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Opinión David Ruipérez

‘Renting’ de móviles, ¿Merece la pena?

Un smartphone se utiliza durante un tercio del tiempo que pasamos despiertos. Ya ni los ermitaños pueden vivir sin móvil.

El cliente particular con un coche de renting ya no es un marciano. El concepto nos resulta familiar. Se trata de suscribir un contrato con una compañía especializada (puede ser incluso el propio fabricante) para alquilar un bien a cambio de unas cuotas prefijadas y durante un periodo determinado.

Al acabar el periodo pactado, el cliente puede devolver el producto, renovarlo por otro período o sustituirlo por otro modelo nuevo y seguir pagando sus cuotas mensuales. Una cuarta parte de la flota de automóviles en España es de renting, según la Asociación Española de Renting de Vehículos (AER).

Incluso presenta un despegue interesante marcas como Link&CO (de la china Geely, propietaria de Volvo) que sólo ofrecen esta modalidad para disfrutar sus vehículos. No se pueden comprar a “tocateja”, nunca se es propietario de un coche de esa marca. Pero no toca hablar de coches, sino de si el salto de esta modalidad de alquiler se va a imponer en el terreno de la telefonía móvil. Su despegue puede llegar en este 2023.

Un smartphone se utiliza durante un tercio del tiempo que pasamos despiertos. Ya ni los ermitaños pueden vivir sin móvil. Es un bien muy preciado, una ventana al mundo, la herramienta principal de trabajo y ocio, con la inestimable colaboración de una conexión a internet y también símbolo de triunfo y estatus social para los más bobos.

¿Lo compro o lo alquilo? El español medio no es muy amigo del alquiler, tenemos mucho apego a los bienes, pero en un teléfono ese vínculo no tiene sentido. No es una casa.

Ofrecemos tres razones a favor y otras tantas en contra para decantarse por el renting.

A favor

  1. Sin ahorros y con un sueldo de mileurista puedes tener un teléfono de gama alta, ya sea el último iPhone, los Galaxy Fold de Samsung o un Xiaomi 12T, que ya no es tan barato como el resto de la gama del fabricante chino. Muchas personas no pueden pagar 1.000 o 1.500 euros por un teléfono sin comprometer su economía doméstica. Ya sea directamente con el fabricante (Samsung ya lo ofrece y Apple también, pero no en España), una empresa especializada o incluso una compañía de telecomunicaciones -en este caso ligado a ella como operadora, claro- podemos disfrutar de esos “tope de gama” por unos 50 o 70 euros, que si es una cantidad asumible.
  • Seguro incluido en la cuota. Tras gastarse el sueldo de un mes en un teléfono ir sin seguro por la vida implica vivir al borde del infarto ante caídas, robos o extravíos. En el renting el seguro es obligatorio y se incluye en lo que pagamos por el alquiler. Con un móvil “libre” el seguro nos puede costar hasta 20 euros almes extras si queremos tener buenas coberturas.
  • Siempre podemos tener últimos modelos y la garantía de que el móvil no se quedará obsoleto o empezará a fallar con el tiempo. Además, si hay problemas técnicos, el proveedor se encarga de ellos y pueden cambiarnos el móvil sin reparos.

En contra

  1. Debes cumplir el contrato hasta el final. Si las circunstancias personales cambian, si te regalan el nuevo iPhone, si te mudas a Londres, si la empresa te pone un supermóvil a tu disposición da igual. Hay que seguir pagando las cuotas para cumplir el compromiso adquirido.
  2. No es tuyo, no es de tu propiedad. Es decir, que no lo puedes vender. Sin embargo, el mercado de móviles de segunda mano es muy ágil y fructífero y con el renting renunciamos a recuperar parte de la inversión. Un cálculo rápido. Te gastas 1.200 euros en un teléfono de gama alta que todo el mundo ansía poseer. A los dos años, no es descabellado sacarle 600 euros en Wallapop o similar. No es mal negocio.
  • Por último, no nos podemos arrepentir de la decisión -salvo en los 14 días de desestimiento-. Si el teléfono elegido no nos convence, nos queda grande en el bolsillo del vaquero, no nos gusta la capa de personalización o la cámara no hace tan buenas fotos como creíamos nos lo “comemos con patatas” hasta que pasen uno o dos años.

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