Hay cosas que no tienen demasiado sentido. Que miremos cada 5 minutos la nevera para ver si hay algo nuevo, cuando la realidad es que siempre hay lo mismo; que leer la palabra “Eco” o “Bio” en un envase nos haga pensar que engorda menos; o que nos creyésemos que Antonio Hortelano, Quimi en “Compañeros”, era un adolescente por los pasillos del Colegio Azcona, qué gran colegio, qué privilegio. Sin embargo, todas esas cosas tienen más sentido que un hecho irrefutable para mí: da más vergüenza presentar delante de los amigos de tu cuadrilla o de tu familia que frente a un auditorio repleto de 20.000 compañeros profesionales o desconocidos.
Todos tenemos nuestras fobias, nuestros TOCs, nuestras paranoias. Una de las mías, fundamentada en absolutamente nada, es que no soy profeta en tierra. No me preguntéis por qué, pero me pasa. Cosas del coco. Por eso, cuando hace unos meses tuve la oportunidad de participar en un evento en el Guggenheim de Bilbao, para mí era la ocasión perfecta para redimirme de mis fantasmas. Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, lo que me preocupaba no era ya vencer a ese mal fario de jugar en casa, sino algo mucho peor que se me empezó a pasar por la cabeza. ¿Y si venía alguien de mi familia a verme? ¿Y si algún amigo de mi cuadrilla del colegio se colaba a la charla? Siendo en Bilbao, no era descabellado.
Juro que esa sensación de que alguien que me conoce de verdad pudiera verme sobre el escenario me ponía a temblar. En ese momento, habría preferido realizar mi discreta presentación ante un Wembley repleto hasta la bandera que ver entrar por la puerta a cualquiera de mi grupo. Por fortuna, nadie accedió al recinto y la presentación fue razonablemente bien, aunque sin alardes por mi parte. Sea como sea, posteriormente comenté con algunos compañeros esa extraña sensación de sólo ponerte nervioso ante los que te conocen y hallé a mi alrededor mucha gente a la que le pasaba lo mismo. Risto Mejide no me da miedo, me asusta más mi amigo Jon.
¿Por qué nos ocurre esto? Creo que debe haber algo relacionado con el debate entre quién eres y en qué te has convertido. Nos empeñamos en que el personaje profesional y la persona no difieran en exceso, que sería muy duro vivir con caretas muy distintas, pero familia y amigos de la infancia te han conocido de una manera tan profunda que contrastaría demasiado con la seriedad y lo sentido del personaje profesional. Seguro que también hay orgullo, pero mi pavor, a todas luces excesivo, me hace estar convencido de que, si me viesen, pensarían: ¿Pero qué coño está haciendo?
No sé si existen técnicas para superar este miedo. No podría imaginármelos desnudos porque a la mayoría no debo imaginarlos, no podría mirar al fondo de la sala porque estoy seguro de que se sentarían ahí. Empiezo a sospechar que mi creencia de no ser profeta en tierra no es más que una excusa para no enfrentarme a la posibilidad de poder encontrármelos entre el público. Definitivamente, hay cosas que no tienen demasiado sentido.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.