Los Presupuestos del Estado tienen color caqui militar. Los gastos en defensa se incrementan como nunca en las últimas décadas, más de un 26%, en especial, para modernizar las Fuerzas Armadas, que es lo mismo que decir que es para comprar armamento. Hay programas ambiciosos para construir cinco fragatas F-110 en Navantia, para el desarrollo de la nueva flota de submarinos S-80, para aviones de combate. Destaca también el nuevo blindado 8×8 Dragon, basado en un modelo helvético conocido como “la navaja suiza” de los acorazados por su capacidad de adaptación y flexibilidad en la utilización de armas. Está previsto fabricar casi mil unidades en las factorías sevillanas de Santa Bárbara. La escalada en este espíritu militar presupuestario viene forzada por la Guerra de Ucrania y los nuevos compromisos adquiridos por el presidente Pedro Sánchez en la última Cumbre de la OTAN. Prometió que los presupuestos de Defensa españoles alcanzarían el 2% del PIB en 2029. Sin embargo, esta promesa ha caído como un misil en mitad de las trincheras de Unidas Podemos. Podría haber volado la coalición gubernamental pero la formación morada ha absorbido el golpe, prefiere seguir en el Ejecutivo ante las próximas batallas electorales.
Los Presupuestos, aun así, no huelen a napalm pero aventan un tufo electoral. Por lo pronto, los dineros para los partidos políticos aumentan un 81% por los comicios. Hacienda proclama que el gasto social supera el 60%. El montante total de las cuentas públicas escala a los 485.986 millones de euros, con unos ingresos de 389.297 millones. La diferencia entre unos y otros nos da el déficit público: 96.689 millones de euros. En solo tres partidas se concentra la mitad del gasto: pensiones, intereses de la deuda pública y salarios de funcionarios. Año a año el peso de las pensiones es cada día mayor, para el que viene suman 190.000 millones de euros. Representan más de 4 euros de cada 10. En buena parte se llega a esta cantidad con la revalorización por el IPC medio, pero también por la entrada de los nuevos jubilados, los nuevos pensionistas, “más caros”. Y esta es la cohorte demográfica más numerosa, la que conforma los “baby boomers”, con lo cual, la Seguridad Social sufrirá una presión continua en sus obligaciones hasta más allá de la mitad de siglo, cuando se imponga la realidad biológica.
Los cimientos de estas cuentas públicas están anclados en arenas movedizas, en un conglomerado inestable de inflación, aumento de los tipos de interés, inestabilidad energética, incertidumbre y efectos derivados de la Guerra de Ucrania. Las previsiones económicas viven un proceso increíblemente menguante. El Ministerio de Economía incluía su cuadro macroeconómico en los Presupuestos con un 4,4% de crecimiento del PIB este año y un 2,1% para el que viene. AFI rebaja las estimaciones para 2023 en el 1,8%, el Banco de España recorta al 1,4% y, por último, el BBVA lo deja en un exiguo 1%, con alto riesgo de estancamiento. Cada nueva previsión es peor que la anterior. Y todo pendiente de si llega o no llega gas a Alemania. Si el gigante germano coge la gripe, los demás países corremos peligro de sufrir neumonía. Al final, la evolución del PIB también dependerá de la temperatura ambiente. Necesitamos un invierno suave para no quemar buena parte de nuestro futuro económico en las calefacciones.