Esta semana he tenido la oportunidad de participar en Decelera como introductor de liderazgo consciente, y la experiencia ha supuesto una apasionante inmersión en el sector startup, conociendo una veintena de proyectos que generarán un impacto social positivo, en su mayoría liderados por jóvenes de la llamada Generación Z. Uno de ellos (Thriftify) se hace voz de un movimiento cada vez más extendido que denuncia el daño medioambiental que está generando la industria de la moda.
Ante los planteamientos radicales, mi primera reacción suele ser dar un paso atrás. He aprendido que, para enseñar algo o aportar una nueva información, es más importante la pedagogía que la ideología, pues los seres humanos somos emocionales y respondemos primero a las emociones, y después a la razón. Pero, pasado ese filtro, he comprendido que hay elementos de ese discurso a los que es importante prestar atención.
El primero de ellos, el éxito de su propuesta. Hay una masa crítica cada vez más relevante que está atenta a este tipo de discursos. Yo creo en la inteligencia social, e interpreto este dato como una información sobre lo que está expresando la intuición colectiva.
El segundo, la veracidad de los datos. Decir que la industria de la moda es una de las principales causantes de daño medioambiental sin más, es decir nada. Llegar a la conclusión de que hay que acabar con ella (como ya he escuchado) es decir menos aún. Pero mostrar datos sobre algunos de los efectos indeseables ayuda a dar los dos pasos imprescindibles para su solución: concienciarnos del problema y hacer algo al respecto.
Los datos son relevantes, y procedo a analizar a continuación uno de ellos para entender qué nos dicen y las diferentes conclusiones que se pueden extrapolar.
Pongo por ejemplo la contaminación por plásticos de los océanos: según un estudio para Environmental Science & Technology, citado en un artículo del NYT, los textiles generan el 35% de la polución marina de microplásticos. En la misma proporción coincide la revista Nature, en su estudio sobre el problema mundial que supone.
Todo tejido está formado por hebras entrelazadas (trama y urdimbre), que van siendo sometidas a desgaste durante los lavados. Cuando éstas son sintéticas (poliésteres y derivados del petróleo), el roce y la erosión hace que desprendan microfibras en el agua. Estos productos sintéticos nunca son eliminados (pues no son biodegradables), de modo que, tras su paso por los sistemas de desagüe y procesamiento, pasan al agua que consumimos (se calcula que ingerimos una media de 4gr de microplásticos al día por esta vía), a la tierra que cultivamos (bien a través del agua de riego, o de las fosas sépticas, en los lugares en los que no hay alcantarillado), y al mar.
Se calcula que al año se vierten 2,2 millones de toneladas de microfibras sintéticas en los océanos. Una gran parte aparece en las playas, pero otra es ingerida por la fauna marina y, a continuación, por los humanos que nos alimentamos de ella.
En un estudio registrado por Sciencedirect, se encontraron microplásticos no solo en personas, sino en cuatro de seis placentas humanas analizadas.
La industria de la moda se sitúa como el primer gran contribuyente de esta indeseable aportación. Cabe señalar, además, que el 60% de las fibras que usa en la actualidad son de poliéster.
La pregunta parece ser ¿cual es la solución? Sin embargo, es una pregunta engañosa, pues para problemas complejos (como este) no hay soluciones simples.
Para atenderlo bien, hay que tener en cuenta que dicha industria tiene una característica que la hace poco receptiva a mensajes maximalistas o ideológicos, y que hay que entender si queremos generar un efecto beneficioso: no atiende a razones, sino a las elecciones de consumo del usuario.
La clave del éxito de las grandes corporaciones de la moda es la capacidad de registrar, procesar, y dar respuesta rápida a las preferencias de los consumidores. (Es lo que le dió una ventaja competitiva a Inditex, además del abaratamiento de los procesos creativos mediante la política de aprovechar lo que la competencia desarrollaba, adaptándolo para salvar los escollos legales del copyright.)
Es un mercado muy adaptativo, que atiende a millones de millones de microdecisiones (pues nos vestimos todos los días, durante toda nuestra vida). Esa es la clave de su poder, pero también de que la responsabilidad se vea atomizada en cada una de ellas.
Aparte de una regulación de los procesos de producción para que sean menos contaminantes, y de desarrollar una política de reciclaje de los textiles, que son necesarias pero de alcance relativo (pues las normativas son siempre a escala nacional, y la moda es una de las industrias más globalizadas), la pregunta adecuada es ¿como consumidor, qué puedo hacer para rebajar la relevancia del problema?
Si verter 2,2 millones de toneladas al año de microplásticos a los océanos es un problema, no se va a solucionar cambiando mi hábito personal. Pero como son nuestros hábitos los que generan el problema, si cambio el mío, ayudo a mitigarlo.
Nos hacemos entonces la siguiente pregunta, ¿qué hábitos debo cambiar para ayudar a mitigar el problema?
¿Dejar de usar fibras de poliéster? ¿Usarlo solo si es reciclado? ¿Aumentar el consumo circular? (ropa de segunda mano) ¿Usar filtros en la salida agua de la lavadora? (ya hay varias opciones en el mercado).
Conviene hacer una advertencia: la moda adora el cambio, y si ponemos un cambio de moda, puede generar un nuevo problema, o agravar el anterior. Es lo que ha sucedido con el consumo de tejidos de plástico reciclados: se han puesto de moda y, como hay tanta demanda de ellos, ya hay productores que recurren a la fabricación de plásticos para reciclarlos a continuación, sin que hayan sido usados.
Tanto el reciclaje de los tejidos como el de la ropa (economía circular) puede ser un arma de doble filo y, en cualquier caso, no soluciona el problema de los poliesteres, pues aunque sean reciclados o reusados, se siguen usando.
¿Lo mitiga? En la medida en que sea inevitable el uso de esas fibras, sí, pues siempre será mejor usar el que ya existe que fabricar más. Es lo que sucede con las prendas de exterior (en lo que se ha especializado la marca pionera en el reciclaje de PET, Ecoalf), y con la ropa técnica deportiva.
En este artículo no pretendo dar solución a un problema mundial, pero sí reflexionar sobre éste. Estamos acostumbrados a informaciones alarmistas que buscan atraer nuestra atención, y, en mi caso, las posturas ideológicas e incluso dogmáticas me echan para atrás, pero debemos evitar dejarnos llevar por una actitud escéptica o, llevada al extremo, cínica, cuando nos tenemos que enfrentar a un problema real.