Opinión Eugenio Mallol

¿Por qué lo llaman hidrógeno cuando quieren decir amoníaco?

Desde el punto de vista de la innovación, el entusiasmo con el que se ha presentado el corredor del hidrógeno H2Med sólo puede tener cuatro explicaciones.

Desde el punto de vista de la innovación, el entusiasmo con el que han presentado el corredor del hidrógeno H2Med los gobiernos de España, Francia y Portugal, de la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sólo puede tener cuatro explicaciones: la más optimista es que confían ciegamente en que la ciencia, la tecnología y el sector empresarial diriman y escalen a nivel industrial, en un tiempo récord de siete años, el problema del almacenamiento y transporte del hidrógeno, aún no resuelto.

Otra razón sería que, en realidad, se trata de una escenificación, están lanzando un mensaje a Rusia de que llegarán hasta donde haga falta para no depender de ella. Quizás haya una canalización para el gas natural a la sombra del proyecto que justifique toda la obra, sería la tercera hipótesis. O quizás lo que tienen en mente no es mover exactamente hidrógeno, sino amoníaco.

En un evento reciente, ante apenas una treintena de personas, el fundador del Instituto de Tecnología Química, Premio Príncipe de Asturias y siempre candidato al Nobel, Avelino Corma, se hacía la pregunta retórica de si “lo del hidrógeno viene de abajo a arriba o de arriba a abajo, como me temo”. 

“Para almacenarlo, si lo dejamos en una sala, con las condiciones atmosféricas, la cantidad de hidrógeno que tendríamos produciría una energía mínima”, decía Corma. “Hay que comprimirlo, con presión y temperatura y, de ese modo, en un volumen menor tienes una cantidad de hidrógeno muy grande. Pero eso requiere temperaturas muy bajas, de -200 grados vamos a poner, y presiones del orden de 200 o 300 atmósferas”.

“Se está pensando que otra manera de transportar el hidrógeno es fabricar moléculas que estarán en fase líquida, fácilmente licuables. En el momento en que queramos utilizarlas, simplemente descompondremos esa molécula y recuperaremos el hidrógeno. Una de las opciones que se está barajando es el amoníaco: por cada átomo de nitrógeno, tres de hidrógeno. Lo podemos licuar a temperaturas y presiones menores y transportarlo fácilmente como se hace hoy en día. Eso ya se está haciendo”, según la visión de Corma.

Con 200 patentes, 20 de ellas en explotación, a este gran referente de la química española le encanta el tema del amoníaco. Atribuye a esta sustancia el hito de alimentar a una población mundial creciente desde la revolución industrial. Los alemanes Fritz Haber y Carl Bosch encontraron en 1909 un catalizador que hacía posible la unión de nitrógeno e hidrógeno entre un abanico de 4.000 opciones posibles. Con inteligencia artificial y con la cantidad de datos disponibles hoy en día no habrían necesitado hacer un planteamiento así de laborioso, apostilla Corma.

El paso del tiempo ha convertido al amoníaco en la principal fuente de nitrógeno fijado en el mundo, uno de los nutrientes necesarios para las plantas. Eso le otorga la categoría de producto estratégico y, por esa razón, también ha entrado en la batalla geopolítica desatada a raíz de la invasión rusa de Ucrania.

Europa compra en el exterior más de tres millones de toneladas de nutrientes basados en nitrógeno cada año, y si se incluye el amoníaco, el nivel de importaciones alcanza los seis millones de toneladas. Junto a ello, las importaciones de fertilizantes potásicos rondan los dos millones de toneladas. Rusia es uno de los principales suministradores de materias primas para fertilizantes, y esa dependencia puede convertirse en una vía de debilidad.

No hay información suficiente para pensar si la tecnología del H2Med permitirá que circule el amoníaco o si, en el caso hipotético de que fuera así, se destinará únicamente para obtener hidrógeno (menudo bucle: amoníaco creado a partir de hidrógeno verde, se usa para obtener de él hidrógeno… de qué color) o también para fertilizantes. Pero el proyecto anunciado transmite un enorme optimismo en la capacidad de España y Europa para introducirse en la economía del hidrógeno, en particular del obtenido a partir de energías renovables.

En realidad, exigirá un esfuerzo equivalente a construir todo un edificio de cero. Dos terceras partes de las 500.000 toneladas de hidrógeno que se consumen anualmente en nuestro país se produce en las refinerías de Huelva, Cartagena, Puertollano y Tarragona; y un 25% se obtiene en industrias químicas, fundamentalmente de amoníaco. La cantidad de hidrógeno que se utiliza en sectores como el metalúrgico, el transporte o la energía es sencillamente residual.

En el Instituto de Tecnología Cerámica (ITC) están probando un horno para la producción de baldosas capaz de trabajar con un 20% de hidrógeno en una instalación más o menos estándar y sin cambiar dispositivos. El problema es que el hidrógeno tiene un poder calorífico bastante más bajo que el del gas natural, hacen falta tres metros cúbicos de aquel para igualar a uno de éste.

Hace unas décadas, explican desde el ITC, el sector cerámico se vio inmerso en un debate sobre el tipo de horno que finalmente se impondría y ganó el que apostó por caballo ganador. La situación ahora es similar, estamos ante un cambio de tecnología y esto lleva aparejado un riesgo. El desafío es minimizarlo en un contexto de escenarios distintos y cambiantes.

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