En el artículo de la semana pasada analizaba el cambio de era que estamos viviendo, del materialismo a un nuevo paradigma que nos ha sumergido en lo virtual (¿virtualismo, tal vez?). Explicaba que el paradigma es la visión que genera una consciencia colectiva en un momento determinado, y cómo varía a lo largo de los siglos.
¿Es realmente así? Un cambio de paradigma implica un cambio de realidad, luego, si es realmente algo así, debe haber pruebas de ello. Y las hay.
Jeremy Rifkin habla de una nueva revolución industrial (la tercera, según su libro La tercera revolución industrial), Klaus Swchabb, fundador del Foro Económico Mundial, de La cuarta revolución Industrial, Soshanna Zuboff, de un nuevo modelo de capitalismo (Surveillance Capitalism), Otto Scharmer, también, al que denomina Capitalismo 4.0. Son pocos los teóricos, economistas y líderes que nieguen la realidad de un cambio en los modelos y estructuras que sostienen a la sociedad.
Pero un cambio de paradigma va más allá de una transformación tecnológica, energética y económica (que son las tres claves con las que Rifkin identifica una revolución). Una revolución implica un cambio de esos tres parámetros, como sucedió con la revolución industrial: la tecnología del vapor y el motor de combustión, las fuentes de energía fósiles, y el capitalismo económico fueron las tres grandes disrupciones que promovieron el gran cambio. Un cambio revolucionario, pero no de paradigma: de hecho, los tres elementos confluyeron como consecuencia de la visión materialista de la realidad, que partía de los principios de la física clásica newtoniana, gracias a la cual se promovió el desarrollo tecnológico y la teoría económica de Adam Smith. Todo ello se refería a un universo de fuerzas en competencia que el hombre podía dominar y explotar sin limitaciones, extrayendo la energía de las profundidades de la tierra.
Vivimos un cambio revolucionario, en el sentido de que hay una nueva tecnología (internet y la IA, el bot y el algoritmo), unas nuevas fuente de energía (las renovables y, en un futuro próximo, la fisión nuclear), y un nuevo sistema económico e incluso monetario, el virtual. Pero, además, o por encima de ello, se está produciendo un cambio de paradigma, y es algo de lo que debemos adquirir consciencia para actualizar nuestro sistema operativo. Este es el punto de partida de lo que denomino el Diseño consciente.
Condicionados por el paradigma del materialismo, en el que nos hemos educado, tendemos a considerar que la única realidad es la realidad física. Sin embargo, nuestra realidad ya ha cambiado, y hemos entrado en la era de lo virtual.
La física clásica ha avanzado tanto en su estudio del mundo físico que se ha encontrado con una paradoja, la de la física cuántica, que trasciende las leyes clásicas de los cuerpos pesados (conformados por partículas). En los años setenta se hablaba de que la física se adentraba en la metafísica, pero esas fronteras ya han sido traspasadas, y no sólo en el ámbito de la especulación teórica, sino en el de la industria y el consumo: la realidad cuántica ya forma parte de nuestra vida cotidiana.
Por ejemplo, los ordenadores cuánticos utilizan los principios de la física cuántica para realizar cálculos mucho más rápidos que los ordenadores clásicos. A diferencia de los ordenadores clásicos, que utilizan bits para procesar información (un bit puede ser 0 o 1), los ordenadores cuánticos utilizan qubits (bits cuánticos) que pueden estar en múltiples estados al mismo tiempo. Esto permite que los ordenadores cuánticos realicen operaciones en paralelo y reduzcan drásticamente el tiempo necesario para realizar cálculos complejos.
La realidad cuántica ha abierto las puertas al mundo virtual de internet, en el que lo físico o material pierde relevancia. ¿Podemos hablar, en este sentido, de metafísica?
Por supuesto que sí. Los diseñadores hablamos de meta producto desde hace décadas, luego no tendría por qué impresionarnos usar ese término.
Por meta producto se entiende lo que está más allá de la fisicidad del producto que consumimos. Los valores que asociamos al producto son, en realidad, lo que nos mueve a comprar algo: pueden ser valores estéticos (lo atractivo que nos resulta), cualitativos (la calidad que nos transmite), aspiracionales (el estatus que le atribuímos a quien lo posea), medioambientales (lo beneficioso que resulta su existencia, teniendo en cuenta los ciclos de producción y consumo que implica), sociales (los beneficios que aporta, considerando a todos los implicados en esos ciclos), humanos (el efecto que genera en las relaciones humanas, desde los accionistas a los empleados, proveedores, distribuidores, usuarios, etc.), incluso valores espirituales.
En sentido estricto, lo espiritual es lo no físico y, por tanto, podemos hablar de una espiritualización del producto. Es curioso comprobar cómo tradicionalmente lo espiritual se asociaba con lo que se evapora, lo no corpóreo, como el alcohol, y por eso las bebidas alcohólicas son denominadas espirituosas (y, en inglés, spirits). Es, como vemos, un término, al igual que sucedía con metafísica, bastante más próximo a nuestro día a día de lo que pensamos.
Como postuló Einstein, la materia es energía. Un tipo de energía particularizada (es decir, conformada en partículas). Es información expresada en partículas, y esa información puede ser leída tanto por una inteligencia humana consciente, o por una inteligencia artificial.
Como seres humanos, en el universo meta-físico o virtual sólo podemos competir en inteligencia. ¿Competir contra quién? Contra otro tipo de inteligencia, la artificial (IA).
En términos de capacidad de almacenamiento y procesamiento de la información, la inteligencia humana es muy limitada, ya que depende de un cuerpo físico, y está sesgada por factores cognitivos y emocionales.
Sin embargo, estamos dotados de otros espectros de inteligencia (como la emocional), y de algo que nos diferencia: consciencia.
La inteligencia humana es consciente, y su lenguaje es el de los valores; la inteligencia artificial es computacional, y su lenguaje es el de los datos.
Ambos lenguajes implican, de hecho, una doble realidad: la de los seres humanos, y la de las corporaciones, que son quienes manejan los datos mediante la inteligencia artificial.
Yuval Noah Harari plantea en Homo Deus que nos encontramos en un conflicto entre las dos inteligencias, y entre humanos y corporaciones, que traduce como humanismo y dataísmo.
Pero, ¿y si no están enfrentadas?
Pensamos que las corporaciones no tienen consciencia, pero, ¿y si no es así?.
Lo que propongo desde el Diseño consciente es que la corporación tiene una identidad y una consciencia propias. Es decir, que son seres conscientes. En un lenguaje más poético, que tienen alma.
En este sentido, es importante diferenciar del uso coloquial que se le da al término consciente, desde el cual se puede entender el diseño consciente como el diseño hecho con consciencia del medio ambiente, de la sociedad, o de las implicaciones que un diseño tiene en el mundo -lo cual se corresponde con lo que denomino como “bienes para el Bien” (la filosofía que ha inspirado mi marca)-.
Cuando hablo de Diseño consciente me refiero a la consciencia corporativa, es decir, la consciencia de quién se es.
Si bien en la práctica se traduce en soluciones acordes a los principios de bienes para el Bien, capitalismo consciente y liderazgo consciente, el trabajo se hace desde la raíz, a partir de la cual se construye una personalidad que irradia hacia el exterior.