En 2006 Andrew Kassoy, junto a dos compañeros de Stanford University, Jay Coen Gilbert y Bart Houlahan, decidieron crear una plataforma de certificación para compañías que trabajan no solo con la mira puesta en generar beneficios, sino también en el bien social. La llamaron B Lab.
El certificado es B Corp, y lo obtienen las compañías que lo soliciten una vez pasados los controles de la certificación, que son supervisados por un auditor. El proceso se basa en un sistema de puntos, divididos en cinco áreas (comunidad, clientes, medioambiente, gobernanza y trabajadores), que sirve para medir el impacto social y medioambiental de una compañía.
Según he comprobado, en la práctica es un buen indicador de las políticas sociales de cada país: por ejemplo, un 60% de las exigencias del programa B Corp en cuestiones sociales se corresponden con medidas obligatorias en nuestra legislación (de modo que las empresas de este país tienen que realizar menos ajustes en esa área que las de otros estados con legislaciones más liberales).
La misión de B Lab está alineada con el “capitalismo consciente”, un movimiento basado en el libro homónimo (John Mackey y Raj Sisodia), en el que plantean la necesidad de que las corporaciones alcancen un triple balance (económico, social y medioambiental). “Las empresas conscientes ganan, pero lo hacen de manera más rica y polifacética que las empresas normales, porque nadie debe perder para que otro gane”, afirma uno de sus líderes, Bill George (quien fue CEO de Medtronic).
Tal como explica Kassoy, “comenzamos B Lab porque pensábamos que debe haber una forma mejor de dirigir la economía. Históricamente, el capitalismo trata de la empresa y el capital necesario para hacerla crecer. Estamos intentando crear una economía en la cual el capital y la empresa se encuentren para generar beneficios no sólo a los accionistas, sino a la sociedad en su conjunto”.
Un objetivo que define su éxito como “todo signo de progreso hacia una economía inclusiva y regenerativa que es al tiempo significativa y duradera (a largo plazo)”.
Andrew Kassoy identifica como señales de éste éxito las nuevas leyes “que permiten que los negocios funcionen como si la gente y el planeta importaran tanto como el beneficio, y movimientos generados por grupos como el Business Roundtable”. Esta institución norteamericana, creada en 1971, regula anualmente desde 1997 los principios de primacía accionarial, y en 2019 redefinió el propósito de una corporación como la promoción de una economía que sirve a todos los americanos.
A fecha de hoy, hay 5.660 compañías certificadas como B Corp en todo el mundo. En la industria de la moda (una sección que comprende tanto ropa como gafas, relojes y accesorios), tan solo hay 229, de las cuales sólo doce son españolas. Salvo Patagonia y Eileen Fisher, no hay ninguna de gran dimensión, sino que el perfil es de startups y lo que se conoce como marcas de nicho, entre las que destacan Ecoalf (una de las pioneras en España), Veja, y Vestiaire Collective.
¿Cual es la razón de que la industria de la moda no se interese por las B Corp?
Antes de responder, habría que plantearse si es que no se interesa o que los requisitos necesarios son inviables para las prácticas de la industria.
A esta dirección apuntan las dificultades que están encontrando muchas de las iniciativas por actualizar el sector y adecuarlo a los nuevos estándares tanto medioambientales como sociales, que desarrollo en el próximo artículo.