Opinión Kerman Romeo

Las esperas

No hay nada peor que esperar cuando uno no lo tenía en la agenda.
Foto: Levi Jones/Unsplash

Hoy quizá sea poco afortunado citar esta película, uno ya no sabe, así que disculpas de antemano a quien se ofenda, pero cada vez que voy al médico, a la charcutería o a renovarme el pasaporte, como el otro día, suelo acordarme de la genial “Torrente”, tan injustamente maltratada por muchos a los que, de repente, les sale un morro finísimo. En una de sus escenas más memorables, Santiago Segura y “Rafi”, que investigan a los dueños de un restaurante asiático, esperan apostados en el coche para ver si sucede cualquier cosa. Sudados bajo una típica noche madrileña de verano, de esas que ya asoman, Jose Luis Torrente le explica a su compañero que lo peor de ser policía es esperar. “Hasta que pasa algo es un coñazo”, zanja el agente más zafio que se ha conocido, antes de apostillar con una pregunta de la que no quiero hacer onanistas spoilers, aunque ya casi todos sepamos lo que dice.

Me acuerdo de esta escena, aunque prometo que no suelo plantearme su colofón (al menos en el médico y, sobre todo, en la charcutería o en las oficinas de la Policía), cada vez que tengo que coger un ticket y sentarme a ver cuánto se tarda en llegar al 027 para pedir 200 gramos de queso emmental. Habitualmente, no suele llegar ni a 5 minutos, pero a mí me parecen horas. Primero, siempre miro varias veces el ticket, llegando al borde del trastorno obsesivo, hasta que memorizo el número, y voy echando vistazos frenéticos al luminoso rojo en el que todavía pone 023. Suelo ponerme de mal humor con el típico cliente que, en mi nada sensata opinión, compra más de lo que en realidad necesita. ¿A quién se le ocurre pedir un hueso de jamón para la sopa? Me quedo al borde del insulto cuando entablan conversación con quien lo sirve, que siempre me da la sensación de que se recrea más de la cuenta, envolviendo todo lentamente en papel de aluminio como en una escena de “Love Actually” o preguntando a su atendido qué tal están sus hijos. Lo sé, todo esto es irracional y el raro soy yo, pero es la verdad, es lo que me pasa. ¿A quién le gusta esperar?

No hay nada peor que esperar cuando uno no lo tenía en la agenda, como me pasa a mí con la charcutería o en el médico. O el otro día renovando el pasaporte. A quién no le han citado a las 10:15 y acaba siendo atendido a las 11:00. Esos minutos de espera son una tortura a la altura de la discografía de Pablo Alborán, los minutos pasan lentos, como un centro del campo argentino, empiezas a pensar en las cosas que estarías haciendo si estuvieras fuera. Te habías marcado un plan, no se cumple y te toca esperar. Algo similar nos ocurre profesionalmente. Muchas veces cogerás el ticket pidiendo turno, pero te tocará esperar. Deberás asumir que otros llegaron antes o que todavía no era tu momento para intervenir. Lidiar con esos espacios de impasse acabará fortaleciéndote, pero, si no eres capaz de asumirlos, puedes acabar consumiéndote por dentro y exteriorizando tu ira. A nadie le gusta esperar.

Por eso, lo mejor que uno puede hacer es estar constantemente en movimiento, en evolución, incluso cuando está esperando. No dejar de coger tickets para que llegue tu turno, pero ante todo no dejar de aprender, trabajar y mejorar para que cuando te toque, lo aproveches. Puede que en una charcutería o en el médico sea más complicado sacarle provecho, pero yo qué sé, emplea esos breves minutos para poner en orden tus ideas, para pensar en qué te apetece hacer, para leer una noticia en tu móvil. Saca partido a esos minutos. No pienses demasiado, como Torrente, en que son “un coñazo”. Y, si finalmente lo haces, pues quizá el agente cañí por excelencia tuviera razón en qué sería lo mejor, pero, por favor, por decoro no lo hagas. Al menos en público.

Feliz lunes y que tengáis una gran semana.