Opinión Eugenio Mallol

La caída de SVB y el cambio de ciclo en las startups

Ahora que estalla la quiebra del Silicon Valley Bank por su incapacidad para compensar con la venta de activos, especialmente deuda pública, la retirada masiva de depósitos, resulta inevitable conectar ambos fenómenos.

Los signos de que algo estaba cambiando en el acceso de las empresas tecnológicas al capital eran evidentes desde hacía tiempo. En primavera pasada se hablaba del Gran Reset y era inevitable relacionarlo con las pérdidas de Softbank, el fondo japonés que se había quedado la desarrolladora de chips ARM, nacida en Europa.

En noviembre, la CEO de la mayor aceleradora del mundo, Techstars, Maëlle Gavet, aseguraba en Lisboa que “se avecina una gran consolidación en el venture capital, el sector va a cambiar mucho”. Se estaba dejando notar ya “dramáticamente” con caídas de las operaciones del entorno del 30% de media.

Ahora que estalla la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB) por su incapacidad para compensar con la venta de activos, especialmente deuda pública, la retirada masiva de depósitos, resulta inevitable conectar ambos fenómenos. Es el gran asunto de fondo del actual conato de crisis financiera: un cambio de paradigma en la financiación de las empresas emergentes que puede abrir una nueva era para las startup, marcada por los altos tipos de interés de los préstamos convencionales y la actitud cada vez más selectiva del capital riesgo.

De visita por nuestro país, los fundadores de un pequeño fondo para impulsar el emprendimiento entre la población de color de EE UU, Aaron Samuels y Brian Holling, no escondían las dificultades que estaban encontrando para completar su segundo fondo, tras cerrar el primero con 66 millones de dólares.

“Los tiempos en los que cualquier proyecto empresarial salido de Stanford o Harvard recibía, sólo por eso, dos millones de dólares del capital riesgo se han acabado”, me decían. Aaron Samuels estudió en la Universidad de Stanford y en el currículum de Brian Holling aparecen títulos en Harvard y varios años de experiencia en Goldman Sachs. Saben de lo que hablan.

Su visión era la misma que la de Gavet, la concentración del capital riesgo es el gran fenómeno de nuestros días: los siete mayores fondos mundiales acumulan el 60% de los activos y subiendo. La consultora PitchBook estima que los fondos de más de mil millones de dólares recibieron el 60% del capital en 2022, frente al 34% de 2021. Los inversores simplemente los perciben como apuestas más seguras. Estrangulado el acceso a ellos, los emprendedores deben echar mano de sus ahorros o tratar de entenderse de una vez con un sector bancario tradicional que opera en otra frecuencia de onda.

Pero el aumento de los tipos de interés y la inflación, unidos a las preocupaciones geopolíticas por la invasión rusa de Ucrania y, sobre todo, por la guerra comercial (esperemos que sólo sea eso) entre EE UU y China, están haciendo que los inversores se lo piensen dos veces antes de tomar posiciones en fondos emergentes. A eso se suma una cierta corrección después del exceso de liquidez de 2021 que están pagando también los valores de los gigantes tecnológicos y especialmente sus plantillas.

Sentado en la misma mesa de debate lisboeta que Maëlle Gavet, el cofundador y managing partner de Lux Capital, Josh Wolfe, el más rutilante gestor de fondos de inversión en empresas emergentes de Nueva York, aseguraba que el dinero “no va a ir a compañías nuevas, sino que irá a reservas de la cartera existente porque el capital riesgo no quiere perder posiciones”.

Su visión es invertir preferiblemente en empresas de sectores tecnológicos avanzados, deep tech, sí, con miles de millones en el balance y enormes cantidades de cash, para ayudarlas a consolidarse y protegerlas de las burbujas. Se trata de garantizarles 2,5 años de liquidez, de forma que sean relativamente inmunes a la volatilidad y a las vicisitudes del mercado, “que no se tengan que preocupar de Putin y Ucrania, de China y Taiwán, y de las locuras de Donald Trump”.

Sea cual sea el desenlace de la crisis del SVB, todo indica que el cambio de ciclo para las startup y empresas tecnológicas emergentes será la tónica dominante al menos este año. Aflorarán así inevitablemente algunas anomalías que el exceso de liquidez estaba ocultando. En primer lugar, la democratización de tecnologías como la inteligencia artificial o el big data, que antes actuaban como barrera de entrada, está provocando un aterrizaje del fenómeno startup a la realidad diaria de las pequeñas y medianas empresas convencionales.

Otra tarea aplazada, la de encontrar un lenguaje común con los departamentos de riesgos del sector bancario tradicional, acostumbrados a mirar cuentas de resultados y balances, resulta ya imperativa. Esa incomunicación ha abocado durante años a las startup a una estrategia de capitalización basada en rondas de financiación, sometida a dinámicas diferentes de las del área de negocio.

Y, por último, el retorno a los fundamentales. La tecnología es la clave de diferenciación en el sector startup. No se puede poner en la misma balanza a compañías deep tech españolas como Zeleros Hyperloop, PLD Space, Ipronics o VLC Photonics, y a otras basadas en la generación de volumen con un modelo consumer facing. Ambas merecen respaldo, pero se mueven en planos distintos.

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