Opinión Baruc Corazón

COP de colapso

¿Quién puede, en estas condiciones mundiales, garantizar el cumplimento de los estándares de sostenibilidad comprometidos los acuerdos de las COPs?

En este hilo de artículos voy siguiendo los pasos que va dando la industria de la moda para encontrar la luz de la consciencia ecológica y social. Es uno de los principales objetivos que las grandes industrias tienen en el punto de mira, dado que la sostenibilidad se ha convertido en un eficaz argumento de marketing. Cuando este movimiento hacia la sostenibilidad responde a un lavado de cara para ganar reputación se le denomina Greenwashing.

Es difícil discernir las motivaciones que llevan a las grandes compañías a diseñar estrategias para cumplir objetivos de desarrollo sostenible (un término acuñado por la ONU como ODS en 2018), de modo que tildar una acción de greenwashing no suele convertirse en algo tan subjetivo como tantas otras opiniones sobre la intención con la que se toman las decisiones desde cualquier estructura de poder.

Por ello de lo que hay que hablar es de hechos. Un hecho significativo, por ejemplo, es el nombramiento como nueva CEO de H&M a la hasta entonces directora de sostenibilidad (Helena Helmersson), en 2020, quien ha sustituido al nieto del fundador. La nueva directora de sostenibilidad, Leyla Erfurt, ha insistido en la última cumbre COP 27 (celebrada en octubre en Sharm El Sheij) en la dificultad de llegar a los objetivos fijados previamente dada la complejidad de la industria del sector, señalando que en sus cadenas de producción llegan a intervenir más de ochocientos proveedores.

Una intervención que lleva a preguntarse quién puede, en esas condiciones, garantizar el cumplimento de los estándares comprometidos en acuerdos como los de la COP 26 de Glasgow, del año anterior.

La cumbre de Egipto podría bien haber tener tenido lugar ante el muro de las lamentaciones de Jerusalem, si atendemos al tono de las intervenciones que han tenido lugar. El empresario egipcio Ali Nouira, quien intervino como portavoz del sector, explicaba lo dificultoso y costoso de cumplir con las certificaciones y huellas de carbono para los pequeños productores de su país, mientras se les presiona para bajar los precios, lo cual pone en evidencia cómo se diluye la responsabilidad en esas largas cadenas de proveedores: para que H&M pueda certificar la sostenibilidad de su producto, tiene que exigir la certificación a cada uno de esos 800 proveedores, pero ¿quién asume el coste que ello conlleva? Porque el precio del producto final tiene muy poco márgen de variación.

Helena Helmersson explica muy claramente la intención de la marca: ser un ejemplo de sostenibilidad. Para ello, da cifras: desde 2020, el 100% del algodón es reciclado u orgánico (en Inditex han fijado llegar a ese objetivo en 2023). Los siguientes compromisos son que en 2025 el 30% de los tejidos que emplea sean reciclados o sostenibles, y un 100% en 2030.

Ella misma explica que es uno de los logros que solo una gran corporación puede promover, al tener una capacidad de influencia tan alta: desde su posición de poder, pueden orientar las demandas del mercado y ayudar a que todo sea más sostenible. Eso es cierto, y dibuja muy nítidamente un escenario en el cual pueden obligar a los proveedores a satisfacer los estándares que han prometido que van a cumplir de cara a sus clientes y a los organismos institucionales, como la ONU.

Pero, al escuchar a Ali Nouira, se abren grietas en ese paisaje: el pequeño proveedor se ve obligado a introducir unas exigencias que no puede cumplir si quiere mantener su negocio. La decisión es, en muchos casos, cerrar o buscar alternativas, muchas de las cuales se traducen en engaño -como el recurrir a fabricar plásticos nuevos y reciclarlos en lugar de recuperar plásticos usados, para satisfacer la enorme demanda de poliéster reciclado del mercado-.

Ello me lleva a pensar que, cada vez que consumamos algodón o poliéster reciclado, deberíamos plantearnos si estamos pagando más, pues, de no ser así, en algún punto de la cadena alguien está pagando por ello.

Marie-Claire Daveu, responsable de sostenibilidad del grupo Kering (junto a LVMH, el más importante del sector, propietario de firmas como Gucci o YSL), remarcó que ni siquiera ellos son lo suficientemente grandes para cambiar todas las cadenas de suministro.

En cualquier caso, la complejidad de los sistemas de producción y distribución de la moda sigue siendo la misma que en 2021, cuando se decidió aumentar el compromiso de reducir las emisiones de carbono para 2030 de un 30% (en la COP 24 de 2018) a un 50%. Un año después, tan sólo se han escuchado excusas de por qué no se espera llegar a cumplir ninguno de ellos.

¿A qué se puede deber este sorprendente cambio de expectativas? Es cierto que 2022 ha estado marcado por la guerra de Ucrania, cuyas consecuencias de cara a la industria de la moda, tremendamente vulnerable a las condiciones de los mercados de materias primas y del comercio internacional (pues es de las más deslocalizadas), generan una gran incertidumbre respecto al futuro y, por tanto, una actitud más conservadora respecto a los compromisos a adquirir. Pero, ¿es suficiente?

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