La industria de la moda, cuya misión es fundamentalmente atender a los gustos de su clientela, se encuentra en una situación crítica a la hora de responder a la creciente demanda social de sostenibilidad.
Una de las razones es la gran complejidad de sus ciclos de producción y distribución, que hace muy difícil asegurar la trazabilidad y el control de cada uno de los productos y procesos que comprenden. Esto ha hecho explosionar la industria de las certificaciones, que ha trazado un laberíntico mapa de sellos que resulta difícil de seguir (a día de hoy, en Europa hay más de 200, y 450 a nivel mundial), de modo que voy a comenzar por analizar la sostenibilidad del marco grande, en este caso, el sistema de la moda en sí.
La moda sigue funcionando anacrónicamente según el sistema de temporadas (y los desfiles de moda para avanzarlas), que nacieron con la Alta Costura, a finales del S. XIX. El sistema de rebajas es la consecuencia natural de una moda adscrita a las temporadas, un arma de doble filo que se convirtió en motor de la industria como consecuencia de la expansión consumista desatada por el boom del Prêt-à- Porter y que, en última instancia, ha derivado en el desarrollo de la moda low-cost.
Esto implica una revisión de 360º del sistema de la moda que no solo defiendo, sino que he puesto en práctica desde 2004 con la marca Baruc.com (cuyo manifiesto proclama la necesidad de una moda atemporal, unisex y universal, al margen de las temporadas, los desfiles y las rebajas), que responde al principio de “bienes para el Bien”. De todo ello trato en el ensayo NoDiseño (editorial La huerta grande).
En esta dirección, durante la pandemia de 2020 un grupo de 64 corporaciones de moda y distribución se unieron en una acción que denominaron #RewiringFashion, que comprende la firma de una Carta (Forum Letter) en la que denuncian la obsolescencia del sistema de temporadas y desfiles y se comprometen a realizar una serie de prácticas que pongan en valor sus productos. Desde entonces, se han adscrito ya más de 2204.
En la carta de la moda, firmada por Dries Van Noten, Missoni, Isabel Marant, y CEO de grandes almacenes como Selfridges, se afirma que “nos encontramos ante un sistema de la moda que cada vez conduce menos a la creatividad y que no sirve a los intereses de nadie: ni diseñadores, ni distribuidores, ni clientes –ni siquiera a nuestro planeta”.
En mi pequeña escala, no estoy sometido a ningún control, pero a la hora de querer llevar a la práctica los compromisos de “Rewiring Fashion”, las autoridades de la Comunidad Europea han amenazado con multas de hasta un 10% de la facturación para aquellas empresas que sigan los acuerdos adoptados en la carta, por considerar que atentan contra la normativa antitrust del Tratado Económico de la UE (artículos 101 y 53, en referencia a las prácticas de cartel y restricción de la competencia).
Es decir, leen dichos compromisos como prácticas que limitan la libre competencia y vulneran la legislación antitrust.
La situación es tan delicada que, por ahora, ninguno de ellos ha querido hacer declaraciones, pero todo induce a pensar que ninguno de sus esfuerzos por preservar una ética comercial va a salir adelante.
Los beneficiados son las grandes corporaciones de fast fashion, que generan un marco de políticas de precios y prácticas comerciales en el que muy pocas firmas pueden competir (y las que pueden lo hacen a costa de pérdida de calidad y puesta en valor del producto).
Esto demuestra que ser sostenible y competitivo es imposible tal como está regulado y estructurado el sector. “ Tal como Hill Weldford (exresponsable del área Antitrust del Departamento de Justicia) declara al NYT, hay una tensión entre la legislación antitrust y los objetivos de triple balance (económico, medioambiental y social) conocidos como E.S.G. (environmental, social and governance), cuya consecución implicaría una reducción de la producción y un incremento de los precios.
Una batalla quizás perdida, pero una guerra por ganar, como seguiré explicando la próxima semana.