimos de envidia y maldecimos tener que poner lavadoras o que ir a un hotel de playa este verano nos vaya a costar entre un 10% y 20% más.

Pero la gracia estriba en que la protagonista, la cenicienta que vive un sueño al lado de la megaestrella del fútbol, no es una Paris Hilton criada en una cuna de oro, sino una trabajadora, alguien del barrio que un día tuvo una fregona en las manos. Una persona que, de no ser rica, no sería tan guapa ni glamourosa, del mismo modo que CR7 a sus 18 años tenía cara, desde el respeto, de alguien que se había pasado una dura jornada recogiendo ajos. Vamos, que, como se dice, no hay feos sino pobres.

El documental –no sé si se podría denominar así– de Georgina me recordó un artículo en Forbes de la periodista experta en lujo, Ana Franco, sobre los llamados ‘ángeles personales’, una suerte de asistentes para ricos, de lo que también se habló hace unos días en una emisora de radio. Había que reflexionar un poco sobre ello, era una señal.

Para empezar, lo de los “ángeles” suena un poco cursi. Pero bueno, el caso es que quien se forma para ser asistente de esas personas que tienen el dinero por castigo encuentra una forma de vida bien pagada –fácil 60.000 euros al año, más las gratificaciones que le pueda dar el cliente– y con la posibilidad de acceder –como espectador– a una vida de ensueño, oler de cerca el éxito. Por supuesto se requieren aptitudes como un gran conocimiento de idiomas, disposición para viajar, ser resolutivo, servicial, discreto y, sobre todo, muy eficaz. El cliente puede tener necesidades complejas, variopintas e incluso extravagantes.

Pero en realidad la esencia de este trabajo reside en liberar al potentado de tareas incómodas o estresantes. Que cuando vaya a una de sus múltiples residencias o deba mudarse a otro país por trabajo sea llegar a la vivienda y que todo esté a su gusto, hasta la ropa colocada en los cajones con la disposición correcta. O conseguirle un medicamento a deshoras o una mesa en un restaurante concreto. Se trata de satisfacer deseos ajenos, más bien anticiparse a esos deseos del cliente. Preparar un viaje, contactar con proveedores, localizar un pintor, planificar trayectos, buscar dónde comer… Son tareas ajenas, preocupaciones que no existen para ellos, que le tocan a otro, a ese empleado fiel y competente en el que confías.

Seguro que más de una vez estos ángeles han sentido un deseo irrefrenable de golpear con la mano abierta la cara de su cliente si este se comporta como un sátrapa caprichoso, lo que debe ocurrir a menudo. El asistente no lleva a cabo todo el trabajo, se rodea de una amplia red de colaboradores para poder cubrir todo el espectro de necesidades a satisfacer. Una vez conocí a uno de estos “subalternos”, tenía que conseguir entradas para el fútbol al precio que sea a chinos, rusos y toda suerte de nuevos ricos.  Resultaba estresante.

En otra ocasión, el mítico José María Íñigo, que en paz descanse, también me habló de una empresa de estas características que había montado con un socio. Fue hace casi quince años, ahora hay muchos más ricos por las sucesivas crisis y casi ninguno está dispuesto a pensar “cómo hacer qué” sino sólo en disfrutar. 

De regalo, una frase pronunciada en su momento por una ministra del Gobierno de España luego caída en desgracia, sobre cómo acometen los ricos tareas cotidianas: “Uno de los momentos más emotivos del día es ver cómo visten a mis hijos”.